¿Hacía un marxismo transhumanista?

Más allá de las indiscutibles concurrencias entre el capitalismo y transhumanismos, ¿Es posible poner a dialogar la corriente más avanzada de la tecnociencia con el método de análisis y síntesisi socioeconómico de Marx?

Nada parece estar más en las antípodas que el marxismo y el transhumanismo, dos campos que casi nunca convergen a no ser para criticarse recíprocamente. En los tiempos actuales, y ante el embate de las ciencias y la tecnología en la esfera de lo humano, ha surgido una serie de expresiones como transhumanismo, antihumanismo, metahumanismo y posthumanismo que generan confusión entre muchos. Para los efectos de este artículo, entendemos transhumanismo como un movimiento cultural e intelectual que afirma la posibilidad y el deseo de mejorar fundamentalmente la condición a través de la aplicación de la razón, especialmente mediante el desarrollo y la oferta generalizada de tecnologías que elimine el envejecimiento y que mejoren en los humanos el desempeño intelectual, físico, así como sus capacidades psicológicas.

Cuando ya se anunciaba el final de las utopías aparece una nueva: el transhumanismo con su visión de acelerar la evolución humana a niveles insospechados, a la vez de alejarse de los efectos indeseados y no necesarios de la condición humana, entre ellos el sufrimiento y la enfermedad. La preocupación colateral es que esta evolución hacia el transhumanismo –con la implícita pero conspicua presencia de la inteligencia artificial– lleve, más pronto que tarde, en el actual mercado del fetichismo de la mercancía y de la progresiva abstracción capitalista del trabajo, a un inexorable horizonte del “hombre sin cualidades” esbozado hace cien años por Robert Musil en su gigantesca novela de titulo afín.

Entre los numerosos teóricos y defensores del transhumanismo aparece, entre otros, el científico Ray Kurzweil, que, a la vez de haber sido un alto directivo de Google, ha venido desde hace 20 años predicando las bondades de llevar al ser humano –y a las máquinas–, a niveles de desarrollo superiores hasta alcanzar en un futuro muy cercano, lo que el denomina “singularidad”, el punto de inflexión en donde las máquinas han superado al ser humano en sus capacidades y convergen en un solo ser, de allí el concepto de singularidad.

En La era de lo máquina espiritual Kurzweil presentó el audaz argumento de que con la tasa cada vez más acelerada del cambio tecnológico, las computadoras rivalizarían con toda la gama de la inteligencia humana en su mejor momento. Después, en La singularidad está cerca, afirmó que el siguiente paso en esta evolución es la unión de humanos y máquinas, donde el conocimiento y las habilidades integradas en nuestros cerebros se combinarán con la capacidad y la capacidad de compartir conocimientos de nuestras propias creaciones. La fusión, aduce Kurzweil, es la esencia de la singularidad, la era en la que nuestra inteligencia se convertirá en algo cada vez menos biológico y billones de veces más poderoso de lo que es hoy: es decir, el supuesto amanecer de una nueva civilización que nos permitiría trascender las limitaciones biológicas y amplificar nuestra creatividad.

La implicación ética (y política) de lo anterior es que, mediante el crecimiento exponencial de las tecnologías digitales, los más afortunados de una élite poderosa, disfrutarán de diferentes estados de superinteligencia, superlongevidad y superbienestar. Quienes puedan acceder a esas tecnologías podrán alejarse de la condición humana marcada por la vulnerabilidad, la fragilidad, el sufrimiento y eventualmente, la mortalidad. Uno de los ejemplos más recientes, ocurrió la ultima semana de mayo de este año, en que la FDA aprobó a Neuralink, la empresa de Elon Musk, el implante cerebral N1 en humanos con el fin de poder restaurar capacidades como la visión, la función motora y el habla. Más allá de estos fines reparatorios, también podrá ser empleado para que una persona pueda desarrollar o mejorar sus capacidades físicas, más allá de lo “normal” de un ser humano.

