Un aniversario que vale por diez

En medio de interrogantes frente a un nuevo siglo que no tuvo días siquiera de tiempo nuevo, y en medio de un ambiente de creciente desazón nacional, y de sus cruces de política, reivindicaciones y conflicto con profundidad rural, largo y violento, surgió en aquel abril de 2002 la edición colombiana del mensuario Le Monde diplomatique. Por entonces, hacía falta una iniciativa con desafío de rigor ante los lectores, cuando el desánimo nacional proyectaba desilusiones, y veía crecer la prolongación de una sensación continuista con reposición de extremos de poder sin límite y de perfil excluyente y autoritario, oscuro y derrotista, sobre la realidad nacional y su posible futuro.

No es exagerado afirmar que en esos meses la bruma opacaba el ambiente intelectual y social del país, y que su efecto facilitó la cooptación y la institucionalización del análisis y la postura crítica por parte de un importante número de voces y conciencias. Otras más optaron por el exilio. En medio de tal clima y tal estado social y de conciencia frente a la realidad nacional, las opciones no lograban recepción optimista. Más aún, ante el cocinar del juego del poder institucional y clandestino, que resultó en la elección durante ese mismo año de quien gobernaría por ochos años con soporte en el clientelismo, la corrupción, el ascenso mafioso y la violencia que redondearían con creces el círculo dominante en el país.

En común, la atmósfera reinante en amplias capas sociales era una prolongación de las efectivas y poquísimas realizaciones que podía mostrar y reivindicar el impulso a la sazón impúber o discapacitado de la Constitución de 1991, y con tal hecho y tal apariencia llovieron sus contradictorios y perversos efectos económicos: privatización de gran parte del patrimonio público, incremento de tarifas en los servicios colectivos, persistente desempleo –multiplicado por efecto de los numerosos despidos de trabajadores en el sector oficial–, y la prolongación misma de la guerra con sus profundos pasos de operaciones y copamiento paramilitar, que en pocos años llegó a dominar la sensibilidad y la opinión nacional, así como el modo de hacer y financiar la política y el poder local como prolongación de la nueva preponderancia nacional, con unánime actuar de todas las facciones liberales y conservadoras oficiales, a la par del control de un tercio del territorio y la institucionalidad nacional con apariencia constitucional.

Por consiguiente, –con formas de festejo, complicidad, impunidad y lucro de los antiguos y los nuevos factores de poder y provecho terrateniente, con políticos y congresistas a la orden y a discreción–, hubo y sumó el país un mar de masacrados, sin dar espacio para las comunidades y las voces decentes en vía de superar el espanto que cubría al país. Miles de miles de colectividades víctimas sufrían el despojo de la tierra con su garantía para el sustento y la raigambre de miles de colombianos, obligados a huir hacia las ciudades capitales y los lugares inmediatos de oficios y el ‘rebusque’ allende las fronteras.

La tierra, desde siempre, concentrada en pocas manos en Colombia, adquirió renovados dueños y testaferros –muchos, empresarios abiertos u ocultos de la industria grande, internacional, del narcotráfico– que la agruparon mucho más con un variado emporio agroindustrial y seguridad privada. Una tragedia con prolongación sin respiro por muchos más años –que todavía no cesa–, ahogada en el silencio de los grandes medios de comunicación, limitados a registrar el suceso sin tratar de revelar la relación causa-efecto.

El clima reinante, con sus campanas de 2000 en novedades, por tanto, procedía de las promesas desprendidas de aquel “Bienvenidos al futuro” sin cumplir ni concretar, y que, por el contrario, en la aplicación real de las políticas económicas en boga en el mundo financiero, y su creciente poder internacional, sumía al país en el túnel del pasado (dependencia económica). Pocos años después, los informes oficiales restregarán en el rostro de los connacionales, sin pudor alguno, las cifras que recuerdan que en Colombia entre ricos y pobres la brecha cada día es más amplia, y la democracia queda disminuida a un cíclico y reducido rito electoral. Como no podía ser de otra manera, el futuro, entonces, no se oteaba por parte alguna.

