Las gotas que desbordan el vaso

La alteración de la distribución de las lluvias, como uno de los efectos de la devastación a la que está sometida la naturaleza por el afán de la acumulación, está produciendo alternativamente sequias e inundaciones que exacerban la incertidumbre. Los racionamientos de agua en las grandes ciudades que amenazan con agravarse son, sin embargo, explicados como resultado de fenómenos excepcionales. Debemos entender que si no nos repensamos como especie, las condiciones extremas serán la norma y los escenarios para la vida más estrechos.

El 7 de diciembre de 2020, la empresa norteamericana de servicios financieros CME Group Inc., emitió el primer contrato de comercio de futuros de agua del mundo, añadiéndole un nudo más a la mercantilización casi total de la sustancia primordial de la vida. A comienzos de ese mismo año, el Foro de Davos, que cumplía su cincuentavo aniversario, había calificado la escasez de agua como la primera amenaza ambiental, incluyéndola, además, entre los cinco mayores riesgos del planeta. El sistema demostraba así, nuevamente, ese juego de simulación de dos caras que busca ocultar que es impotente para lo que no sea ganancia. En esa reunión de Davos, la mediática adolescente Greta Thunberg reclamaba acciones efectivas para el control de los daños ambientales, mientras que el entonces presidente norteamericano, Donald Trump, representando a los que niegan los daños y amenazas infligidos a los ecosistemas de la Tierra y apoyando las verdaderas intenciones del capital expresó, en alusión a los reclamos de la joven contestataria, que no puede hacerse caso a los “herederos de los adivinos tontos de ayer”, puesto que los avances de la dinámica de las economías de mercado pueden solucionar cualquier tipo de problema. En el lenguaje tosco que lo caracteriza, el peculiar personaje esgrimía el mismo razonamiento de los tecno-optimistas y de los creyentes en un capitalismo inclusivo y “verde”.


Poco antes, Ciudad del Cabo, la capital de Suráfrica, había sufrido entre 2015 y 2018 la mayor sequía en un siglo, que la tuvo al borde de una suspensión total del servicio domiciliario de agua. Las autoridades anunciaron, como medida extrema, la apertura de 149 puntos colectivos de abastecimiento de agua con un límite de 25 litros por persona (el promedio de consumo en esa ciudad es de 135 litros y el mínimo que estima Naciones Unidas alcanza a 50) ante el inminente cierre del bombeo a las redes de distribución de los hogares. El radical racionamiento previo y la aparición de inesperadas lluvias lograron evitar que el mundo presenciara en 2018 la primera metrópolis moderna sin servicio corriente de agua.


En 2015, la Ciudad de Sao Paulo también sufrió severos racionamientos por una fuerte sequía, situación a la que tuvo que someterse nuevamente entre junio y septiembre de 2021. Pero, fue Monterrey, la segunda ciudad más poblada de México, la que vivió a mediados de 2022 una situación muy similar a Ciudad del Cabo pues también alcanzó a anunciar el “día cero”, es decir, el de la desconexión del servicio domiciliario. Más recientemente, en julio de 2023, Montevideo, la capital del muy pequeño Uruguay, con abundantes cuerpos de agua dulce, también experimentó racionamientos que indican claramente, qué si bien los detonantes de las crisis de sed son alteraciones naturales inesperadas, no son la causa última, pues en el trasfondo tenemos situaciones estructurales como el trato que damos al entorno, las disparatadas densidades de las ciudades y la ilogicidad involucrada en los intercambios con los que nos abastecemos, derivados de un sistema productivista centrado simplemente en la acumulación de valores de cambio.


Como parte de esa realidad de megaciudad y servicios públicos, en este caso del agua, Bogotá, fue sometida a un racionamiento de agua desde el jueves 11 de abril de este año, y simultáneamente Dubái, la capital de los Emiratos Árabes Unidos quedaba, paradójicamente, totalmente inundada el martes 16, luego que ese día cayeran sobre la ciudad más de 200 mm de lluvia, que es la cantidad que en esa zona cae en un año. La región de Cataluña, en España, que este año también ha estado sujeta a restricciones en el uso del agua, intenta paliar el problema habilitando una desalinizadora flotante en el puerto de Barcelona, la capital de la región autónoma, y activando doce desalinizadoras móviles, en lo que constituye una clásica forma de solución parcial de un problema que agrava otros. Desalinizar tiene un altísimo costo energético que no sólo multiplica el precio del agua cinco veces para los consumidores, sino que el desecho, la salmuera, que es arrojada de nuevo al mar, por su elevada concentración es altamente nociva para muchas formas de vida. Sequía e inundaciones, pese a ser fenómenos opuestos, son igualmente consecuencia del absurdo consumismo impulsado por los intereses particulares de los negociantes.


