Caótico final del reinado del presidente francés

Desde hace seis meses, la obstinación de Emmanuel Macron por no reconocer su derrota electoral trae aparejados bloqueo político e inestabilidad. Aferrado al poder, pretende crear una coalición entre la derecha y la centroizquierda. Al elegir a François Bayrou como Primer Ministro, ¿está disparando su última bala?

El 11 de septiembre pasado, Emmanuel Macron recordó ante el Consejo de Estado un principio elemental: “El pueblo soberano de hoy se expresa a través del sufragio, al que siempre hay que tener en cuenta porque es el hecho primordial de toda democracia”. Dos meses antes, el Presidente de la República había sido desaprobado enérgicamente por los franceses en dos elecciones sucesivas, las europeas y luego las legislativas. ¿Le estaba prometiendo entonces al “pueblo soberano” que repararía sus errores? Semejante sabiduría, sin duda, está por encima de sus fuerzas: el 12 de diciembre, después de haber intentado en vano propulsar dentro de Matignon [sede de gobierno del Primer Ministro] a uno de sus acólitos, Macron designó al político François Bayrou, quien, al haber apoyado su candidatura en 2017, había contribuido poderosamente a su elección al Palacio del Elíseo. Desde entonces, Bayrou suscribió a cada una de sus “reformas”, incluida la más odiada por los franceses, la prórroga de la edad de jubilación.

En suma, todo se mueve pero nada cambia. Las instituciones de la Quinta República están hechas de tal manera que incluso un presidente detestado –como éste– conserva tres ases: la elección del primer ministro, la disolución de la Asamblea Nacional y la fecha de su salida. Macron usa y abusa de estas cartas. En efecto, trata de preservar dos elementos de su historial de los que parece muy orgulloso: la política de la oferta, es decir, la baja de impuestos destinada a su clientela adinerada, en general de edad avanzada, y el avance hacia una Europa militarizada.

La composición actual de la Asamblea Nacional, en la que sus partidarios son muy minoritarios, hace que sólo pueda perseguir este doble designio engatusando tanto a la extrema derecha como a la centroizquierda. En el primer caso, utiliza como cebo leyes de seguridad o antiinmigración; en el segundo, una promesa de representación proporcional, eventualmente de renuncia al mecanismo –tercer párrafo del Artículo 49 de la Constitución, o “49-3”– que permite al Parlamento adoptar leyes sin que sean votadas por los diputados. A ese mecanismo recurrió para imponer la reforma de las jubilaciones.

Cada una de estas dos combinaciones permite prolongar en el poder al “bloque del centro” compuesto por los partidarios del Presidente y los diputados de derecha, es decir, dos partidos que los votantes desautorizaron claramente en junio-julio. En aquel momento, los “macronistas” cayeron del 22,42% al 14,6% de los votos emitidos (elecciones europeas) y después de 246 a 168 diputados (elecciones legislativas); la derecha (Los Republicanos, LR) del 8,48% al 7,25% en el primer caso, y de 60 a 46 diputados en el segundo. Tras un largo período de reflexión, Macron llegó a una conclusión luminosa: primero nombró a Michel Barnier, miembro del partido LR, para Matignon; más tarde, el 12 de diciembre pasado a Bayrou, presidente del Movimiento Demócrata (MoDem), cuyos 36 diputados (de 577) pertenecen a la coalición presidencial. Pero estos dos partidos no son ajenos a las excentricidades democráticas, ya que comparten con los socialistas la responsabilidad de haber hecho adoptar por vía parlamentaria un Tratado Constitucional Europeo casi idéntico al que los franceses habían rechazado mayoritariamente en el referéndum de mayo de 2005.

