Cuando se recorren las góndolas de las catedrales del consumo, la racionalidad deja paso a los impulsos que comienzan a dominar las decisiones de quien compra. Al final del recorrido encontrará en su carrito unas cuantas mercancías que había ido a comprar y otras tantas que las introdujo en el carro simplemente por impulso, por imitar a los demás y, probablemente, por aburrimiento.
Sabemos que desde hace cierto tiempo los comportamientos electorales tienen bastante en común con las actitudes que rigen en los momentos de compra. La mercadotencia electoral y la comercial son exactamente las mismas. No existe una tecnología de ventas para los jabones y otra para las camisas. Es la misma lógica aplicada a dos objetos distintos. Así de sencillo.
Como también sabemos, el mayor gasto electoral de los partidos no consiste en la elaboración de programas, en la formación de sus militantes, en la creación de un discurso coherente que establezca un hilo entre los objetivos y el proceso electoral en el que participan. No, la casi totalidad de los fondos se consumen en mercadeo, en vender un candidato/producto determinado. En ese sentido, la técnica del mercadeo es la misma para vender los candidatos Lasso o Moreno en Ecuador, o Uribe y Santos en Colombia, por colocar otro ejemplo, no importa si el producto es de derecha o de izquierda.
Las más extremas diferencias políticas se disuelven en el mercadeo electoral.
Así las cosas, qué sentido tiene defender un voto porque sea útil. ¿Porque los demás son inútiles? En realidad, la defensa del llamado voto útil se resume en que se estima que será un voto mayoritario, mientras el voto inútil es minoritario o marginal.
Decir que un voto es útil porque habrá mucha gente que vote al mismo candidato, es tanto como decir que la marca XX de jabones es buena porque muchas amas de casa la están llevando. Así de simple es el mercadeo electoral y, muy en particular, la cuestión del voto útil.
Sin embargo, hay un detalle más, propio del ambiente electoral que confiere al voto útil algunas particularidades. La principal es la ambición hegemónica, que defiende de modo subliminal (como las buenas publicidades) que cierta opción es la única aceptable, la única que puede satisfacer ciertas demandas del elector. Todo lo que no sea útil, a nivel del voto, merece ser descartado. En suma, la propia formulación del voto útil muestra un afán de marginar a los diferentes, que no tienen nada que hacer en un terreno donde sólo cuenta lo que es útil. Por lo tanto, ¡fuera los inútiles!
La formulita del voto útil seguro la inventó alguien más avieso, con mayor picardía aún que los especialistas en marketing. Me refiero, claro, a los políticos profesionales, o sea electorales, aves de rapiña sagaces, implacables. Su objetivo no es ni cumplir sus promesas ni siquiera llegar a triunfar, sino algo mucho más ambicioso: que en el sector político e ideológico que han tomado como eje de su mercadeo, nadie les haga sombra.