Las medidas ordenadas por el acuerdo stand by firmado con el Fondo Monetario Internacional en 1999, prolongado durante varios años, así como la aceptación del mandato que el Banco Mundial le impuso en 2002 al nuevo gobierno, arrasaron la soberanía económica del Estado colombiano y sometieron así al conjunto social a pasar por fuertes penurias en su vida cotidiana: despidos y desempleo creciente, mayor flexibilidad laboral, negación de derechos en el mundo del trabajo (prolongación de la jornada diurna hasta las 10 de la noche, incremento de la edad para la jubilación), menor inversión social de parte del Estado, privatización de la seguridad social, etcétera (1).

Como profundización del deterioro en la vida social, el llamado ‘plan Colombia’ –que aprobó en definitiva y primera instancia el Congreso de la mayor potencia del planeta– le recordó al conjunto de quienes habitan este puente y cabeza de América del Sur que la dignidad nacional está totalmente marchita y que la dirigencia del país –si quedaba duda– ha renunciado a la soberanía, factor fundamental de dignidad y respeto en la existencia de las naciones (2).

El ‘plan Colombia’ no sólo mantuvo y creó las condiciones para la prolongación de la guerra sino que además reforzó contra la nación y su andamio económico las medidas ya ordenadas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Es decir, una potente tenaza contra la perspectiva popular y nacional le ahogaba todo su aliento al país.

En ese ambiente, y de parte y parte con golpes y acciones militares y de inteligencia ‘encubierta’, se rompió el proceso de diálogo y negociación entablado y prolongado por varios años entre el gobierno Pastrana y la insurgencia. Una nueva fase de guerra –sin final a la vista– con vítores de triunfo cercano vendría para el país, con el vistoso y letal factor tecnológico y la supremacía aérea impuestos sobre las acciones de infantería, salto y reingeniería del Ejército que forzó a la dirección subversiva a un repliegue y asimismo a un nuevo teatro de acción guerrillera, de hostigamiento, pequeña emboscada y retirada, a un plazo más largo. Así, todas las esperanzas de una solución negociada, en el corto plazo, de la dilatada guerra que afecta a todos los que habitan Colombia, quedaron arriadas.

Factor desolador. Pero además, desde su ángulo, los movimientos sociales no tenían horizonte preciso: ni indígenas ni campesinos ni ambientalistas ni viviendistas ni sindicalistas, ningún sector social contaba con un norte preciso. Resistencia (salvar lo poco que pudiera cada sector) fue la consigna que dominó el quehacer de las expresiones de la oposición social. Era un panorama en el que las fuerzas políticas alternativas languidecían en la repetición sin fin de sus ritos, y las del establecimiento, sujetas al poder y a su nuevo discurso con éxito, adquirían mayor poder, ‘popularidad’ y ‘opinión’ en un impulso que con escaramuzas perdura desde hace dos siglos. En fin, una sociedad sumida en este escenario derechizador requería, sin duda alguna, un aire nuevo.

 

Circula Le Monde diplomatique

 

No es extraño entonces que algunos buscáramos abrir un espacio para la información analítica y el debate, y en ese propósito publicar el mensuario Le Monde diplomatique en Colombia, dado su valor que le reconocen propios y extraños como fuente indispensable para comprender el acontecer mundial, con un prestigio ganado en varias décadas de un ejercicio periodístico profesional por medio del cual, mes tras mes, aparece con ediciones rigurosas, fundamentadas en investigaciones conceptuales y periodísticas sobre el terreno, con fuentes verificadas, y una escritura que –desde el reconocimiento que saber cuesta– mantiene una exigente preparación y una elaboración en su contexto, negándose a los análisis fáciles, al sensacionalismo, así como al espectáculo.

Una publicación de estos quilates, con decenas de espejos del acontecer mundial en sus páginas, con informes de la coyuntura planetaria en sus más diversos campos, sin duda alguna iba a aportar ese aire y referencias requeridas por una intelectualidad adormilada por el sopor del conformismo, el miedo, la cooptación o la confusión. Al mismo tiempo que le refiere experiencias y horizontes al conjunto de movimientos sociales, desconfiados de su potencial o desorientados ante la luz apagada de los faros que le guiaron por décadas, en medio de una historia que constituye o parece excepción en el continente.