Mirar los usos, los sectores destinatarios, los encadenamientos productivos y la distribución del agua entre las clases sociales ilustra, quizá más que ningún otro caso, la irracionalidad de un sistema socioeconómico que está llevando al límite las bases que sustentan la vida y que, más allá de la aceptación retórica de las advertencias de la ciencia, no está realmente interesado en direccionar esfuerzos que conduzcan a la conservación de las condiciones de subsistencia de la presente y las futuras generaciones.


Poco es algo; menos es nada

Pese a que alrededor del 70 por ciento de nuestro planeta es agua –aproximadamente 1.400 millones de kilómetros cúbicos–, tan sólo el 2,6 por ciento es dulce, esto es, 36,4 millones, de los que el 99,7 por ciento son agua congelada y subterránea siendo, por tanto, mínimo el porcentaje de aguas dulces superficiales que suman, poco más de 100 mil kilómetros cúbicos. De estos, que por obvias razones son los más accesibles, serían usables sosteniblemente, según algunos expertos, los 34 mil kilómetros cúbicos de lluvia (1) por ser el volumen que permitiría preservar la capacidad de las fuentes. Pero, más allá de las discusiones que los técnicos puedan tener sobre la dimensión de lo que denominan la oferta hídrica sostenible, es decir, la utilizable sin afectar la resiliencia de los cuerpos de agua, el principio de precaución obliga a la prudencia pues volviendo al caso de la desalinización, para citar un sólo ejemplo de fuente no convencional, en la producción de un metro cúbico de agua deben consumirse 4 kWh de energía, lo que hace del proceso una opción limitada que no puede ser generalizada.


El uso de la relativamente limitada cantidad de agua dulce de la que disponemos es víctima, sin embargo, de una insensatez en el trato que muestra, más que nada, la enemistad con la vida en la que está inmersa esta etapa consumista del capital. Según el Banco Mundial, la irrigación en el sector agropecuario –el único cuyos efectos son referenciados en este artículo– consume el 70 por ciento del total de agua fresca, pero cubre tan sólo el 20 por ciento del área trabajada, lo que de por sí no debería ser un problema, si ese uso significara una producción ambientalmente sostenible y dirigida a satisfacer las necesidades de la mejor manera, lo que evidentemente no es así. Según la Fundación Aquae, la producción de un kilo de carne de vacuno requiere de 15 mil litros de agua, el de cerdo 6 mil; medio kilo de mantequilla 2.700, medio kilo de maíz 450 y un kilogramo de café tostado 21 mil litros, en lo que es una pequeña muestra de algunos productos alimenticios. Lo involucrado en el vestuario es también escandaloso: un kilogramo de tejido de algodón requiere de 10 mil litros de agua y un par de zapatos de piel de vacuno 8 mil.


Estas cifras no pueden naturalizarse, claro está, pues esos consumos de agua corresponden a unas tecnologías y a formas de producción basadas en los monocultivos de riego intensivo, y en el caso de la ganadería, en explotaciones con animales encerrados cuyos alimentos no son las pasturas naturales sino especies sembradas y forrajes procesados. Las variedades impuestas, resultado de manipulaciones genéticas, y los procesos productivos serializados han sido estructurados para maximizar los valores de cambio no para satisfacer necesidades en armonía con el entorno. Sí miramos los encadenamientos productivos hacía atrás, en la ganadería intensiva, por ejemplo, para la producción de un kilo de carne son consumidos 6,5 kilos de cereales y 36 de forrajes, que deberían llevar a deducir inmediatamente lo absurdo de producir carne bajo tales condiciones, cuando nos podemos alimentar directamente con los cereales.
El velo que tiende la estrategia comunicativa, cuando las fuerzas de la naturaleza reaccionan con intensidad ante las perturbaciones provocadas por los excesos del capital, consiste en convertir a los ciudadanos de a pie en eco-culpables, conminándolos a ciertas prácticas en el uso de los recursos que no son la solución porque no son el problema.