El omelette se desarma

Al nombrar al centrista y europeísta Bayrou para Matignon, el jefe del Estado espera resucitar este tipo de coalición: burguesa, con estudios superiores, de edad avanzada y buen cliente de la prensa que combate al “populismo”. El ex primer ministro Alain Juppé había definido de esta manera los contornos de esta coalición en 2015, en un momento en que los periodistas lo habían designado (erróneamente, como debe ser) como el gran favorito para las siguientes elecciones presidenciales: “Un día tal vez haya que pensar en cortar los dos extremos del omelette para que la gente sensata gobierne junta y deje de lado a los dos extremos, tanto a la derecha como a la izquierda, que no entendieron nada del mundo” (1). Sin embargo, como el centro del omelette se volvió menos carnoso y (todavía) menos apetitoso en los últimos diez años, la “gente sensata” tiene dificultades para encontrar con qué alimentar a una mayoría parlamentaria. De ahí los repetidos votos de censura. El 3 de diciembre, uno de ellos obligó al gobierno de Barnier a renunciar. Aunque el derrocamiento de un Primer Ministro por parte de los legisladores es tan democrático como la propia República, Macron, a quien no le gusta mucho que le lleven la contra, afirmó inmediatamente que los diputados habían formado “un frente antirrepublicano” contra él.

Cuando más tarde recibió en el Elíseo al conjunto de los líderes de los partidos, con excepción de los de la Agrupación Nacional (RN) y de La Francia Insumisa (LFI), el jefe del Estado se felicitó porque la reunión hubiera permitido alcanzar “una unanimidad de las fuerzas políticas para no depender más de la Agrupación Nacional”. Quizás había olvidado que unos meses antes uno de sus gobiernos había hecho votar una ley antiinmigración con los votos de la Agrupación Nacional, y que antes de elegir a Barnier como Primer Ministro, él mismo se había asegurado con la extrema derecha que ese gobierno no sería inmediatamente censurado. Como vemos, “el cordón sanitario”, “el arco republicano”, cambia de perímetro o de forma muy frecuentemente dado que la torpeza política de Macron le impone corregir constantemente los efectos repetidos de sus maniobras fallidas. Tiene que volver a poner manos a la obra cien veces más…

La Agrupación Nacional debe el anatema que cayó sobre ella a su voto favorable a la moción de censura presentada por la izquierda y los ecologistas del Nuevo Frente Popular (NFP). El “bloque burgués” pensó que no se atrevería a hacerlo. Pero lo hizo, y el gobierno Barnier cayó. Esta coalición de opuestos dio a los franceses al menos la oportunidad de calibrar en tiempo real la disposición a la mentira o a la propaganda del “bloque del centro” y de los medios de comunicación que lo apoyan. Porque desde las cadenas audiovisuales públicas de centroizquierda (France Inter, etc.) como desde las cadenas del Grupo Bolloré (CNews, Europe 1, etc.), pasando por los diarios del Grupo Dassault, la desolación mezclada con furia fue unánime. El voto de censura en el que “los extremos” habían mezclado sus votos impuros les pareció que anunciaba un desastre político, financiero y moral. Los medios de comunicación y sus favoritos se preguntaron entonces si el miedo al caos espantaría por fin a los franceses o si, más bien, su despreocupación no desnudaba, una vez más, la ceguera de un pueblo pendenciero, su incapacidad para captar el “arte del matiz” propio de las élites y forjar los “compromisos” que tan bien manejan los apacibles vecinos de Suiza o del otro lado del Rhin. Un acontecimiento completamente banal sintetizó el terror ambiente: Jean-Luc Mélenchon había asistido a la Asamblea Nacional para el voto de censura y había escuchado a varios legisladores, entre ellos a Marine Le Pen. BFMTV le dedicó toda una escena en modo thriller dentro de un documental, mientras CNews interrogaba en estos términos a un ministro de derecha cuyo gobierno acababa de ser derrocado: “Somos muchos los que tenemos muy vívida la imagen de Jean-Luc Mélenchon, de pie sobre el hemiciclo, observando su trabajo. ¿Cómo analizar esta imagen?”. Como a Nerón contemplando el incendio de Roma…

