Tiqqun o (de nuevo) la necesidad última de abolir el Estado

El Partido Imaginario no espera nada de la presente sociedad ni de su evolución, pues es ya prácticamente su disolución y su más allá. Por consiguiente, para él no puede tratarse de tomar el poder, sino solamente de hacer fracasar a la dominación por todas partes.


Una de las propuestas insurreccionales más incisivas surgidas en el siglo XXI es la del llamado Partido Imaginario que tiene sus orígenes en el colectivo francés Tiqqun. El movimiento surgió como una revista que circuló entre 1999 y 2001, clausurada después del 11 de septiembre del 2001. Con posterioridad, ese colectivo, desde el anonimato, ha mantenido una producción crítica que reflexiona sobre nuestra época y asume una postura de cero concesiones a cualquier movimiento político, económico e ideológico, tanto de derechas como de izquierdas, que no apunte directamente a que la institución del Estado, como la conocemos hoy, estalle en mil pedazos. ¿Y luego qué?, se pregunta quien se acerca al pensamiento del Partido Imaginario. Para entender la trayectoria a donde apunta Tiqqun es necesario recabar en algunos antecedentes.


Hay que comenzar por recordar lo sabido: la figura del Estado es ajena a la historia de la humanidad. La mayor parte del recorrido del homo sapiens por la Tierra, en los últimos 120,000 años, se ha hecho prescindiendo de ese dispositivo de poder. El Estado es sinónimo de dominación y es producto del periodo de las civilizaciones, pero estas datan de apenas los últimos milenios. Durante siglos y siglos, los pueblos llamados primitivos vivieron en comunidad sin necesidad de apelar a estructuras verticales que acentuaran la dominación de un tirano o déspota. Los antropólogos y sociólogos han examinado esto suficientemente, entre muchos, Pierre Clastres, en su Sociedad contra el Estado. A partir de los sumerios, de Hammurabi y sus códigos, aproximadamente 2.500 años antes de nuestra era, surge el concepto de Estado que va perfeccionándose hasta desembocar en el Estado Nación, y más recientemente, en el denominado Imperio, según Negri y Hardt, una estructura supraestatal de poder que subsume los Estados-naciones de los últimos tres siglos.


Una de las formas más efectivas a las que el Estado apela para mantenerse vigente es criminalizar todo amago de confrontar su institución. Cualquier iniciativa desestabilizadora es prontamente suprimida y castigada, usualmente con la pena de muerte para que sea un ejemplo frente a la población y evidencia de lo inoficiosa que puede ser la insurrección. Los mitos griegos están nutridos del pensamiento libertario, desde Prometeo que roba el fuego a los dioses para libertar a los hombres hasta Antígona que se enfrenta a la autoridad de su tío, el rey Creonte de Tebas. El siglo XIX verá la estructuración del pensamiento anarquista en Proudhon, Blanqui, Kropotkin y Bakunin, entre otros, mientras que el siglo XX lo actualizará, con, además de innumerables pensadores, los movimientos sociales y sindicales, llevándolo, al igual que sus antecesores del siglo anterior, a la calle y las barricadas. Su punto más alto se ubica en el célebre Mayo del 68, que sigue siendo objeto de estudio y crítica. Hoy día el anarquismo tiene tantas vertientes –eso habla de su inagotable fuente conceptual– que es imposible encasillarlo dentro de un campo unificado, lo que hay en común en el amplísimo rango del pensamiento anarquista es la abolición última del Estado. Las posiciones o interpretaciones diferentes –a veces llegan a estar en las antípodas–, radican en los medios para llegar a ello y luego en el qué hacer una vez se haya alcanzado ese estadio.


El siglo XXI, en su agitado casi cuarto de siglo vivido, ha presenciado un resurgimiento, tanto en la teoría como en la práctica, del sentimiento anarquista, en especial ante la presencia de un sistema capitalista, en su fase superior del neoliberalismo, que, a la par de requintar sus dispositivos de dominación –prueba fehaciente del miedo que lo atraviesa de perder el control– hace aguas por todas partes. Todo parece indicar que estamos antes el fin –así los estertores sean prolongados y casi que interminables– de la Hydra capitalista, que a pesar de revivir cada vez que se le corta una cabeza, finalmente será vencida, y no necesariamente por adversarios externos, sino por sus propios vicios y defectos. La revolución o la iniciativa colectiva es sólo parte de una solución al problema.