De esa manera, el siglo XXI ha presenciado una tensión creciente entre transhumanistas y anti-transhumanistas. Entre los últimos, es entendible, los teólogos que, han visto la necesidad de actualizar sus estudios y enfoques con el fin de propiciar un diálogo entre transhumanismo, filosofía y teología. La preocupación de estos últimos es comprensible: a lo que apuestan los transhumanistas, en últimas, es alejar, lo más posible, la enfermedad y por consiguiente, la muerte. Una de las vertientes del transhumanismo es el extropianismo. un marco de valores y normas transhumanistas que busca la mejora continua de la condición humana. Su objetivo es la modificación, a voluntad, de la mente y del cuerpo humano. Los extropianos creen que los avances en la ciencia y la tecnología algún día lograrán que la gente viva de manera indefinida y que los seres humanos vivos hoy tengan una buena oportunidad de ver ese día.

Esta búsqueda de la inmortalidad ha puesto sobre la mesa el llamado complejo de Dios, es decir, cuando el ser humano juega el rol del ser superior de los creyentes. La humanidad apunta, cada vez con mayor agudeza, al Homo Deus, como lo describe el popular pensador contemporáneo, Yuval Noah Harari. Para los seguidores de alguna religión, si ya no hay muerte, ¿entonces cuál es la función de un dios? Y cuando el ser humano invade la esfera divina, entonces ¿qué queda del pensamiento escatológico de la supuesta vida más allá de la vida?

La preocupación, para este tipo de pensamiento, es auténtica: jamás el ser humano había llegado tan cerca de los límites a los que hoy se asoma. Para el pensamiento anclado en Aristóteles y Santo Tomás, en el que hay una aproximación esencialista a la naturaleza humana, el transhumanismo es, a juicio de este, un ataque directo a la naturaleza humana que llevará a su eventual destrucción. Para estos pensadores, el transhumanismo apunta a un desencantamiento de los misterios más profundos –y más celosamente guardados por las religiones y las corrientes teológicas– del ser humano: el alma, el espíritu, lo mágico, lo mítico lo inexplicable, lo insondable, el más allá.

En el reciente estudio Transhumanismo y realidades paralelas, varios autores pretenden establecer un diálogo entre la filosofía, la religión y la teología con la tecnociencia, entendida por esta el transhumanismo, el posthumanismo, el humanismo ciborg y la manipulación genética. Lo anterior, impulsado por el avance vertiginoso de la tecnociencia que ha generado alertas entre los humanismos más tradicionales. La inquietud por el progreso desmedido no es infundada desde cuando el desarrollo de la física nuclear se capitalizó en el uso de la bomba atómica contra la población civil en 1945; pero igualmente están las catástrofes químicas y nucleares de Bhopal, Chernóbil y Fukushima como un tenebroso recuerdo.

Por lo anterior, y ante la dramática realidad de hechos como estos, no es fortuito el llamado a la cautela en los avances que la tecnociencia ofrece hoy; no todos ellos conducen necesariamente a un bienestar generalizado de la humanidad. Sin embargo, la visión de muchos de quienes se ven en la orilla opuesta al transhumanismo, más allá de caer en la desconfianza, la sospecha y la negación de las bondades de la tecnociencia, es de un contenido optimismo: aspiran a que se pueda llegar a un diálogo racional y constructivo entre ambos campos. Lo contrario, reconocen, sería caer en un pesimismo derrotista. La apuesta, entonces, para estos, es que la humanidad (y la ciencia) pueda alcanzar una racionalidad ensanchada en sus horizontes donde puedan fijarse limites con el fin de armonizar la necesaria libertad de la ciencia y la tecnología para avanzar en su progreso dentro de ciertas “dimensiones morales”, con todo lo indeterminado que puede significar esto último. Por ejemplo, el filósofo italiano Evandro Agazzi, en sus obras El bien, e mal y la ciencia, La objetividad científica y sus métodos y La ciencia y el alma de Occidente se ha preocupado por analizar las dimensiones éticas de la empresa científico-tecnológica. Cuestiones como qué tan neutral puede o debe ser la ciencia o cuál es la evaluación del riesgo de la ciencia como una categoría antropológica y, por último, cuál es la responsabilidad de la ciencia dentro del marco de su propia autonomía, deben estar presentes en el diálogo entre filosofía y ciencia.