Pero los bomberos de una democracia apaciguada tenían que intervenir, y lo hicieron. Del lado de la izquierda, aleccionaron a los socialistas, el eslabón débil de la alianza del NFP. En France Inter, su radio favorita, Françoise Fressoz, el editorialista de Le Monde, les explicó (una vez más) que “quedarse detrás de la LFI es, en el fondo, traicionar a la democracia”. Pero concedió que “liberarse de ella es muy complicado”. Sin embargo, era necesario que el PS diera ese paso aliándose con el “centro”. Del lado de la derecha, Le Figaro Magazine reservó sus amonestaciones a la RN, que acababa de decepcionarla censurando a Barnier: “Nunca antes un gobierno había tratado al partido de Marine Le Pen con tantas contemplaciones, aceptando varias de sus demandas para los proyectos de leyes financieras de 2025 o preparando un proyecto de ley de inmigración alineado con el que sostuvieron los diputados de la RN a principios de año. Pero resulta que Marine Le Pen y Jordan Bardella eligieron la política de lo peor” (2), suspiraba Guillaume Roquette.

Sin embargo, cada cual estaba advertido. Con una escrupulosa honestidad garantizada por su formación en la Escuela Politécnica, ingeniera de puentes, prefecta, presidenta de la RATP, ministra de Trabajo, Empleo e Integración y Primera Ministra, la dirigente macronista Élisabeth Borne anunciaba antes de la votación: “Si se censura el presupuesto de la Seguridad Social, esto quiere decir que el 1º de enero su tarjeta Vitale dejará de funcionar. Significa que las jubilaciones no van a ser depositadas. Significa que, al cabo de un tiempo, los funcionarios ya no cobrarán” (3). El 1º de enero, la tarjeta Vitale funcionará, las jubilaciones se pagarán. Y Borne no podrá atribuir su operación de desinformación a Elon Musk, Rusia, Irán o Al Qaeda. Pero Borne ha sido elegida ministra de Educación.

Las tasas de interés y el riesgo de un pánico financiero fueron objeto de otra campaña de locura colectiva. Entre el pasado mes de junio y el día después del voto de censura, el diferencial de las tasas a diez años entre Alemania y Francia pasó del 0,45% al 0,76%. Es decir, poca cosa. Eso no impidió que la publicación semanal Le Point –entre cuyos lectores hay muchos rentistas conservadores– diera esta (tranquilizadora) noticia bajo el titular (alarmista) “Fuerte oleada en los diferenciales” (12 de diciembre de 2024). Sin embargo, en el momento en que los comentaristas franceses atribuían la (ligera) caída del euro al derrocamiento del gobierno Barnier, The Wall Street Journal –que no se anda con bromas cuando se trata de dinero– la veía más bien como la consecuencia de las medidas proteccionistas que anunciaba Donald Trump.

Más allá de sus cantinelas sobre “la cultura de la confrontación” (mala) y “el espíritu de compromiso” (bueno), los partidos de centro y sus seguidores persiguen el mismo objetivo desde hace varios años: que los socialistas, y si es posible los ecologistas, se enfrenten a los insumisos para poder concertar compromisos con los macronistas. Semejante recorte del “omelette” electoral y legislativo barajaría de nuevo las cartas dentro de la izquierda y provocaría el estallido del NFP. Ya la perspectiva de una elección presidencial peligrosa, en la que los diferentes partidos que la componen prácticamente excluyeron presentar un candidato común, lleva a cada uno de ellos a iniciar su propia estrategia sin preocuparse demasiado por las preferencias del resto.

El atlantismo como cemento

En consecuencia, las “líneas rojas” del NFP están yendo hacia el naranja. Olivier Faure, secretario nacional del PS, que ya bajó sus exigencias del verano pasado, jura que su pragmatismo será más eficaz que la agitación impotente de sus (¿ex?) socios insumisos: “Queremos conquistas ahora, no dentro de dos o tres años. Si conseguimos el 30% del programa, ya está bien. Hay gente para la que eso cuenta”(Le Nouvel Obs, 12 de diciembre de 2024). Ni el abandono de la reforma de las jubilaciones ni el restablecimiento del impuesto sobre el patrimonio parecen figurar en su mínimo tercio de reivindicaciones sostenidas. De ahí la siguiente ironía: los que están más cerca de Macron porque no quieren la renuncia del Presidente de la República se encaminan hacia el artesano del caos para evitar el caos, quien no deja de rechazarlos una y otra vez.