Por eso, Carlos Taibo Arias, en su Breviario libertario: para repensar la anarquía en el inicio del siglo XXI, afirma que la ideología del anarquismo no es del pasado ni del presente, sino que se trata de una forma de pensar el futuro, es «una esperanza de cara al futuro, se hace por momentos evidente, al menos, a los ojos de quienes pensamos que el capitalismo se adentra a marchas forzadas en una fase de corrosión terminal que nos acerca inquietantemente al colapso» (1). Por su lado, Tomás Ibáñez, uno de los pensadores anarquistas más prolíficos de nuestros días, cree en un neoanarquismo, que él llama también postfundacional y que debe adaptarse a las circunstancias actuales: «la anarquía, tal y como la concibe el pensamiento anarquista, no se limita a experimentar cambios coyunturales provocados por los avatares históricos, sino que se trata de una realidad constitutivamente cambiante. Eso significa que el cambio se encuentra directamente inscrito en su modo de constitución y en su modo de existencia, es decir, en el tipo de ser que es la anarquía, y el resultado es que esta no puede seguir siendo ella misma si no varía» (2).


La vigencia del anarquismo en el siglo XXI es pertinente, en especial cuando hay acercamientos al pensamiento original desde perspectivas asociadas en los hechos que se desenvuelven ante nuestros ojos, en las calles de nuestras ciudades y en los campos de nuestros países. Ibáñez rechaza cualquier afirmación a que la práctica esté supeditada a la teoría, y propende por “unos anarquismos que no pretenden proclamar principios universales válidos en todas partes, para todos y todas, en todo momento, y que renuncian a pensarse a sí mismos como no transitorios, es decir, como permaneciendo presentes para siempre, unos anarquismos que no pretenden descansar sobre unos fundamentos firmes, totalmente ciertos e intemporales, y que no se ven a sí mismos como formando una unidad, sino como constituyendo una multiplicidad irreductible, un conjunto de fragmentos dispersos». En otras palabras, el anarquismo del siglo XXI debe ser múltiple, ágil, cambiante y espontáneo para que surge en cada punto del planeta donde están dadas las condiciones. Eso es, precisamente lo que propende Tiqqun, desde su propia perspectiva.


Tiqqun y nuestra época
Tiqqun deriva su nombre del término Tikun Olám, que proviene de la tradición cabalística y mesiánica; significa reparación, restitución y redención, y recupera la concepción de justicia social. Tiqqun bebe de un amplio repertorio ideológico, en primer lugar de Marx, y declara su proyecto, esencialmente, comunista, en el sentido más decantado de la expresión, pero obviando el interregno de la dictadura del proletariado. Su propuesta es hacerle un cortocircuito al sistema para llegar al no-Estado. «Por un lado queremos vivir el comunismo; por el otro queremos propagar la anarquía». De diferentes modos explica su objetivo: «La cuestión del comunismo pasa, pues, de un lado por la supresión de la policía, y por el otro, por la elaboración entre los que viven juntos de modos de compartir, de usos. El comunismo, ciertamente, no está dado. Está por pensar, está por hacer».


