Descripción:
Ediciones desdeabajo, julio de 2015.
144 páginas
Un siglo silenciado deliberadamente, del que algunos quieren huir, porque tal vez da claves excepcionales de esta forma violenta de ser que, a veces, abochorna. La novela tiene esa posibilidad juiciosa de trasmutar la realidad, de hacerla posible, cercana, seductora. Octavio Escobar retorna al siglo XIX, precisamente durante buena parte de la mal llamada colonización antioqueña, y va tejiendo una historia “un tanto reacia a los arrebatos y caprichos de sus voces, al costumbrismo, la onomatopeya y el folclor, simple y melodramáticamente dirá que Juan Escobar, Pablo Arango y Jorge Botero abandonaron la sabana de Las Trojas acompañados por la llovizna, descendieron por una empinada cuesta hasta el río Pozo, lo vadearon y se internaron en el pequeño llano que conduce a la quebrada de La Friolera. Desde allí acometieron el difícil ascenso a la naciente población de Salamina”.
Así, entre los rezos de la tía Magnolia y la oposición al gobierno de José Hilario López, se va tejiendo un relato en el que se revelan hechos que aún ahora, casi doscientos años después, están vigentes, la propiedad de la tierra, la usurpación, la minería, la religión, los odios y las traiciones, y esa guerra partidista que tantos muertos ha dejado. Es, sin embargo, una historia ‘nacional’ que se repite en el Cauca, en el Chocó. No está lejos de una novela histórica, pues su “acción se ubica total o por lo menos predominantemente en el pasado, es decir, un pasado no experimentado directamente por el autor”, como dice Seymour Menton en La nueva novela histórica de la América Latina, 1979-1992.
En tres partes se divide este relato. Un año –preciso– entre septiembre de 1850 y septiembre de 1851, y las remembranzas de hechos históricos, de relaciones familiares, de turbulencias ideológicas, de pobreza y afrentas que sucedieron en estos largos años de feroces guerras civiles, de rezar y pecar sin mayores contemplaciones. Es la recuperación de dolorosos y discutibles enredos, como los que se le atribuyen a Juan de Dios Aranzazu, entre otros de los personajes de carne y hueso, como el del poeta Gregorio Gutiérrez González, autor de las famosas Memorias sobre el cultivo del maíz en Antioquia. Una recuperación, además, del Quijote que nos propone, creo, una nueva lectura de esta magistral obra.
1851 es un develamiento de una época que le tomó al autor una extensa investigación de la que habla al final, en una especie de epílogo que ha titulado “Desocupado lector”. Allí advierte de sus lecturas, de los libros que “se citan en algún fragmento de las entregas mensuales que componen este folletín de cabo roto, el largo catálogo de autores de cuya autoridad abusé a través de la consulta, la paráfrasis y el saqueo”. Así, apreciados lectores, ahí tienen una novela para deleitarse y redescubrir, en sus personajes, a quienes han cobrado cierto relieve en la transcurrir de nuestra vida republicana. No tan lejana como pareciera.
Luis Fernando García Nuñez