Aunque aún es objeto de sangrientos atentados, la capital iraquí recupera poco a poco su ritmo cotidiano previo a la guerra. Pero el conflicto ha dejado sus secuelas: el complejo sistema político emergente se asemeja a un remedo del viejo régimen, las tensiones identitarias se han exacerbado y la sociedad no logra definir un proyecto colectivo.
La asombrosa normalidad de Bagdad
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