Pero, quizás lo más importante, aprovecha el siglo XX y a los posmodernistas y posestructuralistas, comenzando por Foucault, de una parte, y su teoría del biopoder y a Deleuze y Guattari, por la otra, con los conceptos de la máquina de guerra, desarrollada por los pueblos bárbaros para derrotar al déspota y luego perfeccionada por el Estado para perpetuarse en el poder, y por el “plano de inmanencia” que explica el por qué surgen en múltiples lugares del planeta, sin que haya una conexión explicita o planificada, distintas manifestaciones, alzamientos e insurrecciones contra un sistema determinado. Tiqqun lee con deleite y atención en Mil mesetas, «Tan sólo hay relaciones de movimiento y de reposo, de velocidad y de lentitud entre elementos no formados, al menos, relativamente no formados, moléculas y partículas de todo tipo. Tan sólo hay haecceidades (aspectos de una cosa que la convierten en una cosa particular), afectos, individuaciones sin sujeto, que constituyen agenciamientos colectivos. Nada se desarrolla, pero tarde o temprano, suceden cosas, y forman tal o tal agenciamiento según sus composiciones de velocidad… Este plan, que sólo conoce longitudes y latitudes, velocidades y haecceidades, nosotros lo denominamos plano de inmanencia o de composición (por oposición al plan de organización» (3). Tiqqun cree en lo espontáneo antes que en lo planificado, en la acción antes que en la organización.
Igualmente, en los escritos de Tiqqun resuenan ecos de Imperio y de Multitud de Negri y Hardt, pero también de Guy Dabord y La sociedad del espectáculo cuando no de Lukács y De Martino. Desde el punto de vista literario, se apoya en el Ulises de Joyce para sacar de allí el estereotipo del ciudadano del siglo XXI que es indiferente a todo lo que sucede a su alrededor. El Bloom pasa a ser uno de los blancos de ataque de Tiqqun, pero a la vez admite que, en cierta forma, todos somos Bloom, cuando caemos en la indiferencia y nos inclinamos a la no acción.


El Partido Imaginario no pretende, en absoluto, esbozar un programa político. «Nada de lo que se expresa en la distribución conocidas de identidades políticas está en condiciones de ir más allá del desastre. Para comenzar, nos desembarazamos de eso. No impugnamos nada, no reivindicamos nada. Nos construimos en fuerza, en fuerza material, en fuerza material autónoma en el seno de la guerra civil mundial». En uno de sus textos más importantes, Esto no es un programa, dice que nada más distante de sus pretensiones. Lo que hace, es un “Llamamiento” para generar conciencia e impulsar a la acción. La invitación directa es a la lucha: “una vez más el fuego. Una vez más hay que salir a la calle, o quizás no, que cada cual elija su estrategia, se aposte donde puede hacer más daño”. Admite que la estrategia es bien de búsqueda, de investigación, o de batida, de ser necesario. La flexibilidad y la ubicuidad está a la orden del día.


De igual modo, no muestra una extrema urgencia para actuar, su sabiduría parece de origen taoísta, en saber esperar el momento que cada situación presenta. «Los que quieren responder a la urgencia de la situación con la urgencia de su reacción no hacen más que alimentar la asfixia. Su modo de intervenir implica el resto de su política, de su agitación. En cuanto a nosotros, la urgencia de la situación nos libera de toda consideración de legalidad o de legitimidad, de todos los modos inhabitables de un tiempo a esta parte. El hecho de que precisemos de una generación para construir en todo su espesor un movimiento revolucionario victorioso no nos hace retroceder. Lo afrontamos con serenidad –para concluir de manera tajante–: Como afrontamos serenamente el carácter criminal de nuestra existencia y de nuestros gestos».


El desierto en que vivimos
Lo que genera tanta indignación a Tiqqun para justificar su propuesta al margen de la ley es el sistema capitalista bajo el cual vive nuestra época: «Decimos que esta época es un desierto, y que este desierto se profundiza sin cesar. Esto, por ejemplo, es una evidencia, no es poesía. Una evidencia que contiene muchas otras. En particular la ruptura con todo lo que protesta, todo lo que denuncia y glosa sobre el desastre. Porque quien denuncia se exime… El desierto es el progresivo despoblamiento del mundo. La costumbre de vivir como si no estuviésemos en el mundo. El desierto se encuentra tanto en la proletarización continua, masiva y programada de las poblaciones, como en los barrios residenciales californianos, ahí donde la angustia consiste justamente en el hecho de que nadie parece sentirla». Un desierto generado silenciosamente pero no inadvertidamente por el Imperio. «El Imperio no es una especie de entidad supra-terrestre, una conspiración planetaria de gobiernos, de redes financieras, de tecnócratas y de multinacionales. Está allí donde no pasa nada. En cualquier sitio donde esto funciona. Ahí donde reina la situación normal.» La solución, entonces, no está ya en la política: «Nada de lo que se expresa en el marco de la política clásica podrá jamás detener el avance del desierto, … ya que la política clásica es parte del desierto». Es imposible confiar en ninguno de los extremos del espectro político: «Allí donde reina la concepción clásica de la política, reina la misma impotencia frente al desastre. Que esa impotencia sea modulada por una amplia distribución de identidades finalmente conciliables no cambia nada. El anarquista de la Federation Anarchiste (FA), el comunista de los consejos, el trotskista de Attac y el diputado de la UMP (derecha francesa) parte de la una misma amputación. Propagan el mismo desierto».