Usos que son abusos


En Colombia, el peso del sector agropecuario en la demanda hídrica, según las cifras del Estudio Nacional del Agua 2022 (2), es menor que el promedio mundial ya que representa el 58 por ciento (incluyendo la piscicultura) –la generación de electricidad es el segundo demandante con el 25 por ciento– sin embargo, la huella hídrica, entendida como el agua que no retorna a la cuenca es el 86 por ciento, que no puede considerase un hecho neutral, pues indica un desbalance espacial del que aún no tenemos claridad sobre sus efectos. El estudio nacional sobre el agua no muestra indicadores promedio sobre la contaminación a los cuerpos de agua derivados del sector, pero informa sobre el aumento del uso de agroquímicos a partir de 2012, año en el que fueron demandadas 2.550.000 toneladas que aumentaron hasta 3.300.000 en 2020 (30 por ciento más).


El uso de plaguicidas, según el Banco Mundial (3), creció el 360 por ciento en Colombia en los últimos veinte años (18 por ciento anual), y lo que es peor, con diez ingredientes activos potencialmente generadores de cáncer y de afectaciones al sistema endocrino y neurológico, contenidos en ochenta productos prohibidos en otros países. Y si bien no hay indicadores cuantitativos promedio sobre la calidad del agua, el impacto negativo de la agricultura convencional es innegable por el efecto contaminante –ya demostrado por la ciencia– de los fertilizantes nitrogenados y los plaguicidas, pese a lo cual aún no son implementados controles estrictos. El estudio de lo que los especialistas denominan “huella hídrica gris” (el agua en la que quedan disueltos los fertilizantes y los insumos químicos industriales), que es uno de los aspectos más denunciados por los ambientalistas en el mundo, sigue siendo una deuda entre nosotros (4).


Dado el volumen tan importante de agua insumido en los procesos productivos del sector agropecuario, las exportaciones de los países de la periferia que están compuestas, en no poca medida, por productos primarios, las convierte en trasvases ocultos de agua que no son otra cosa que un refuerzo de la reprimarización. La huella hídrica, concepto construido de forma análoga al de huella ecológica, permite estimar en realidad cuánta agua consume un ser humano si es contabilizada la cantidad del recurso usada en los procesos de fabricación de todos los productos que demanda y no sólo la que pasa por los grifos de su vivienda (un británico que gasta directamente 150 litros diarios, en realidad puede estar consumiendo 4.635 litros, 30 veces más (5)). La cantidad de agua virtual, que es como se conoce a esa medida, empieza a ser un criterio de decisión en los países del centro capitalista para elegir –cuando las condiciones técnicas lo permiten– entre que producir al interior y que importar con mayor ventaja por este motivo. Observar este balance es una prueba adicional de las lógicas absurdas que nos rigen, pues, por ejemplo, en el caso europeo España, y en el norte de África Marruecos, países que sufren un fuerte estrés hídrico, son exportadores de productos primarios con una gran carga de agua.


En Colombia, el agua virtual exportada está asociada a aguacate, banano, cacao, café, caña de azúcar, flores, follajes, palma de aceite y plátano, siendo de lejos el café con el 49 por ciento el que tiene mayor huella hídrica, seguido del plátano con 29 por ciento y la palma 17 por ciento; siendo los Estados Unidos el principal destinatario (31% del agua virtual exportada). Los técnicos sostienen que las exportaciones virtuales colombianas de agua son mayoritariamente de huella hídrica verde, es decir de productos que usan agua de lluvia, lo que supuestamente es menos problemático que si fueran de huella hídrica azul, riego extraído de los manantiales. Pero, sea como sea, lo cierto es que si la definición genérica de huella hídrica mide el agua que no retorna a la cuenca, el efecto no puede ser neutral.


