Bruselas desconfía de Moscú. Pero el temor y el error de los europeos no consisten tanto en haber creído en la palabra de Vladimir Putin sino en haber imaginado que podían no cumplir con la suya sin que esto tuviera consecuencias. Así, no es en Moscú donde deben buscarse los riesgos de un estallido general en Europa.
“Francia no es una isla”, advirtió Emmanuel Macron el pasado 20 de febrero en las redes sociales. “Estrasburgo y Ucrania se encuentran a unos 1.500 kilómetros de distancia; no están muy lejos”. Primero, el Donbass, ¿después, Alsacia? El alarmismo sobreactuado del Presidente francés quizá hizo sonreír a su ministro de Defensa, Sébastien Lecornu, quien –como la mayoría de las personas sensatas– descartó este escenario: “Como es lógico, puesto que somos una potencia con armas nucleares no estamos en la misma situación que un país que carece de ellas” (1). Su predecesor, Hervé Morin, se preguntaba en Le Journal du Dimanche del 9 de marzo: “¿Es realmente necesario que preocupemos en exceso a nuestros compatriotas diciéndoles grosso modo que Rusia representa la mayor amenaza para las fronteras de Francia?”.

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