La economía es bastante menos evidente y bastante más compleja que simplemente los procesos de producción, intercambio y consumo, y sus mecanismos financieros y demás. Hay una capa fundamental que le subyace y la hace posible; particularmente en el modo productivista y extractivista. Se trata de las economías de guerra.
Los economistas clásicos y hasta Marx se admiraron en la modernidad por el impresionante crecimiento de la economía, un acontecimiento sin precedentes en toda la historia de la humanidad. El capitalismo es una economía de productividad, crecimiento, consumo, y extractivismo. Todo ello lo condensan, en una palabra: desarrollo. Al final, eufemísticamente, se habla de desarrollo humano. Hoy el eje central de la economía de libre mercado es, de lejos y muy ampliamente, el complejo industrial militar (CIM). Un capítulo sobre el cual la sociedad rara vez repara su atención.
Existe, sin la menor duda, un estado dentro del Estado. No se trata de ninguna teoría de la conspiración. Se trata del sector defensa, con todos sus aparatajes, sus extensiones, sus empresas paralelas y anexas, en fin, sus intereses y poderes. Lo que sucede es que el sector defensa está acompañado por otros poderes propios y paralelos, como el judicial, el financiero y otros sectores industriales. La forma sucinta en la que se condensa el estado dentro del Estado es la expresión: las “razones de Estado”.
Pues bien, las razones de Estado, por definición, no son públicas ni se comunican, sencillamente se imparten y se obedecen, punto. Sin cuestionamiento, sin crítica, sin reflexión alguna. Existen crímenes por parte del Estado en nombre de las razones de Estado. Y es también en nombre de la razón de Estado que, sin ambages, existe, efectivamente el terrorismo de Estado.
No huelga recordarlo: una cosa es el Estado –o el poder verdadero– y otra cosa es el gobierno. Los sistemas jurídicos y legales, la ciencia y los estudios políticos, las relaciones internacionales y los estudios sobre seguridad muy raras veces hacen de esté hecho un motivo directo y explícito de reflexión. El tema tiene una envergadura mucho más profunda que, sencillamente, los temas de gobierno, gobernabilidad y gobernanza.
En América Latina, algunos gobernantes alternativos han logrado llegar al gobierno, notablemente a través de la vía electoral. Dilma y Lula en Brasil, Boric en Chile, Evo Morales en Bolivia, Petro en Colombia, por ejemplo. Pero no por ello tienen verdaderamente el poder. Es fundamental atender a un hecho: los ciudadanos votan, pero no eligen. Las grandes y más trascendentales decisiones se toman en la trastienda, y en numerosas ocasiones, por fuera del país. Hoy por hoy toda política (nacional y en muchas ocasiones también regional o municipal) es geopolítica. Los verdaderos hilos del poder no son nuca enteramente obvios ni trasparentes.
Existen redes de poder, y contra todas las apariencias estas redes son distintivamente cerradas. Sólo se puede acceder a ellas y escalar después de haber dado muestras evidentes de lealtad y fidelidad. Las redes de poder terminan cooptando a dirigentes y tomadores de decisión. Literalmente, se trata de toda la historia que la literatura ha expuesto suficiente y notoriamente a través de la historia de Fausto o Mefisto, en autores como Marlowe, Goethe o Thomas Mann, particularmente. Se aparece el maligno o es invocado y, en muy pocas palabras, su ofrecimiento es: “ponga el precio”. O él mismo lo pone, hasta que la otra parte sucumbe. El precio es usualmente dinero o poder; y no necesariamente están separados.
Pues bien, el nombre más conspicuo de las fuerzas y poderes del Estado es el complejo industrial militar (CIM). Éste tiene capítulo, si cabe la expresión, en todos los países –eufemísticamente llamado como “el sector defensa”–, pero que en realidad supera y abarca bastante más que dicho sector.