¿Qué otro proyecto podría reunirlos? La presidenta de la Asamblea Nacional, Yaël Braun-Pivet, hizo un cálculo: “Si sumamos la base común, Juntos [Ensemble pour la République], MoDem, Horizons, la Derecha Republicana, LIOT [un grupo de diputados independientes] y el PS, llegamos a 299 diputados, es decir, la mayoría”. Su sumatoria excluye al Partido Comunista Francés (PCF) y a los Ecologistas. Pero sigue los contornos de la mayoría de los eurodiputados franceses que, el 18 de julio pasado, reeligieron a Ursula von der Leyen como Presidenta de la Comisión Europea. Con el pretexto de “bloquear a la extrema derecha”, los socialistas, copresididos por Raphaël Glucksmann, formaban parte de esta mayoría, pero no los Insumisos ni los Verdes (los comunistas franceses no tienen miembros electos en el Parlamento Europeo).

Ahora bien, esta cuestión europea podría pesar mucho en los próximos meses. Marcó a la Cuarta República, gobernada por una “tercera fuerza” (derecha liberal, demócratacristianos, socialistas) que excluía los dos extremos del omelette comunista y gaullista. El atlantismo y la Guerra Fría dieron origen a esta inestable coalición en 1947. Jean-Louis Bourlanges, miembro del MoDem y antiguo presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Asamblea Nacional francesa, acaba de referirse a ella para designar un modelo de coalición seguro de poder recomponer el paisaje político. ¿El objetivo? Luchar contra “la sumisión a Putin” que tentaría a varios Estados europeos. “Si nos balanceamos hacia el campo de la complacencia a Putin y el rechazo a la profundización europea –advirtió en France Inter el 6 de diciembre pasado, – será todo el equilibrio geopolítico del continente europeo el que se va a balancear […] La variable esencial son los socialistas. Tienen que tomar la decisión correcta. Ya lo hicieron en el pasado […] Fueron solidarios con Occidente”. Pero está preocupado: “Algunos de ellos tienden ahora a inclinarse por las opciones de la LFI. Ahora bien, si los socialistas caen del lado equivocado, caeremos todos”.

Al implicarse cada día más en la cuestión ucraniana, ¿espera Macron encontrar el cemento religador de una coalición semejante con los socialistas más atlantistas? La “profundización” de la integración en la UE excluiría sólo a la RN y a la LFI, pero es probable que los comunistas o ciertos ecologistas tampoco estén muy tentados de hacer del rearme europeo y de la lucha contra Rusia su gran objetivo para los próximos años. Sería más costoso todavía en la medida en que Estados Unidos tiene la intención de liberarse de ello. “Gastar más en defensa significa gastar menos en otras prioridades”, concluyó Mark Rutte. ¿Pero cuáles serían otras prioridades? El Secretario General de la Alianza Atlántica cita “los sistemas jubilatorios, de salud y de seguridad social” (4). 

¿Gastar entonces menos en jubilaciones y salud y más en el ejército? Antes de inspirarse en los consejos sagaces de Rutte, más valdría aprender de la primera caída de un gobierno francés desde 1962 . Duró sólo 3 meses. Porque si no es capaz de expandir la coalición, Bayrou no será ya Primer Ministro a mitad de año.

1. Le Point, París, 1º de enero de 2015.

2. Guillaume Roquette, “Le choix du pire”, Le Figaro Magazine, París, 6 de diciembre de 2024.

3. LCI, 24 de noviembre de 2024.

4. Philippe Jacqué, “Mark Rutte presse les Européens d’accroître leur budget militaire”, Le Monde, 14 de diciembre de 2024.

*Integrante de la redacción de Le Monde diplomatique. Director del periódico entre 2008 y enero de 2023.
Traducción: Merlina Massip

Información adicional

Impopularidad récord, sucesión de fracasos
Autor/a: Serge Halimi*
País: Francia
Región: Europa
Fuente: Le Monde diplomatique, enero 2025
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