Desde otra perspectiva, el transhumanismo ha sido señalado como cristalización del pensamiento objetivista nacido en lo más profundo del sistema capitalista norteamericano. La visión de la escritora Ayn Rand en su conocida obra La rebelión del Atlas, texto fundamental para el pensamiento individualista capitalista, es el principio de que cada humano es visto como un fin en sí mismo, y quien prevalezca y se imponga por encima de todos los demás fines, podrá utilizarlos como medio para sus propósitos. En línea con este objetivismo, el ser humano debe entregarse a la búsqueda de su propia felicidad a toda costa; el termino usado es interés racional; la vida es vista y debe ser tratada, no como un misterio por descubrir, sino como el proceso de despejar una incógnita que debe ser resuelta a la manera de una ecuación matemática. Esta filosofía objetivista se ha convertido en el núcleo, así sea como un estándar encubierto, del pensamiento neoliberal contemporáneo: la búsqueda de la comodidad, la autosatisfacción y el desahogo que da el gozo inmediato del consumo sin necesidad de adentrarse en el pensamiento social o solidario, ético o moral, ecológico o humanitario.

Más allá de todo lo anterior, el transhumanismo contemporáneo está tácitamente representado en las operaciones de las firmas capitalistas más poderosas del mundo que se han volcado, desde el 2015 aproximadamente, al desarrollo de la Inteligencia Artificial General (IAG) para el “mejoramiento de la humanidad”. El hecho que detrás de estas iniciativas estén empresas o personas como Google, Apple o Elon Musk, así como miles de emprendedores y desarrolladoras independientes, es señal inequívoca de las coincidencias entre capitalismo y transhumanismo.

En esta línea de argumentación, es evidente que la sociedad occidental actual, atravesada por el modelo económico capitalista y cruzada por el indetenible avance de la tecnociencia tiene dificultades para autoimponerse límites y responsabilidades ante un transhumanismo que parece inevitable e indetenible en el horizonte de la sociedad actual. En otras palabras, la civilización que vivimos parece haberse quedado atrapada entre las hidras del capitalismo y el transhumanismo, ambas con propósitos que en mucho coinciden. Por esto, y desde todas las perspectivas analizadas, parecería que nada puede ser más antagónico que el pensamiento marxista con el transhumanista.

Y, sin embargo, y quizás como fruto de las contradicciones del capital, ha aparecido, coetáneamente, y gracias a las relecturas de Marx desde los campos de la “crítica del valor” y del “fetichismo de la mercancía” que han llevado a revisar y darle una lectura en el siglo 21 a textos como el fragmento sobre las máquinas de los Grundrisse, se ha abierto la posibilidad de poner en conjunción marxismo y transhumanismo, en contravía del natural argumento que el transhumanismo es parte del proyecto capitalista. Para sorpresa de muchos, es posible trazar un linaje transhumanista desde comienzos del siglo XX en pensadores socialistas como Alexander Bogdanov y biólogos como J.B.S. Haldane y J.D. Bernal. El propio Marx alcanza elevados momentos de “modernista”, como al final del volumen 3 de El capital como también en el aludido fragmento sobre las máquinas.

Hay que admitir que entre los marxistas más ortodoxos no hay mucho interés en el transhumanismo. Sin embargo, entre los poscapitalistas y aceleracionistas de izquierda –aquellos que propugnan un vertiginoso incremento del proceso capitalista para promover su derrumbe total (aunque también es cierto que hay aceleracioncitas de derecha que propugnan lo contrario)–, surgen estudios que encuentran en la inteligencia artificial y las tecnologías asociadas, tan en línea con el transhumanismo, un camino hacia el socialismo.

En líneas generales, ellos ven que el transhumanismo tiene la capacidad de transformar drásticamente las condiciones de producción y trabajo, y entienden estas capacidades como puntos de apoyo para un socialismo. Entre estos estudiosos marxistas se encuentran Srnicek, Mason, Bastani, Steindoff, Kjøsen, Dyer-Withedorf, Popowich, Armesilla Conde, Maidinsky, Biryukov y otros, la mayoría asumen, en diversos grados, una posición optimista frente al transhumanismo y lo encuentran como una oportunidad para disminuir el sufrimiento de la humanidad, mejorar y quizás, eventualmente abolir la explotación del trabajo asalariado, y abrir la perspectiva de una sociedad en la que la gente pueda disfrutar de más tiempo libre, más placer, más desarrollo personal y más compromiso político. Esto parecería despejar el camino, en lugar de insistir en una gran revolución contra el capital, para alcanzar el socialismo de una manera más “natural”. Este puede ser alcanzado, por ejemplo, a través de gobiernos de corte socialdemócrata que estén dispuestos a respaldar las tecnologías más avanzadas de corte transhumanista y, a la vez, promover el ingreso básico universal (IBU). Así, como Lenin decía que comunismo equivalía a soviets más electrificación, de la misma manera puede amalgamarse transhumanismo y marxismo.

