A propósito de la clasificación de revistas, grupos e investigadores, realizada por Colciencias cada año, este artículo critica la ideología del rendimiento con que tal institución ha sometido la investigación en el país, generando como resultado no sólo la mecanización de los ritmos vitales del investigador, sino la banalización de los fines de la investigación, de la crítica y del papel de la filosofía.
Todos los años es lo mismo: investigadores de todas las ciencias, pero en especial los de las llamadas ciencias sociales, angustiados por la clasificación dada por Colciencias a sus grupos de investigación y a ellos mismos como investigadores. No es para menos, de tal clasificación dependen desde las movilidades nacionales e internacionales para socializar la investigación e intercambiar con pares, y consiguientemente, hacer co-crecer el conocimiento, hasta la obtención de presupuesto para los grupos de investigación, pasando por su propia estabilidad laboral en las universidades.
Es un verdadero calvario. Si no se logra una buena clasificación, no se obtienen recursos para nuevas investigaciones, no hay comunidad científica y hasta puede perderse el empleo. Lo cierto es que a pesar de muchos esfuerzos, la investigación en el país no despunta. Esta es, en pocas palabras, la dictadura de Colciencias, apoyada, como toda dictadura, en una burocracia asfixiante que mata la creatividad y la libertad, al apostarle de manera preponderante a la investigación útil, al hacerla depender sólo de los intereses de las grandes compañías, sometiendo la investigación y sus resultados al mercado.
Una consecuencia de la ciega sumisión de la investigación a los requerimientos de la empresa, es lo que en el mundo ha sucedido con las farmacéuticas: le pagan a las universidades o tienen sus propios centros de investigación, forzando los resultados y ocultando los efectos secundarios de las drogas, lo que no sólo genera daños en la salud de los pacientes, sino que pervierte los fines éticos y sociales de la ciencia misma. En estos casos, los científicos se convierten en apéndices de las necesidades financieras de sus patrocinadores, pasando por alto la ética de la profesión.
La ciencia y la investigación deben, ciertamente, dar respuestas a las necesidades de las sociedades, solucionar retos productivos, buscar la eficiencia para reducir los daños ambientales, etcétera, sin embargo, lo que no es aceptable es que la investigación dependa exclusivamente de las necesidades del mercado, de las multinacionales y de las empresas. La razón es sencilla: esa lógica sólo busca resultados inmediatos, atentando contra la investigación autónoma, desinteresada y libre, investigación que a futuro (los resultados no son siempre inmediatos) puede ofrecer grandes beneficios y generar grandes oportunidades para el conjunto social, la empresa privada también ahí considerada. La investigación libre, aquella que toma tiempo, requiere presupuesto; aquella que nace de la intuición y de la creatividad, deben mantenerse en las universidades, sin estar sometida al pragmatismo y al eficientismo ciego. Pensar lo contrario, no es más que una miopía interesada que desconoce los procesos propios de la creación y el desarrollo científico, donde, como decía Einstein, la imaginación juega un rol fundamental.
La lógica según la cual la investigación debe financiarse cada vez más con recursos privados, fomenta la dependencia de las universidades del mercado y, por consiguiente, limita la libertad de investigación y hasta la creatividad. A la vez, es la manera como el Estado se desentiende de la inversión en investigación, tal como se prevé para el año 2018. Es curioso que Colombia desee ingresar a la Ocde y pretenda ser el país más educado, reduciendo justamente la inversión en ciencia y tecnología. Podemos prever desde ahora el fracaso de esa política, a la vez que la profundización de la dependencia tecnológica y científica del país. Así las cosas, el horizonte del desarrollo, y de la reivindiacada soberanía, está cada vez más distante.
