Cómo cambiar el curso de la historia humana (al menos, la parte que ya pasó)

Lo curioso del libro de Flannery y Marcus es que solo con el nacimiento de los Estados e imperios aporta en realidad alguna evidencia arqueológica. Todos los momentos claves en su relato de la “creación de la desigualdad” se basan en cambio en descripciones relativamente recientes de recolectores, pastores y agricultores a pequeña escala, como los hadza del Rift de África Oriental o los nambikwara de la selva amazónica. Los relatos de tales “sociedades tradicionales” se tratan como si fueran ventanas al pasado paleolítico o neolítico. El problema es que no lo son. Los hadza o nambikwara no son fósiles vivientes. Han estado en contacto con Estados e imperios agrarios, asaltantes y comerciantes durante milenios, y sus instituciones sociales se moldearon decisivamente a través de intentos de involucrarse con ellos o evitarlos. Solo la arqueología puede decirnos qué tienen en común, si es que tienen algo, con las sociedades prehistóricas. Entonces, aunque Flannery y Marcus brindan todo tipo de ideas interesantes sobre cómo podrían surgir las desigualdades en las sociedades humanas, nos dan pocas razones para creer que así fue como en realidad sucedió.

Por último, consideremos el libro de Ian Morris Cazadores, campesinos y carbón: una historia de los valores de las sociedades humanas. Morris persigue un proyecto intelectual un tanto diferente: hacer que los hallazgos de la arqueología, la historia antigua y la antropología entren en diálogo con el trabajo de economistas como Thomas Piketty sobre las causas de la desigualdad en el mundo moderno o la obra de Sir Tony Atkinson Desigualdad: ¿qué podemos hacer? que está más orientada a la política pública. De acuerdo con Morris, el “tiempo profundo” de la historia humana tiene algo importante que decirnos sobre tales preguntas, pero solo si primero establecemos una medida uniforme de desigualdad aplicable a lo largo de todo este lapso. Esto lo logra traduciendo los “valores” de los cazadores-recolectores de la Edad de Hielo y los agricultores del Neolítico en términos familiares para los economistas actuales y luego usándolos para establecer los coeficientes de Gini o índices formales de desigualdad. En lugar de las desigualdades espirituales que destacan Flannery y Marcus, Morris nos da una visión materialista sin arrepentimientos, dividiendo la historia humana en las tres grandes “C” de su título, dependiendo de cómo canalicen el calor. Todas las sociedades, sugiere, tienen un nivel “óptimo” de desigualdad social, un “nivel de burbuja” incorporado para usar el término de Picketty y Wilkinson, que es apropiado para su modo predominante de extracción de energía.

En un artículo publicado en 2015 en el New York Times, Morris incluso nos da números, ingresos primordiales cuantificados en dólares norteamericanos y fijos a los valores de la moneda de 1990[1]. Asume, también, que los cazadores-recolectores de la última Edad de Hielo vivían principalmente en pequeñas bandas móviles. Como resultado, sugiere que consumían muy poco, el equivalente a alrededor de $1,10 por día. En consecuencia, también disfrutaron de un coeficiente de Gini de alrededor de 0,25, es decir, lo más bajo posible, ya que había poco excedente o capital para que cualquier aspirante a élite pudiera agarrarlo. Las sociedades agrícolas (y para Morris esto incluye todo, desde la aldea neolítica de 9000 años de antigüedad de Çatalhöyük hasta la China de Kublai Khan o la Francia de Luis XIV) tenían una mayor población y estaban en mejores condiciones, con un consumo promedio de $1,50 – $2,20 / día por persona y una propensión a acumular excedentes de riqueza. Pero la mayoría de la gente también trabajaba más duro y en condiciones muy inferiores, por lo que las sociedades agrícolas tendían a niveles de desigualdad mucho más altos.

Las sociedades basadas en combustibles fósiles deberían haber cambiado todo eso al liberarnos de la monotonía del trabajo manual y devolvernos a coeficientes de Gini más razonables, más cercanos a los de nuestros antepasados cazadores-recolectores, y por un tiempo parecía que esto estaba comenzando a suceder, pero por alguna extraña razón, que Morris no termina de comprender, las cosas se invirtieron otra vez y la riqueza volvió a ser absorbida por una pequeña élite global:

Si los giros y vueltas de la historia económica durante los últimos 15 000 años y la voluntad popular sirven de guía, el nivel “correcto” de desigualdad de ingresos después de impuestos parece estar entre 0,25 y 0,35, y el de desigualdad de riqueza entre 0,70 y 0,80. Muchos países están ahora en o por encima de los límites superiores de estos rangos, lo que sugiere que el Sr. Piketty tiene razón al prever problemas.