El tema da para múltiples enfoques, pues en los textos de Marx, Engels y Lenin se pueden encontrar ideas proto-transhumanistas. De allí, se pueden derivar numerosas conexiones filosóficas entre marxismo y transhumanismo. Veamos algunas para ilustrar el punto. Por ejemplo, el filósofo marxista Paolo Virno, en su concepto de transindividualismo, da para superar el sesgo transhumanista individualista y abre el camino para entender la subjetividad individual de una manera que puede compatibilizar la teoría de Marx del Intelecto General con el transhumanismo. Recordemos que Marx alude a esta teoría en el ya citado “fragmento sobre las máquinas” donde afirma que se trata de una combinación de pericia tecnológica e intelecto o conocimiento social general (la importancia creciente de la maquinaria en la organización social). Y dice que, si bien el desarrollo de la maquinaria condujo a la opresión de los trabajadores bajo el capitalismo, también ofrece una perspectiva de liberación futura.

En esta misma línea de pensamiento, Santiago Javier Armesilla Conde del Instituto de Estudios sobre América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires, ve posible desarrollar un movimiento transhumanista marxista que exceda el prevalente prisma actual, individualista y procapitalista, del transhumanismo. Además, sugiere que el transhumanismo puede servir para revitalizar el materialismo marxista en nuestro siglo 21 y hacia el futuro. El transhumanismo marxista, según Armesilla Conde, cumpliría con la definición de comunismo de Marx y Engels, e incluso llega a afirmar que el marxismo es, esencialmente, transhumanista en sus fundamentos, incluso cuando define a los posthumanos como hombres nuevos u hombres hechos en propiedad.

Diana Santafé, Bajar, de la serie AM-PMlienzo, óleo sobre madera con borde de caucho, 10 cm. (Cortesía de la autora)

Andrey Maidansky, de la Universidad Estatal de Investigaciones de Belgorod y Nikolai Biryukov, del Instituto Estatal de Moscú de Relaciones Internacionales, reconocen que, a pesar de las aparentes diferencias, los programas teóricos marxistas y transhumanistas resultan emparentados, al menos, en varios aspectos. Sin pretender presentar a Marx como apóstol del transhumanismo, destacan algunos puntos de su divergencia, pero, a la vez, se centran en los puntos de afinidad como es la comprensión de Marx sobre la naturaleza humana y la tecnología bajo las premisas implícitas (aún no comprendidas del todo) del proyecto transhumanista. Se preguntan, de manera análoga a los teólogos y filósofos mencionados al comienzas de esta nota, de qué manera se puede poner a dialogar ambas corrientes. Según ellos, los marxistas deberían, en lo que esté a su alcance, promover la politecnización del trabajo (en lugar de las dictaduras proletarias). Y los transhumanistas deberían reflexionar sobre la cuestión de qué tipo de personalidad les gustaría catapultar a la eternidad. De lo contrario, dicen ellos, las tecnologías podrían crear un infierno eterno en lugar de un paraíso terrenal programado.

Por su lado, James Stenhoff, del Instituto de Comunicación, Cultura, Información y Tecnología de la Universidad de Toronto Mississauga, parte desde un punto controversial que afirma que ambas doctrinas tiene paralelos sustanciales en sus categorías filosóficas centrales, que incluyen lo humano, la naturaleza y la tecnología. Más allá de eso, sostiene que el marxismo es inherentemente transhumanista porque implica un impulso para descosificar la naturaleza, incluido el ser humano. Alega que la lógica del marxismo también requiere la inversión temporal del materialismo histórico y su proyección hacia el futuro. Este es, afirma el autor, el transhumanismo del marxismo, predominantemente latente hoy. Reconoce que los marxistas han sido en gran medida reacios a llevar a cabo la inversión temporal de su perspectiva materialista histórica, y al hacerlo han aceptado una noción arbitrariamente cosificada de lo humano. Los transhumanistas no han sido reacios a ello. La tesis que Steinhoff propone es vincular el marxismo y el transhumanismo a través de un concepto ontológico del sufrimiento. El sufrimiento encapsula, dice él, la relación ontológica materialista entre la naturaleza y el ser humano. Al rastrear cómo se articula el sufrimiento tanto en el marxismo como en el transhumanismo, sostiene que es posible tener una idea de cómo resolver completamente la inversión temporal del marxismo y revivir su transhumanismo latente.

