Descripción:
En la tercera parte de su libro, posterior a una revisión general de las nociones teóricas occidentales sobre la resistencia, Nieto ofrece una serie de elementos que pudieran constituir el punto de partida para la elaboración de una teoría contemporánea y alternativa de la resistencia, fundada en la idea de la política como relación social mediada por el conflicto. Esta concepción de la política obliga a replantear la visión tradicional –que la define en términos de poder, orden y obediencia–, llevando a considerar también la resistencia y el conflicto como dos de sus elementos constitutivos.
A partir de aquí, Nieto basa su postulación teórica en una oposición a la teoría clásica del poder, pues, mientras ésta se basa en los principios clásicos liberales e individualistas de la economía y la política, aquélla refunda desde una perspectiva crítica las dimensiones más caras de la categoría política, considerando a la resistencia como una entidad paralela a la obediencia y que también es constitutiva del poder, al tiempo que la obediencia deja de ser considerada como acto autónomo de la voluntad mediante el cual el sujeto actúa en consonancia con su sentimiento del deber, para pasar a ser entendida como obligación. Bajo esta nueva perspectiva, cabe entonces afirmar que es posible resistir mientras se obedece.
Porque definir la política solamente en términos de poder-obediencia-orden (caso de la teoría clásica del poder), da cuenta de un sesgo ideológico que invisibiliza aspectos muy importantes de la política, pues, al conceptualizarla como asunto de sólo poder-obediencia-orden, produce esa especie de “efecto de teoría” que nos hace ver únicamente aquello que conviene que veamos. El ignorar que la resistencia y el conflicto son también elementos de la política debe incapacitarnos en alguna medida para sacar provecho de ellos. Y parece claro que la idea clásica, esa idea parcial e incompleta, resulta más que funcional a quienes detentan el poder, mientras priva de importantes elementos de respuesta a quienes, sabiéndolo o no, hacen parte de los factores ocultos, no nombrados: el conflicto y la resistencia que acompañan a todo ejercicio de poder.
Sin embargo, y como para complicar el asunto, hay que reconocer que, si bien por una parte es cierto que el poder no es una negación de la resistencia sino su germen mismo, también lo es que donde hay poder no necesariamente se expresa una resistencia, por más que ésta se encuentre siempre ahí como posibilidad, como “subjetividad excedente” que el poder no termina de “objetivar”. Con el fin de aclarar este punto, Nieto propone diferenciar entre las dimensiones ontológica e histórico-política de la resistencia, entendiendo por la primera la resistencia como potencia, y por la segunda aquella como cristalización efectiva, puntual e histórica. Esto explicaría entonces que no en todo contexto de poder se exprese necesariamente una resistencia, de modo que, en los casos en los cuales esto no ocurre, no se hablaría necesariamente de una no-resistencia sino de resistencia ontológica.
Pero entonces, ¿qué hace falta para que los dominados desplieguen un verdadero ejercicio de resistencia, concreto y sensible? Acá el autor parece ser de la opinión de que las condiciones de (1) inmersión en un contexto de opresión e injusticia, y (2) percepción y conciencia por parte de los sujetos de la opresión y la injusticia de que son objeto, bastarían para producir expresiones de resistencia, pues ésta se halla contenida, en su forma primigenia, en el espíritu humano. Sin embargo, considero que la eclosión de la resistencia aún necesita un tercer elemento: (3) que el contexto de dominación en el que están inmersos los sujetos permita la organización y la articulación de una expresión colectiva, lo cual tendría que ver con la estructura de oportunidades políticas y organizativas.