¡Al parecer son necesarios algunos retoques tecnocráticos importantes!

Dejemos a un lado las prescripciones de Morris y concentrémonos en una sola cifra: el ingreso paleolítico de $1,10 diarios. ¿De dónde viene exactamente? Es probable que los cálculos tengan algo que ver con el valor calórico de la ingesta diaria de alimentos. Pero si comparamos esto con los ingresos diarios de hoy, ¿no tendríamos que tener en cuenta todas las otras cosas que los recolectores paleolíticos obtuvieron gratis, pero por la que nosotros tendríamos que pagar, como seguridad gratuita, resolución de disputas gratuita, educación primaria gratuita, cuidado gratuito de ancianos, medicina gratis, sin mencionar los costos de entretenimiento, música, narración de cuentos y servicios religiosos? Incluso cuando se trata de alimentos, debemos tener en cuenta la calidad: después de todo, aquí hablamos de productos 100% orgánicos de corral, regados con la más pura agua de manantial natural. Gran parte de los ingresos contemporáneos se destinan a hipotecas y alquileres. Pero tenga en cuenta las tarifas para acampar en lugares paleolíticos privilegiados a lo largo del Dordoña o el Vézère, sin mencionar las clases nocturnas de alto nivel en pintura rupestre naturalista y talla de marfil, y todos esos abrigos de piel. Seguramente todo esto debe costar mucho más de $1,10/día, incluso en dólares de 1990. No en vano, Marshall Sahlins se refirió a los recolectores como “la sociedad próspera original”. Tal vida hoy no sería barata.

Es cierto que todo esto es un poco tonto, pero ese es el punto: es inevitable llegar a cosas tontas, y también deprimentes, si se reduce la historia mundial a los coeficientes de Gini. Morris al menos siente que algo está torcido con los galopantes aumentos de la desigualdad global en los tiempos recientes. Por el contrario, el historiador Walter Scheidel ha llevado las lecturas de la historia humana al estilo de Piketty a su última y miserable conclusión en su libro de 2017 El gran nivelador: violencia e historia de la desigualdad desde la Edad de Piedra hasta el siglo XXI, concluyendo que en realidad no hay nada que podamos hacer sobre la desigualdad. La civilización siempre pone a cargo a una pequeña élite que se lleva una porción del pastel cada vez más grande. Solo las catástrofes han sido exitosas en removerlos: las guerras, pestes, reclutamiento masivo, sufrimiento y muerte al por mayor. Las medias tintas nunca funcionan. Entonces, si no quieres volver a vivir en una cueva o morir en un holocausto nuclear (que es posible que también termine con los sobrevivientes viviendo en cuevas), tendrás que aceptar la existencia de Warren Buffett y Bill Gates.

¿La alternativa liberal? Flannery y Marcus, quienes se identifican abiertamente con la tradición de Jean-Jacques Rousseau, finalizan su encuesta con la siguiente sugerencia útil:

Una vez abordamos este tema con Scotty MacNeish, un arqueólogo que había pasado 40 años estudiando la evolución social. ¿Cómo podría hacerse más igualitaria la sociedad?, nos preguntábamos. Después de consultar brevemente a su viejo amigo Jack Daniels, MacNeish respondió: “Ponga a los cazadores y recolectores a cargo”.

3.            Pero, ¿en realidad nos precipitamos hacia nuestras cadenas?

Lo más extraño de estas evocaciones interminables del estado de naturaleza inocente de Rousseau, y la caída en desgracia, es que el propio Rousseau nunca afirmó que el estado de naturaleza en realidad sucedió. Todo fue un experimento mental. En su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754), donde se origina la mayor parte de la historia que hemos contando (y vuelto a contar), escribió:

…no hay que tomar las investigaciones que se puedan emprender sobre este tema por verdades históricas, sino por razonamientos hipotéticos y condicionales; más aptos para esclarecer la naturaleza de las cosas, que para manifestar su verdadero origen.