Para contrastar las visiones anteriores, hay marxistas como Jeffrey Noonan de la Universidad de Windsor, que argumenta que transhumanismo y marxismo son política y éticamente incoherentes. Si bien es cierto, dice Noonan, que los transhumanistas y los marxistas creen que los seres humanos se autodeterminan, se transforman a sí mismos, los transhumanistas están comprometidos a trascender las condiciones materiales de la vida orgánica. Su objetivo final, indica, es fomentar el surgimiento de una superinteligencia artificial cuyas capacidades autocreativas no estén limitadas por las necesidades de las formas de vida orgánicas. El socialismo, por el contrario, aclara Noonan, es un movimiento político y ético comprometido a poner fin al sufrimiento causado por el capitalismo, cambiando las instituciones sociales y los valores según los cuales se distribuyen y utilizan los recursos. El éxito del proyecto transhumanista, concluye el autor, haría obsoletas todas las teorías e instituciones sociales y políticas; mientras que el uso socialista de la tecnología ampliaría las capacidades de vida humana al tiempo que preservaría los lazos de necesidad mutua que nos unen y hacen que la vida humana tenga sentido y valga la pena.

No se puede cerrar estas reflexiones sin mencionar el llamado xenofeminismo, una corriente que propone asentar los discursos de izquierda y del feminismo actuales y esbozar los cimientos materiales y tecnopolíticos de una lucha conjunta desde identidades diversas. Helen Hester, junto con Diann Bauer, Katrina Burch, Lucca Fraser, Amy Ireland y Patricia Reed recogen los cimientos de esta corriente esbozada en 2015 dentro del colectivo feminista internacional Laboria Cuboniks que lanzó su manifiesto ‘Xenofeminismo’ con una apuesta central: “si el mundo actual y, sobre todo, su futuro, está vertebrado por la tecnología, tenemos que hacer que esa tecnología sea feminista. Las feministas debemos de equiparnos, formarnos y aprender”.

Es evidente que el transhumanismo, en su pretensión principal genera una serie de problemas e interrogantes para un amplio rango de pensamientos, desde los más arraigados en el pensamiento mágico, mítico y religioso –para quienes el transhumanismo no solo juega a ser dios y acerca cada vez más al hombre a una inmortalidad, sino también apunta a la llamada singularidad, el momento en que la máquina sobrepase (e integre) al hombre en un solo ser–, hasta los más contemporáneos y avanzados interpretes del marxismo que han releído a Marx en su versión más difícil e insondable, la llamada “critica del valor” que con sus presupuestos intelectuales sobre el concepto de mercancía y fetichismo de la mercancía han dado otra vuelta a la tuerca al célebre fragmento sobre las máquinas.

La crítica del valor, según uno de sus principales expositores, Anselm Jappe, sostiene que “el capitalismo no está viviendo una fase de expansión triunfal ni constituye, en forma de democracia y economía de mercado, un estadio final e insuperable de la humanidad. La revolución microelectrónica ha acelerado el agotamiento de la dinámica de acumulación del capital; agotamiento que era ya inherente a sus premisas, esto es, a la doble naturaleza del trabajo como trabajo concreto y trabajo abstracto. Solo el recurso cada vez más masivo al «capital ficticio» de los mercados financieros ha impedido, durante los últimos decenios, que esta crisis de la economía real llegara a estallar. La crítica del valor es, como toda la teoría del valor de Marx, una teoría de la crisis; y no de una crisis cíclica de crecimiento, sino de una crisis final. No contradicen este análisis los múltiples retrasos e interrupciones que experimenta esta disminución mundial de la sustancia de valor. La crisis final no equivale a un día x en que todo para, sino a la progresiva imposibilidad de que el sistema capitalista siga funcionando; y eso no es una previsión para el futuro, sino una constatación de lo que le está sucediendo ya actualmente a la mayor parte de la humanidad. Además, se está difundiendo cada vez más la espera de un gigantesco derrumbe de los mercados financieros e inmobiliarios, que tendrá consecuencias catastróficas también para la economía real. El hecho de que algunos actores económicos estén logrando actualmente extraer pingües ganancias de esta crisis no significa ciertamente que la economía capitalista en su conjunto esté gozando de buena salud.”

