Con la gloria de haber sido electo con tres millones de sufragios menos que su oponente, el presidente Donald Trump eligió Arabia Saudita para denunciar desde allí la ausencia de democracia… en Irán. Luego, en Miami, frente a los sobrevivientes de una fallida operación militar organizada en abril de 1961 por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) contra el gobierno de Fidel Castro, utilizó el pretexto de la “libertad del pueblo cubano” para justificar el refuerzo de las sanciones estadounidenses contra la población de la isla.
En materia de celebración equívoca de la democracia, el ciclo electoral francés que acaba de finalizar no es tan patético como esos dos ejemplos, pero tiene algunas similitudes. En un principio, las elecciones primarias designaron los candidatos de los dos partidos dominantes. Pero ambos fueron eliminados ya en la primera vuelta electoral por Emmanuel Macron, que supo combinar palabras huecas, lindas imágenes y un sólido apoyo de los medios. Como el electorado le puso como rival de la segunda vuelta una candidata de extrema derecha odiada por dos tercios de los franceses, el triunfo final de Macron estaba asegurado. Lo único que le faltaba al nuevo presidente para “que pueda gobernar”, era una mayoría de diputados ampliamente desconocidos, pero provenientes de las clases acomodadas (ni un solo obrero, 46 empresarios) y que deberán guardarle gratitud. Milagro de las modalidades electorales: la política neoliberal que defiende Macron había obtenido el aval de sólo el 44,02 por ciento de los votos en la primera vuelta de la presidencial (1), pero en la Asamblea Nacional podrá contar con el 90 por ciento de los diputados (2).
Despolitización y desmovilización
Nunca antes en la historia del sufragio universal en Francia una elección legislativa registró tanta abstención (más del 56%, contra un 16% en 1978…). Ese resultado lamentable, a la estadounidense, cierra una campaña nacional casi inexistente, con el fondo de los affaires, a menudo secundarios. Un Watergate de pequeño calibre que los medios repiten hasta el hartazgo, como para limpiar su nombre luego de haber ayudado al ascenso del nuevo presidente. Cuando las preguntas políticas que se formulan se reducen a un inventario comparado de las transgresiones personales de los políticos, no debería sorprender que entre los diputados electos se cuenten tantos primerizos. Estos, hasta pueden estar dispuestos a sacar a la luz las apariencias menos relucientes del sistema, pero se muestran poco decididos a poner en tela de juicio las medidas económicas estratégicas (3), aquellas que dejan en manos del Ejecutivo y de la Comisión Europea.
Los empujones, seguidos de un leve malestar que sufrió una candidata monopolizaron las noticias en radio y televisión durante tres días, en competencia con una novedad inesperada en un “caso” criminal de hace más de treinta años. Política europea, crisis de la deuda griega, estado de urgencia en Francia, participación militar francesa en África y en Medio Oriente: de eso, en cambio, no se habló casi nunca. Eso que Pierre Bourdieu llamaba una “política de despolitización y de desmovilización” acaba de obtener una gran victoria, pero la batalla recién comienza… n
1. Total obtenido sumando los votos de Emmanuel Macron y de François Fillon. Todos los otros candidatos habían denunciado esa política.
2. Dado que también algunos diputados socialistas piensan mostrarse “constructivos”.
3. Ver Razmig Keucheyan y Pierre Rimbert, “Le carnaval de l’investigation”, Le Monde diplomatique, París, mayo de 2013.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Carlos Alberto Zito