El (CMI) se disparó y afianzó particularmente durante la Guerra Fría. Sólo que, contra todas las apariencias, la Guerra Fría no cesó con la caída del Muro de Berlín, por ejemplo. La guerra, dicen los militares, comienza en el momento mismo en que se piensa en ella y se la empieza a organizar. El (CIM) cimenta y nutre constantemente a la guerra, que existe y toma forma de diferentes maneras. Se ha estatuido, ulteriormente, una economía de guerra. La guerra es una fantástica empresa que no está para nada alejada de sectores como las mafias (trata de blancas, narcotráfico, juegos y casinos, y muchos otros) y que instrumentaliza a amplias capas de la sociedad. Tiene su propía lógica, su propia semántica, sus propios aparatjes y mecanismos.
Las guerras en el mundo
Existen actualmente cien guerras y conflictos armados en el mundo. En Medio Oriente y Norte de África, tienen actualmente más de cuarenta y cinco guerras y conflictos armados; en el resto de África, más de treinta y cinco; en Asia, hay veintiún conflictos; en Europa, siete; en América latina, seis (1). Hay que recordar que el sistema de naciones unidas cuenta con ciento noventa y cinco países. Según esto, sólo en ochenta y cinco países no habría guerras; esto es, más explícitamente, hay guerras y conflictos armados hoy por hoy en ciento diez países. La paz es algo menos que un sueño. Los grandes titulares de la gran prensa raramente presentan todo el mosaico del tema.
Una mirada más cuidosa a este panorama trasluce que existen, consiguientemente, fabulosas cadenas logísticas en toda la extensión de la palabra, actos, acciones, decisiones, políticas y mecanismos de toda índole alrededor de los tejidos de las guerras y conflictos armados en los ciento diez países. En numerosas ocasiones, estas guerras están implicadas unas con otras, a través de inferencias indirectas. Las guerras son mecanismos muy efectivos de control de natalidad, control de la economía, políticas de muerte.
Sorpresivamente, a la fecha, las tasas de natalidad siguen siendo muy superiores a las de mortalidad (2). Significativamente, los países más ricos del planeta –especialmente los de la Ocde– tienen una tasa de natalidad inferior a la necesaria para reproducirse como nación. La natalidad es un fenómeno periférico en el mundo, desde el punto de vista económico y de desarrollo. H. Arendt ya lo decía: el acto político por excelencia es el nacimiento. Porque él significa que, biológicamente, otros tiempos y otros mundos pueden ser posibles. Sin ambages, los países de la Ocde y del G-20 están cometiendo suicidio.
Pues bien, en términos de víctimas, a nivel estadístico mundial las cifras comienzan a contarse a partir de cinco mil, y el tope se sitúa en cincuenta mil por año (3). Esto quiere decir que, por debajo de tal cifra todo es cuestión de delincuencia común. Pero hay otras categorías de delincuencia, por ejemplo, la delincuencia organizada, la circunstancial, la instrumental, la ciberdelincuencia, notablemente. No hay que olvidar, que en la delincuencia se sitúa también aquella de “cuello blanco”, y todos los sistemas y prácticas de corrupción (jueces, policías, militares, y otros). Y siempre las mafias.
Hay numerosos sistemas nacionales e internacionales de observación de los fenómenos delictivos, los conflictos y las guerras. Estos observatorios, laudables como puedan serlo, poco y nada contribuyen a la dejación de las armas. La economía de guerra es un hecho consumado en el llamado orden mundial
Economías de guerra
Una economía de guerra es aquella en la que el aparato productivo gira entera o principalmente alrededor de la guerra, o de un conflicto armado. Se estatuye una doctrina militarista –usualmente concebida por fuera de las fronteras nacionales; en el caso de América, un ejemplo excelente es el tratado Tiar (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca)–. Se crean nuevos impuestos –en Colombia el 4 por mil–, se estatuyen bonos de guerra, y ampliamente el presupuesto nacional pivota alrededor de la eufemísticamente llamada: seguridad y defensa nacional. En el caso de Colombia, por decir lo menos, durante todo el Frente Nacional y hasta hace dos años, el presupuesto de guerra era de lejos el más importante, muy por encima del sector ciencia, educación o el de políticas sociales. Colombia vivió y ha vivido en economía de guerra. Ello estatuye un sistema social y mental, un lenguaje, unas formas de comportamiento.