Un derecho mal distribuido

Según Naciones Unidas (6), 2 mil millones de personas viven en países que sufren grave escasez de agua, pero el doble de ese número la experimenta por lo menos durante un mes cada año. Las personas que carecen de un suministro de agua gestionado de forma segura están estimadas en 2.200 millones, ya sea que la inseguridad surja de la falta de protección a la fuente porque el suministro queda a más de treinta minutos, o si son los consumidores los que la extraen directamente, puesto que son condiciones que no garantizan buena calidad.


El promedio del consumo directo de agua en el mundo por persona-día es de 142 litros si bien, por lo menos, 800 millones no alcanzan a los 50 litros que es el mínimo recomendado. Mientras que un estadounidense gasta en promedio 575 litros diarios, según ONU-Habitat, en países de África como Nigeria el promedio de esta cifra es cercana a los diez litros. Como consecuencia del bajo consumo y la baja calidad del agua, 700 mil personas al año pierden la vida por diarrea y cólera, de las cuales, alrededor de 446 mil son infantes menores de 5 años.


Nueve de cada diez desastres naturales están relacionados con el agua. De las 55 millones de personas afectadas por sequías severas, 1.100 mueren anualmente (cifra que puede ser mayor si tenemos en cuenta que Naciones Unidas en su boletín de noticias del 22 de julio de 2021 informaba de 650 mil muertes durante los cincuenta años anteriores, según un estudio de la Organización Meteorológica Mundial), y de 106 millones las afectadas por inundaciones, 6.000 fallecen cada año.


En el mundo han sido construidas 58.000 grandes represas (22.000 en China y 6.390 en E.U) con una capacidad de almacenamiento equivalente al 17 por ciento del caudal que los ríos depositan en el mar. Lo curioso del asunto es que una de las razones esgrimidas para la construcción de esos embalses es evitar las inundaciones, dejando de lado que cuando hablamos de “inundaciones” nos referimos a las anegaciones de espacios antrópicos que no deberían haber sido ocupados, pues en la mayoría de los casos corresponden a zonas de desborde de los cuerpos de agua, es decir, que fabricamos el problema con las ocupaciones equivocadas de dichos lugares y luego construimos una obra faraónica como solución. Los desbordes de las presas por fallos de su estructura han provocado algunas de las peores tragedias, que no son, entonces, “accidentes naturales”, sino yerros en la localización ya sea de los habitantes o de la obra de infraestructura. Además, la visión antropocéntrica que envuelve ese tipo de construcciones olvida que el agua no es un derecho exclusivo de los seres humanos sino que pertenece a todas las especies vivas. La reciente tragedia en Derna, Libia, el 11 de septiembre de 2023 causada por la tormenta “Daniel” que depositó en un día más de 400 mm de lluvia que rompieron dos presas y dejó un saldo de más de 11 mil muertos y no menos de 10 mil desaparecidos por efecto de los desbordes, no es el primer suceso de ese tipo, ni será el último. También, podemos asegurar que el desastre no estimulará cambios en los principios absurdos que rigen la gestión del agua en la actualidad.


En Colombia, según el Diagnóstico Multidimensional sobre las Desigualdades (7), el 24 por ciento de la población aún no accede al agua potable. Y al interior del 76 por ciento que tiene acceso la asimetría es significativa, pues de los situados en el primer quintil de ingresos (los menores), tan sólo el 53 por ciento está conectado a acueducto público, que es el que puede considerarse gestionado de forma segura, mientras que en el último quintil (el de mayores ingresos) el 90 por ciento dispone de este tipo de conexión. En cuanto a la frecuencia del suministro, el 92,5 por ciento del quintil de los de mayores ingresos tiene flujo de agua las 24 horas los siete días de la semana, mientras que en el quintil uno esa cifra queda reducida al 67,7 por ciento. Eso no significa que los del quintil uno y el cinco disfruten el servicio en igual magnitud, pues no usan la misma cantidad de agua los que juegan golf y tienen piscina climatizada, que aquellos que viven en zonas marginales. En el caso de Bogotá, por ejemplo, según los indicadores de consumo de agua y energía eléctrica de la alcaldía, los habitantes del estrato uno usan en promedio 68,61 litros diarios, mientras que en el estrato seis la cifra sube a 171,75, es decir 2, 5 veces más.