Desde esta perspectiva, no parece existir una conexión clara entre crítica de valor y transhumanismo, sin embargo, gracias a esta nueva revisión de Marx es factible abrir la puerta para indagar sobre las posibilidades de poner a dialogar al marxismo con el transhumanismo. Hasta aquí, lo anterior no minimiza la preocupación generalizada del avance del transhumanismo y sus consecuencias para el ser humano. Armonizar las dos disciplinas científicas, el transhumanismo y el marxismo, no parece fácil ni evidente; al contrario, puede ser hasta contraintuitivo. Aun así, se ha intentado aquí explicar cómo hay esfuerzos valederos para poner cara a cara lo que a todas luces podría parecer incompatible. ¿Acaso Hegel y luego Marx, no demostraron e indujeron al ser humano a manejar la contradicción, la antítesis y la negación como esquemas fundamentales del pensamiento crítico?

Fuentes consultadas:


Agazzi, Evandro, El bien, el mal y la ciencia, las dimensiones éticas de la empresa científico-tecnológica, Tecnos, Madrid 1996.
Avanassian, Armen y Mauro Reis (compiladores) Aceleracionismo, estrategias para una transición hacia el poscapitalismo, Buenos Aires, Caja Negra, 2017.
Ayuso, Miguel, ed. ¿Transhumanismo o posthumanidad? La política y el derecho después del humanismo, Marcial Pons, Madrid, 2019
Cortina, Albert, ¡Despertad! Transhumanismo y Nuevo Orden Mundial, Eunsa, Pamplona, 2019
Dieguez, Antonio, Transhumanismo, la búsqueda tecnológica del mejoramiento humano, Herder, Barcelona, 2017
Dyer-Witheford, Nick;  Atle Mikkola Kjøsen and James Steinhoff,  Inhuman Power:
Artificial Intelligence and the Future of Capitalism, Pluto Press, London 2019.
El Tiempo, 28 de mayo de 2023. Implante N1 de Neuralinmk, que podría cambiar la salud del mundo, será probado en humanos, p. 2.7
Harari, Yuval Noah, Homo Deus, breve historia del mañana, Debate, 2016
Hester, Helen, Xenofeminismo. Tecnologías de género y políticas de reproducción, Caja Negra, Buenos Aires, 2019.
Jappe, Anselm, Robert Kurz, Claus Peter Ortlieb, El absurdo mercado de los hombres sin cualidades, ensayos sobre el fetichismo de la mercancía, Pepitas de calabaza, ed., La Rioja, 2014.
Kurzweil, Ray, The age of Spiritual Machines: When Computers Exceed Human Intelligence, Penguin Books, 2000
Kurzweil,Ray La singularidad está cercxa, Cuando los Humanos Transcendamos la Biología, Lola Books, 20912
Loza Niño, Mauricio, Cointra el transhumanismo, la singularidad y los límites de Occidente, Bogotá, 2018.
Marx, El capital, Akal, Madrid, 2021.
Marx, Karl, Grundrisse, Penguin Books, 1973.
New Proposals. Journal of Marxism and Interdisciplinary Inquiry, Volume Twelve, Number 1, Winter 2021, Special Theme Issue. Aquí se encuentran los diversos artículos mencionados en la segunda parte de esta nota de autores que evalúan las relaciones entre marxismo y transhumanismo.
Zuna Serrano, Kleber, Transhumanismo y realidades paralelas, interpelaciones desde la filosofía y la teología, Universidad Politécnica Salesiana y Universidad Javeriana, Bogotá, 2023.

*Escritor. Miembro del consejo de redacción de Le Monde diplomatique edición Colombia.

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Información adicional

Autor/a: Philip Potdevin*
País: Colombia
Región: Surámerica
Fuente: Le Monde diplomatique, edición Colombia Nº233, junio 2023
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