Una burla a la democracia

El FMI, el Banco Central Europeo y la Unión Europea –la “troika”– han implementado, a su modo, la “doctrina de la soberanía limitada” en Grecia e Italia, al poner a tecnócratas a su servicio al frente de los gobiernos nacionales.

Jugando con la amenaza de la quiebra y el miedo al caos, dos ex banqueros, Lucas Papademos y Mario Monti, acaban de tomar el poder en Atenas y en Roma. No son “técnicos” apolíticos, sino hombres de derecha, miembros de la Comisión Trilateral conocida por haber denunciado el exceso de democracia en las sociedades occidentales.

En noviembre pasado, el “directorio” franco-alemán de la Unión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) –la “troika”– manifestó su cólera cuando el primer ministro griego George Papandreu anunció la puesta en marcha de un referéndum en su país. Según ellos, la iniciativa cuestionaba un acuerdo que había sido cerrado un mes antes y que preveía un nuevo endurecimiento de la política económica que había castigado a Grecia. Papandreu –convocado a Cannes entre dos reuniones de una cumbre en la cual su país, demasiado pequeño, no participaba, condenado a la sala de espera, reprendido públicamente por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, que sin embargo son co-responsables del agravamiento de la crisis (ver Frédéric Lordon, pág. 4)– tuvo que renunciar a su referéndum y dimitir. Su sucesor, un ex vicepresidente del BCE, prefirió ampliar inmediatamente el gobierno de Atenas e incluir a una formación de extrema derecha que había estado proscripta del poder desde la caída de los coroneles griegos, en 1974. La “troika” no manifestó ninguna emoción en particular.

El proyecto europeo debía garantizar la prosperidad, alentar la democracia en los Estados que antaño eran gobernados por juntas militares (Grecia, España, Portugal) y neutralizar los “nacionalismos que promueven la guerra”. En cambio, hace todo lo contrario: purgas intensificadas, gobiernos transformados en marionetas de los operadores de la Bolsa, surgimiento de animosidades entre pueblos del Viejo Continente. “No podemos seguir siendo los esclavos de Alemania”, se indigna un joven español que no quiere tener que exiliarse en Berlín o en Hamburgo para conseguir trabajo. Los italianos se ofuscaron sobre todo con la arrogancia del presidente francés y se preguntaron, legítimamente, qué talento particular podía justificarla. Por su parte, algunos griegos ya están denunciando la toma de su país por parte de “fuerzas de ocupación”; hasta hay caricaturas que representan a la canciller alemana como una oficial nazi…

En cuanto a los pueblos martirizados por las políticas de austeridad, la historia de Europa tiene para ofrecerles una amplia selección de analogías abusivas. Pero lo cierto es que, salvando las distancias, los últimos acontecimientos de Atenas recuerdan el verano boreal de 1968 en Checoslovaquia, el sofocamiento de la “primavera de Praga” y la expulsión del dirigente comunista Alexander Dubcek. La “troika” que acaba de transformar Grecia en un protectorado desempeñó el papel que antaño le tocó al Pacto de Varsovia; Papandreu, el de Dubcek si Dubcek nunca se hubiera atrevido a resistir. En ambos casos, se implementó una doctrina de la “soberanía limitada” de la cual puede decirse que es menos mortífera, en lo inmediato, cuando tres agencias de calificación dictan sus parámetros que cuando los tanques soviéticos patrullan sus fronteras.

Después de haber hundido a Grecia y pisoteado a Italia, la Unión Europea y el FMI ahora vuelven su mirada hacia Hungría y España.

*Director de Le Monde diplomatique.  Traducción: Mariana Saúl

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