Lo sucedido en Ciudad del Cabo, Monterrey, Montevideo, Sao Paulo, Derna y Bogotá no son hechos circunstanciales producto de un comportamiento excepcional de la naturaleza, son el resultado de prácticas irracionales, como la ocupación fallida del espacio que no es ajena al colonialismo y a la mercantilización del territorio por el capital. ¿Qué en África, Asia y América Latina ciertos grupos étnicos sean los que más padecen el estrés hídrico, es acaso ajeno a que fueron arrinconados en territorios menos propicios para la vida, a través de la violencia de los invasores y las prácticas del llamado mercado? ¿No es la concentración excesiva de personas en las megalópolis un efecto de la búsqueda insaciable de la acumulación por la acumulación? ¿Los efectos sobre el clima, como es el caso de la redistribución asimétrica de las lluvias, que las concentra en un muy corto período de tiempo provocando inundaciones, pero también sequía en las demás épocas de año, no es resultado de acumulaciones excesivas orgánicas y no orgánicas?


La frase “si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”, atribuida a Albert Einstein, parece un consejo incomprensible para los que detentan el poder de gestión tanto del recurso hídrico como de las fuentes de energía, que en el caso del llamado “hidrógeno verde” (8) están íntimamente entrelazadas. Esta tecnología busca generalizarse como una supuesta energía limpia, lo que ya es señal que el grado de tensión aumentado sobre las condiciones de la oferta hídrica no está considerado por sus promotores, puesto que si fuera lo contrario no la denominarían de esa manera. Desde un punto de vista estrictamente químico, un kilogramo de hidrógeno requiere para su producción de 9 kg de agua, pero el gasto en el proceso productivo que involucra la refrigeración, la purificación del agua bruta y el tratamiento de las aguas residuales, según sea el proceso tecnológico adoptado, puede consumir entre 26 y 95 litros por kilogramo de hidrógeno.


Pensar un post-capitalismo amigable con la naturaleza y más amable para toda la humanidad, pasa por interrogarnos sobre: la forma en la que estamos distribuidos en el espacio, cómo procesamos e intercambiamos los productos que satisfacen nuestras necesidades –de estas identificar cuáles son realmente tal cosa–, y cómo debemos redistribuir procesos y recursos. Asunto nada fácil, pero en el que nos jugamos no sólo la suerte de la especie humana sino también la de las demás especies que aún nos acompañan en el planeta. Por eso, la histeria gritona de los adoradores del mercado debe ser acallada con argumentos sólidos que muestren la dimensión de las amenazas que planean sobre nosotros. No debe intimidarnos el tamaño del desafío que significa repensarnos como especie, pues en ello nos jugamos la posibilidad de una vida auténtica para todos.

  1. Barlow Maude y Clarke Tony, Oro Azul: las multinacionales y el robo organizado de agua en el mundo, Paidos.
  2. Ideam y Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Estudio Nacional del Agua 2022, marzo de 2023.
  3. https://www.virtualpro.co/noticias/en-20-anos-colombia-aumento-uso-de-plaguicidas-en-un-360-
  4. “La agricultura en nuestro país y en el mundo es una actividad fundamental para el ser humano. Sin embargo, el impacto medioambiental por el efecto negativo a las aguas dulces persiste y se constituye en uno de los factores más generalizados de la mala calidad del agua”. (Estudio Nacional del Agua, p. 365)
  5. We are water foundation, Huella hídrica: el comercio invisible del agua, https://www.wearewater.org/es/insights/huella-hidrica-el-comercio-invisible-del-agua/
  6. Ver el informe de la ONU “No dejar a nadie atrás”, título dado al Informe Mundial de las Naciones Unidas Sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos 2019.
  7. Unión Europea, Agencia Francesa para el desarrollo, Dane y Fedesarrollo, Diagnóstico Multidimensional Sobre las Desigualdades en Colombia: análisis estadístico al servicio de las políticas públicas, 2022.
  8. ODG (Observatori del Deute en la Globalitzacio) El rastro del hidrógeno: una mirada global al desarrollo del hidrógeno y sus impactos en el Estado español y Chile. (Barcelona, Cataluña).
  • Integrante del Consejo de Redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.

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Información adicional

Autor/a: Álvaro Sanabria
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 243 mayo 2024
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