Colombia no es un país de derecha políticamente. Pero, mucho peor, culturalmente sí. Sin embargo, esta historia está comenzando a cambiar.
En las economías de guerra, todas las necesidades de la ciudadanía están por completo redefinidas en función de ella. Especialmente, los sectores salud y tecnología; de igual manera, las formas y los estilos de vida de la ciudadanía, de lo cual no es consciente su inmensa mayoría. De manera muy significativa, todo el manejo del medioambiente queda en su totalidad supeditado a los interese bélicos definidos de manera inconsulta. Todo el sistema educativo es permeado de un extremo al otro por los intereses de la guerra: los “buenos” contra los “malos”; los textos de lectura en los colegios; los currículos. ¿Valdría la pena mencionar que en las economías de guerra hay materias que son innecesarias? Por ejemplo, la filosofía, las humanidades, la historia. Los colegios, universidades, clínicas y hospitales, por ejemplo, se convierten en “instituciones”.
Habría necesidad de elaborar una larga, pormenorizada y muy juiciosa lista y reflexión de los usos performativos del lenguaje. Y con ellos, naturalmente, el papel de los grandes medios de comunicación. Las economías de guerra y sus aparatajes son bastante más sutiles de lo que permite pensar, simplemente, en asuntos militares o bélicos.
En una situación tal, todo el aparato productivo pivota alrededor de la guerra; pero también, con especial realce, todo el aparato cultural e ideológico, en el sentido más amplio de la palabra. En su base, como techo, como perímetro y sistemas de control opera siempre el (CIM).
Estamos ante una compleja realidad, toda vez que existen numerosos tipos de guerra: convencional, psicológica, de información, de agresión y de defensa; guerra total y guerra civil; de guerrillas y guerra subsidiaria, religiosas y hasta espirituales; guerras biológicas, en fin, guerras justas e injustas, entre muchas otras.
Como es conocido, vivido y padecido, en toda guerra siempre la primera víctima es la verdad. Luego sigue siempre la gente. Y durante y después de las guerras, claro, la restitución de la verdad. Todas las fuerzas del CIM son completamente reacias a cualquier criterio de verdad y de transparencia. Por ello mismo, el control de los medios de comunicación, de los currículos, de los espacios culturales y las formas de cultura, y casi siempre los púlpitos.
En dos palabras, el CIM es la alianza entre el sector militar en toda la línea de la palabra, y la industria de la defensa. Más sencillamente: entre militares –y fuerzas de policía, según el país– y la industria (o la economía). Por consiguiente, producción, sistemas de créditos y empréstitos, prebendas y bonos, lobbies de todo tipo y control, político, principalmente. Los políticos quedan integrados o supeditados al sector militar, y casi nunca de manera violenta o forzada. De manera determinante, el CIM define las políticas públicas en toda su extensión y profundidad. Digámoslo de manera fuerte: el CIM reduce toda la política a políticas públicas y no son posibles, en absoluto, ninguna otra clase de políticas.
Un dato puntual: la guerra de Ucrania, que supera ya los mil días, implica un gasto diario de noventa millones de euros. Una elemental ecuación aritmética revela, por tanto, el costo a lo largo de los ya cerca de tres años. Pues bien, multiplíquese, con las proporciones debidas, estas cifras, por los otros ciento nueva conflictos armados y guerras, incluidas, naturalmente, las de Medio Oriente. El gráfico Nº 1 ilustra los gastos de los quince países con mayor inversión en guerra: para el año 2022. En el gráfico Nº 2, actualizado al 2023, la lista de países es ampliada a los primeros 40, entre los cuales Colombia ocupa un lugar significativo. Las cifras son en billones de dólares; esto es, miles de millones de dólares.