Por tanto, quizá no sea descabellado considerar como condición (¿dimensión?) fundamental de la resistencia su capacidad de configurarse como expresión colectiva (o, para usar las categorías del autor, su capacidad de tomar forma en el pueblo). De lo contrario, no habrá más que una inconformidad informe. Y, desde luego, ésta precede necesariamente a la resistencia, pero ella por sí sola no la constituye, pues todavía necesita estructurarse y organizarse. Estas dos cosas requieren, como se ha dicho, (1) una forma colectiva; pero, además, también (2) un discurso. Yo sugiero entonces una distinción entre inconformidad y resistencia: la primera entendida como germen de la segunda, y la segunda como la primera estructurada y organizada, esto es, dotada de expresión colectiva y de discurso.
Aquello, sin embargo, no se aleja del planteamiento del autor cuando dice que la resistencia está dada como posibilidad por el poder en si mismo, afirmación cuyo sentido es de carácter esencial y abstracto, queriendo decir que todo poder es posibilidad de resistencia. Creo, pues, que la inconformidad está presente siempre que una dominación se acompañe de la conciencia de tal dominación. Sin embargo, esto no ha de derivar necesariamente en la consolidación de una expresión de resistencia. El totalitarismo y determinadas formas de sociedad (acompañadas de cierta estructura de la mentalidad) pueden dificultar grandemente, si no impedir, la eclosión de la resistencia.
Por otro lado, una categoría de la cual tampoco se puede prescindir para una teoría de la resistencia es la de hegemonía, término por el que se hace referencia habitualmente a un poder dominante instituido, estable y consensuado. Esta definición, no obstante –advierte el autor–, puede dar origen a la idea de que la hegemonía es la unidad sin grieta del poder formal, mientras la resistencia representa su resquebrajamiento absoluto e irremediable, con lo cual parece que la hegemonía excluyera la resistencia, y viceversa.
Para salvar este equívoco, hace falta remarcar el hecho de que la hegemonía no equivale a un poder absoluto y sin fisuras. (La inclusión de la dimensión resistencia en la categoría poder obliga a aceptar que no hay poder absoluto ni hegemonía sin coartada, por lo cual absolutizar la hegemonía equivale a negar esa relación antagónica y constitutiva de la política que es la díada poder-resistencia.) Pero, además, esta noción se puede referir también a cualquier concentración consensuada y unificada de poder, y no sólo al poder formal dominante. Con esto, cabría hablar de una “hegemonía de la resistencia”, en el sentido de un frente que hegemonice (concentre) las distintas expresiones de resistencia que afloran en una sociedad. Pero, al mismo tiempo, esta resistencia hegemonizada debe tomar la forma de frente contrahegemónico, pues toda resistencia es por naturaleza emancipatoria y libertaria. Ello significa que aquélla es opuesta a toda forma de dominación, explotación y opresión, de unos grupos sociales sobre otros y del hombre sobre la naturaleza. Y, como estos ideales son por principio incompatibles con la dinámica del capitalismo, la resistencia adopta un carácter no sólo emancipatorio y contrahegemónico sino asimismo anticapitalista y revolucionario.
Finalmente, es importante puntualizar que no hay resistencia en abstracto. La resistencia es el sujeto que resiste; ella “constituye al sujeto, de la misma manera que el sujeto la realiza realizándose”. Sin embargo, tampoco existe un sujeto de resistencia prefigurado, pues éste se constituye sobre la marcha de los acontecimientos socio-históricos. Ya resulta anacrónico considerar al proletariado industrial, por ejemplo, como insignia de la resistencia, pues las luchas desplegadas por los nuevos movimientos sociales dan cuenta de la gran ampliación que ha experimentado el espectro de la resistencia. Los sujetos que resisten pueden ser múltiples y variados, siempre individuales y colectivos al mismo tiempo, pero siempre igualmente en la forma de grupos populares que se consolidan a partir de referentes identitarios (laborales, étnicos, simbólicos, de género…), entendiendo que el pueblo, lo popular, es otra dimensión de la resistencia que no se puede dejar de lado, y se refiere al conjunto de sujetos que se encuentran bajo situación de explotación (laboral, económica), opresión (política, civil…) y pobreza.
Alejandra Vanegas Álvarez