El “estado de naturaleza” de Rousseau nunca fue pensado como una etapa de desarrollo. No se suponía que fuera un equivalente a la fase de “salvajismo” que abre los esquemas evolutivos de filósofos escoceses como Adam Smith, Ferguson, Millar o Lewis Henry Morgan después. Estos otros estaban interesados en definir niveles de desarrollo social y moral, correspondientes a cambios históricos en los modos de producción: forrajeo, pastoreo, agricultura, industria. Por el contrario, lo que presentó Rousseau es más una parábola. Como lo enfatizó Judith Shklar, renombrada teórica política de Harvard, Rousseau realmente estaba tratando de explorar lo que él consideraba la paradoja fundamental de la política humana: que nuestro impulso innato por la libertad de alguna manera nos lleva, una y otra vez, a una “marcha espontánea hacia la desigualdad”. En las propias palabras de Rousseau: “Todos corrieron al encuentro de sus cadenas creyendo asegurar su libertad; porque, aun teniendo bastante inteligencia para ver las ventajas de un establecimiento político, no poseían la suficiente experiencia para prever sus peligros”. El estado de la naturaleza imaginario es solo una forma de ilustrar el punto.

Rousseau no era un fatalista. Él creía que lo que los humanos hacen, lo podían deshacer. Podríamos liberarnos de las cadenas; solo que no sería fácil. Shklar sugiere que la tensión entre “posibilidad y probabilidad” (la posibilidad de la emancipación humana, la probabilidad de que todos nos volvamos a colocar en alguna forma de servidumbre voluntaria) fue la fuerza central de los escritos de Rousseau sobre la desigualdad. Todo esto puede parecer un poco irónico ya que, después de la Revolución Francesa, muchos críticos conservadores responsabilizaron al propio Rousseau por la guillotina. Insistían en que fue justo la fe ingenua de Rousseau en la bondad innata de la humanidad y su creencia en que los intelectuales podrían imaginar un orden social más igualitario y luego imponerlo por la “voluntad general”, lo que llevó al Terror. Pero muy pocas de esas antiguas figuras ahora ridiculizadas como románticas y utópicas eran en realidad tan ingenuas. Karl Marx, por ejemplo, sostenía que lo que nos hace humanos es nuestro poder de reflexión imaginativa (a diferencia de las abejas, imaginamos las casas en las que nos gustaría vivir y solo entonces nos ponemos a construirlas), pero también creía que no se podía proceder de la misma manera con la sociedad y tratar de imponer el modelo de un arquitecto. Hacerlo sería cometer el pecado del “socialismo utópico”, por el que no sentía más que desprecio. En cambio, los revolucionarios deben tener una idea de las fuerzas estructurales más grandes que dieron forma al curso de la historia mundial y aprovechar las contradicciones subyacentes: por ejemplo, es un hecho que los dueños de las fábricas individuales necesitan fortalecer a sus trabajadores para competir, pero si todos son demasiado exitosos al hacerlo, nadie podrá permitirse lo que las fábricas producen. Sin embargo, tal es el poder de dos mil años de escrituras, que incluso cuando los realistas empedernidos comienzan a hablar sobre la vasta extensión de la historia humana, recurren a alguna variación del Jardín del Edén: la Caída en desgracia (por lo general, como en el Génesis, debido a una imprudente búsqueda del Conocimiento); la posibilidad de la Redención futura. Los partidos políticos marxistas desarrollaron rápidamente su propia versión de la historia, fusionando el estado de la naturaleza de Rousseau y la idea de la Ilustración escocesa de las etapas de desarrollo. El resultado fue una fórmula para la historia mundial que comenzó con el “comunismo primitivo” original, superado por los albores de la propiedad privada, pero algún día destinado a regresar.

Debemos concluir que los revolucionarios, a pesar de todos sus ideales visionarios, no tienden a ser muy imaginativos, en especial cuando se trata de vincular pasado, presente y futuro. Todos siguen contando la misma historia. No es una coincidencia que hoy en día, los movimientos revolucionarios más vitales y creativos en los albores de este nuevo milenio (los zapatistas de Chiapas y los kurdos de Rojava son solo los ejemplos más obvios) son aquellos que se arraigan al mismo tiempo en un pasado tradicional profundo. En lugar de imaginar una utopía primordial, pueden recurrir a una narrativa más variada y complicada. De hecho, parece haber un reconocimiento cada vez mayor en los círculos revolucionarios, de que la libertad, la tradición y la imaginación siempre han estado y siempre estarán entrelazadas en formas que no entendemos por completo. Ya es hora de que el resto de nosotros nos pongamos al día y comencemos a considerar cómo podría ser una versión no bíblica de la historia humana.

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