La comunidad de la deserción
Tiqqun operacionaliza su pensamiento a través de un paradójico y hegeliano Partido Imaginario. Su nombre lo dice todo. No tiene estatutos, ni sede, ni afiliados, ni bandera, ni logo, ni mucho menos representantes, electores, o programa alguno. Este opera en el plano de inmanencia identificado por Deleuze en Mil Mesetas. «El Partido Imaginario es la forma particular que asume la Contradicción en el período histórico en que la dominación se impone como dictadura de la visibilidad y como dictadura en la visibilidad, en una palabra, como Espectáculo. Si consideramos que no es, en primer lugar, más que el partido negativo de la negatividad, y que la hechicería del Espectáculo consiste, por ser incapaz de liquidarlas, en volver invisibles en cuanto tales las expresiones de la negación –lo cual vale tanto para la libertad en acto como para el sufrimiento o la contaminación–, entonces su característica más notable es justamente que tiene fama de ser inexistente o, para mayor exactitud, imaginario». De allí su efectividad y su letalidad. Es imposible aprehender, proscribir o perseguir al Partido Imaginario pues vive y opera en el plano de inmanencia. En realidad, el PI ha existido siempre, lo que sucede es que Tiqqun lo ha bautizado:


«Hasta ahora, es decir, hasta que fuera nombrado, no podía ser más que lo que fue el proletariado clásico antes de conocerse como proletariado: una clase de la sociedad civil que no es una clase de la sociedad civil, que es más bien su disolución. Y en efecto, hasta el día de hoy sólo se compone de la multitud negativa de los que no tienen clase, y no la quieren tener; de la locura solitaria de los que se han reapropiado su fundamental no-pertenencia a la sociedad mercantil bajo la forma de una voluntaria no-participación en ésta. En un primer momento, el Partido Imaginario se presenta, pues, simplemente como la comunidad de la deserción, el partido del éxodo, la realidad fugaz y paradójica de una subversión sin sujeto. Pero, así como el alba no es la esencia del día, ella sigue sin ser su esencia. La plenitud de su devenir está todavía por venir y sólo puede aparecer en su relación viva con aquello que lo ha producido, y que ahora lo niega».

¿Dónde se ha hecho presente el PI? Para no recabar sobre lugares comunes como la Revolución Francesa, las revoluciones de 1830 y 1848 y de la Comuna de Paris de 1871, basta con decir que ha estado presente en Mayo de 1968 –recordemos que Tiqqun nace y se desarrolla en Francia– y de allí en adelante en cada uno de los estallidos sociales, urbanos de Europa, Asia y Latinoamérica. En Colombia, por no ir más lejos, vimos cómo opera durante el estallido social del 2021. El PI se mueve hábilmente y con discreción en Bolivia, Perú, Chiapas, Ecuador, Brasil, Chile, Argentina, pero a la vez, con una efectividad asombrosa sin que nadie salga a reivindicar su nombre, su bandera o a los que proveen su aliento. El Partido Imaginario se enfrenta al Espectáculo (una expresión que Tiqqun toma de Guy Dabord), ese montaje que el Estado contemporáneo a erigido a través de la máscara capitalista y su maquillaje neoliberal.


La pretensión final del PI
Aquí la respuesta. Lapidaria. «El Partido Imaginario no espera nada de la presente sociedad ni de su evolución, pues es ya prácticamente su disolución y su más allá. Por consiguiente, para él no puede tratarse de tomar el poder, sino solamente de hacer fracasar a la dominación por todas partes, al implantarla duraderamente en la imposibilidad de hacer funcionar su aparato (el carácter temporal, e incluso en algunos puntos fugitivo, de la contestación que se opera bajo el estandarte del Partido Imaginario, puede ser explicado de este modo: le garantiza que ella misma nunca llegará a ser un poder).