Fordismo filosófico y pensamiento crítico
Como han denunciado hasta la saciedad los pensadores sociales, Colciencias ha privilegiado el conocimiento útil al conocimiento humanístico. La gran cantidad de becas en el país, así como el presupuesto, está invertido en las ciencias duras, dejando de lado los saberes humanísticos. Sin embargo, aquí Colciencias erra de nuevo, pues no se trata de privilegiar uno u otro, sino de plantear una política integral. El país necesita tanto de la investigación de punta, productiva, como de las humanidades. El desarrollo científico no va en contra del humanismo. Todo lo contrario, una buena dosis de humanismo contribuye a una ética científica preocupada por los efectos sociales de la investigación así como por el florecimiento y consolidación de la ética profesional. La crisis actual de la justicia, el llamado cartel de la toga, es muestra de la indigencia de la formación ética de los abogados y de la ausencia de una ética fuerte de la profesión con responsabilidad social y amor a lo público. En suma, ausencia de reflexión humanística en el país en relación con las profesiones.
Colciencias debe entender algo elemental: las sociedades no sólo viven de ciencia… también requieren de grandes mitos, ideales, esperanzas y utopías. La ciencia poco puede decir sobre la justicia, la honradez, la ética, la responsabilidad, la paz, el respeto, la convivencia y, evidentemente, sobre la corrupción que nos azota como sociedad. El odio que respira gran parte de la sociedad colombiana, no dispuesta a perdonar y a convivir con el Otro, no se cura con la ciencia, sino con las humanidades y la filosofía. Éstas ayudan al conocimiento de nuestra historia, de lo que somos, y ayudan también a proyectar un futuro distinto, donde las diferencias sean vistas de manera productiva, donde se entienda que el rencor corroe el alma y las entrañas e impide avanzar. La ciencia, decía el maestro Darío Botero Uribe, ocupa un espacio mínimo dentro de toda la complejidad de la vida y la convivencia humanas.
En este sentido, es lamentable lo que ocurre con la filosofía en la educación secundaria en Colombia: cada vez más se la reduce y excluye del espacio social, como si la sociedad no necesitara pensar y reflexionar. Lo preocupante de esta realidad, es que las políticas y los sistemas métricos de Colciencias, contribuyen a una depreciación y des-cualificación de la disciplina, pues matan su libertad, creatividad e independencia: es lo que he llamado el taylorismo y el fordismo filosóficos. En el primer caso, la academia filosófica ha adoptado la racionalización del trabajo, los tiempos, la regulación de la investigación, igualando al filósofo o profesor de filosofía a un “orangután amaestrado”, para usar en esta analogía la expresión del ingeniero y economista Frederick Taylor. Aquí, el filósofo es un obrero más, cuyos ritmos vitales y espirituales están sometidos al paradigma de la organización. Así se cae en la jaula de hierro, que aniquila la vida y con ella el espíritu. La consecuencia lógica y práctica del taylorismo filosófico, es el fordismo filosófico, posible sólo por el paradigma de la organización y el control del trabajo del profesor. El fordismo, categoría aceptada para la sociología del trabajo y la producción, y que describe la producción en serie, inspirada por el empresario Henry Ford, sirve para describir no sólo la industria cultural consumista, sino lo que en el campo académico puede denominarse como paperfordismo o “producción serializada de artículos para ser publicados en revistas indexadas, cuyo fin es la mejor categorización del investigador, los grupos de investigación y las universidades”.
Lo que hay que advertir es que el taylorismo y el fordismo filosóficos igualan la reflexión y la investigación filosófica con el trabajo mecánico y repetitivo del que habló Marx, convirtiendo artículos, libros y conferencias, en cifras, en mercancía y en cosa, sin advertir siquiera la pertinencia, y en muchos casos, hasta su calidad. Creo que estas prácticas están matando el sosiego del filósofo, lo están lanzando vertiginosamente a la sociedad velocífera en la cual el afán mata la filosofía, pues el afán es enemigo del pensar, y quien no piensa queda reducido a una pieza más del engranaje, perdiendo la visión total del cuadro, como pensaba Nietzsche.
En conclusión, cuando Colciencias no diferencia en sus sistemas de medición entre la investigación en artes, ingeniería o filosofía, está produciendo un allanamiento que termina con la falta de autonomía y libertad que se traduce en un asesinato de la imaginación, la creatividad y el pensamiento crítico. Todo un desastre para el pensamiento, la investigación y la docencia, con malos augurios para el futuro por construir para nuestro país.