El mensuario fue recibido con profunda desconfianza por el público nacional, que o no comprendía su aporte al momento que vivía el país o, como sucedió con tantas otras publicaciones, era previsible que no alcanzara más que unas pocas ediciones y algunos meses de labor. Hicieron falta años para que varios cientos de lectores se suscribieran, y otros tantos para que la mayoría de bibliotecas del país lo adquiera como fuente de consulta. Pero, pese al paso del tiempo, persiste sin superar la incomprensión de los movimientos sociales, cuyos activistas continúan observando sus páginas y artículos como algo demasiado elaborado para sus necesidades o, acostumbrados a una labor repetitiva y localista, todavía no valoran la importancia y el aporte del seguimiento a los otros hechos de la región, el continente y el mundo como referentes en búsqueda de prácticas hermanas ante una globalización inhumana que devela con pluma ágil su casa y su matriz internacional. Todo como reflejo de algunas incidencias de la cultura política dominante entre nosotros. Aunque parezca extraño, así es.

Para el conjunto social, por su parte, bajo la consecuencia de una regresión conservadora decimonónica, el periódico es la voz viva de lo no bendito en los altares oficialistas y de quienes lo usufructúan. No es extraño, por tanto, que nuestra publicación no obtenga anunciantes ni aliados que le den potencia al músculo financiero para poner al mensuario como referente obligado del llamado país nacional.

Pese a todo, celebramos –con base en el tesón y un sentido de identidad con la más profunda realidad nacional– 10 años de ininterrumpida publicación, fundamentados en un ejercicio empresarial ordenado y el aporte voluntario de muchos, entre ellos el de sus accionistas, que nos mantiene vigentes. Se puede y es dable y obligatorio lograr mucho más y asumir nuevos retos.

Uno de los propósitos que nos impulsan en los próximos años es la necesaria contribución para que en el país fluyan sin restricciones, con plena expresión democrática, inclusiva, y de los futuros en debate, muchas más maneras de pensar, ver, producir y criticar; con alimento del debate necesario sobre la sociedad soñada y posible, con luchas que tienen memoria y rostro: de las comunidades y sus dirigentes, de la oposición, sindical, rebelde, y por calles, plazas, lugares, conciencias y jóvenes de todas las generaciones. Del sueño que no podrá concretarse por fuera del contexto de la América Nuestra. Una sociedad que, en medio de “la explosión del periodismo” (3), rompa la monopolización de la información al abordar debates políticos, económicos, sociales, militares, culturales, científicos, por todas y cada una de sus coordenadas; que den lugar a un surgir de muchos más medios de comunicación, atreviéndose a mirar su presente y su futuro sin orejeras ni cortapisas. Es aporte y parte de nuestros retos fundamentales.

Lograr aliados que amplíen nuestro esfuerzo informativo, abriéndolo a radio y televisión, potenciándolo en el ciberespacio, construyendo un sistema nacional de comunicación alternativo, y una plataforma virtual para la memoria, el debate y la investigación con soporte humanista son otros de los desafíos que nos alientan, para lo cual contamos como principal e inicial soporte al equipo de comunicación desde abajo.

Retos inmensos para un proyecto autogestionario. Esperamos contribuirles durante otros muchos años de labor periodística al país y la región, en un ejercicio de reflexión libre y sin compromisos de ningún orden, en los cuales el mundo con sus hechos y sus coyunturas sea nuestra casa.

 

1 Los dictados del Banco Mundial. El documento secreto para Álvaro Uribe. Documentos desde abajo, marzo de 2003.

Acuerdo extendido de Colombia con el Fondo Monetario Internacional, diciembre 3 de 1999, http://www.banrep.gov.co/publicaciones/pub_fmi.htm#fondo.

2 Plan Colombia: Plan para la paz, la prosperidad y el fortalecimiento del Estado. Suplemento especial desde abajo, noviembre de 1999.

3 Ramonet, Ignacio, La explosión del periodismo, ediciones Le Monde diplomatique Colombia, Bogotá, abril de 2012.

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