Es por esto por lo que la violencia a la que recurre es de una naturaleza totalmente diferente a la del Espectáculo. Y también es por esto por lo que este último lucha a solas en la oscuridad. Incluso cuando la dominación mercantil desencadena su “libertad del vacío”, su “voluntad negativa que sólo tiene el sentimiento de su existencia en la destrucción” (Hegel), cuando por tanto su violencia sin contenido aspira sólo a la extensión infinita de la nada, el ejercicio de la violencia por parte del Partido Imaginario, aunque ilimitado, no se centra más que en la preservación de las formas de vida que el poder central se dispone a alterar, o que ya amenaza. De ahí su fuerza e incomparable aura. De ahí también su plenitud y su absoluta legitimidad. Incluso en la cumbre de su ofensiva, ésta es una violencia conservadora. Volvemos a encontrar en esto la disimetría de la que hemos hablado. El Partido Imaginario no corre tras los mismos fines que la dominación, y si ambos son concurrentes, se debe a que cada uno de ellos quiere destruir aquello de lo que el otro persigue su realización; la diferencia está en que el Espectáculo no quiere más que esto. Que el Partido Imaginario llegue a poner fin a la sociedad mercantil y que esta victoria sea irreversible, dependerá de su facultad para dar intensidad, grandeza y sustancia a una vida exenta de toda dominación, no menos que de la aptitud de sus fracciones conscientes para explicitarlo tanto en su práctica como en su teoría. Es de temer que la dominación encuentre un suicidio generalizado, en el que al menos se asegura de llevarse consigo a su adversario, preferible a la eventualidad de su derrota. De un extremo a otro, es una apuesta la que nosotros hacemos. Sólo pertenece a la historia y su juego helado el juzgar si lo que nosotros emprendemos es meramente un comienzo, o ya un desenlace. El Absoluto está en la historia» (4).


¿Y después qué?
La principal objeción a cualquier iniciativa como la que propone Tiqqun es qué hacer una vez el Estado haya colapsado. Hoy día está respuesta está modelada, no mirando el pasado de las sociedades primitivas –sociedades sin gobierno, explicadas en tantos estudios antropológicos y sociológicos– sino en el presente de las sociedades originarias que han sabido aprovechar las autonomías y reconocimiento de los últimos treinta años en países como Chile, México, Ecuador, Bolivia y Colombia para organizarse de tal forma que no sean necesarios esquemas de liderazgo, dominación o despotismo. En Colombia el ejemplo más claro es la Minga indígena del Cauca, una verdadera revolución sin líderes. Allí se apela a la figura de la “Autoridad ancestral”, una figura que sobrepasa la hispánica institución del cabildo –que aún se apoya en las figuras colonizadoras de gobernador, secretario, fiscal, capitán, etc.–, para dar paso a formas de autogobierno y control territorial (5). Los exitosos ejemplos de Chiapas también dan respuesta a ese interrogante de “qué hacer después”. Finalmente, otro ejemplo que dan estas sociedades es su alejamiento de la figura del patriarcado, que es sinónimo de poder y dominación. Dichas sociedades, en gran parte de carácter matrilineal, entienden muy bien que el patriarcado no es compatible con los esquemas horizontales de poder. El camino parece estar claro.

  1. Taibo Arias, Carlos. Breviario libertario: pars repensar la anarquía en el inicio del siglo XXI, Imprenta Comunera, Cali, 2021, p.3
  2. Ibáñez Tomas, Pinceladas anarquistas Ediciones desde abajo, Bogota, 2023, p. 13
  3. Deleuze, Gilles y Félix Guattari, Mil mesetas, editorial pretextos, Madrid.
  4. Todas las citas de Tiqqun aquí presentadas son sacadas de sus diferentes documentos que circulan en la Internet.
  5. Serrano Valero, Fabián, La mimga indígena; hacia una revolución sin líderes, Imprenta Comunera, Bucaramanga, 2019, p. 5.

*Escritor, integrante del consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.


https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=180&search=A.

Información adicional

Autor/a: Philip Potdevin
País:
Región:
Fuente: Le Monde diplomatique, edición Colombia Nº237, octubre 2023
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