Estamos ante una realidad de control social, pero también de reproducción de un sistema, el capitalista, que nos recuerda que en él la guerra y la enfermedad constituyen los dos más grandes negocios. Y ambos, enfermedad y guerra, son una sola y misma cosa. En términos muy elementales, se trata del sector seguridad y defensa y del sector salud. Sin ambages, los dos pilares de una economía de guerra.
Guerra contra la sociedad
Grosso modo, el CIM distingue dos tipos principales de guerra: las desplegadas contra el enemigo, que puede ser interno o externo; y, de manera especial, pero nunca hecho evidente, las guerras contra la sociedad. La forma más evidente y refinada de las cuales son todos los sistemas de reconocimiento de rostro y voz, los sistemas de espionaje, legales e ilegales, desplegados en contra de la sociedad. En dos palabras: cualquiera puede ser un enemigo potencial. De lejos, el mejor panorama de esta situación son las políticas y acciones del Gran Hermano, en el libro, fundamental, de George Orwell, 1984. Hay que volver a él, una y otra vez.
A su manera, una científica social ha llegado a hablar del capitalismo de la vigilancia, S. Zuboff. Una mirada hacia J. Assange, las persecuciones a WikiLeaks, los trabajos y declaraciones de Edward Snowden y muchos trabajos próximos y semejantes, brindan una luz clara sobre este particular.
Es indispensable recordar una cosa: misionalmente, los ejércitos, las fuerzas de policía y los mecanismos de seguridad y defensa son del Estado; no de la nación, y mucho menos de la ciudadanía. El Estado puede hacer con la fuerza lo que quiera; esta es su fortaleza, pero también su debilidad. La vida no se reduce al Estado, y en numerosas ocasiones es posible y deseable, vivir por fuera e incluso en contra del Estado.
El derecho internacional contra el derecho nacional
Una distinción final es posible. Se trata de la diferencia entre el sistema jurídico nacional, en cada país, y el derecho internacional.
Todos los sistemas de derecho nacional son de subordinación. Los ciudadanos y los extranjeros están sometidos a las leyes y aparatos de derecho, ya sea por nacimiento o por decisión voluntaria. Esta es exactamente la idea del Leviathan, de Thomas Hobbes, o el genéricamente llamado Contrato Social. Es todo el sistema liberal, en cualquier sentido de la palabra.
En otras palabras, ser liberales significa adoptar y estar obligados a aceptar sistemas de sometimiento o sujeción. “Nada es posible por fuera de la ley”. “Todo es posible dentro del Estado y nada es posible por fuera de Estado”, y cosas semejantes.
En blanco y negro, la libertad y la autonomía son entelequias frente a los sistemas de subordinación. Como les gusta decir a los liberales: “todo derecho implica una obligación”. De manera tal que todo consiste en y se reduce a sistemas y mecanismos de control.
De otra parte, existe el derecho internacional, que no es un mecanismo de subordinación, sino de coordinación. (Precisamente por ello, ante los ojos de los ciudadanos del mundo, el Consejo de Seguridad de la ONU, la propio ONU, y los organismos multilaterales, tienen tan poca utilidad). En el derecho internacional no hay, en principio, sometimiento o subordinación algunos, sino coordinación, lo cual quiere decir, que los Estados son libres de acatar o no las direcciones, acuerdos, planes, y decisiones de tales organismos e instancias, sin estar obligados a cumplir lo que decidan. Sistemas de coordinación. La base conceptual, es la soberanía de los Estados.
Es una realidad que nos permite concluir afirmando que los Estados son soberanos. Los ciudadanos, no. Pues bien, los Estados son soberanos hasta cuando entra la geopolítica, y notablemente el (CIM). Y se impone la economía de guerra. γ
1. Cfr. https://geneva-academy.ch/galleries/today-s-armed-conflicts
2. Cfr. https://www.worldometers.info/es/
3. Cfr. https://worldpopulationreview.com/country-rankings/countries-currently-at-war
Suscríbase
https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=180&search=suscri