Gramsci como “caja de herramientas” para el mundo de hoy

La enseñanza de la filosofía exige un trabajo serio con los textos, leerlos, releerlos, comentarlos, encontrar sus contradicciones internas, evaluar la consistencia de los sistemas, su coherencia, en fin, exige una labor rigurosa con las fuentes. De paso, en esa labor exegética el estudiante aprende el método de trabajo y se acostumbra a practicar lo que el filósofo italiano Benedetto Croce llamó: “amor a la distinción penetrante”; o lo que es lo mismo, experticia en el trabajo de taller con los conceptos, las categorías y el análisis filosófico.

Ahora, si bien estas prácticas filosóficas son necesarias en el ámbito académico universitario, la filosofía no se puede reducir a la exégesis obsesiva de textos, al averroísmo o comentarismo de grandes obras, al vampirismo y regurgitación de contenidos filosóficos en salones, aulas o eventos filosóficos; a la repetición o a la defensa o custodia del legado de algunas de las tumbas más ilustres de la historia del pensamiento. No. La filosofía consiste en pensar el pensamiento, pero, ante todo, en pensar la realidad. Es el mundo el que siempre ha dado que pensar. Es en este sentido que me interesa el pensamiento de Antonio Gramsci.

Jorge Luis Borges dijo: “los astros y los hombres vuelven cíclicamente”. Este verso pone de presente que nada se va para siempre, que hay cosas que permanecen ahí, sepultadas, y que pueden revivir para actuar en la actualidad. El verso también patentiza que la tradición no es un mármol frio del pasado, sino que puede actualizarse, o lo que es lo mismo, que existen “pasados proyectivos”. Gramsci es uno de esos pensamientos que hoy está de vuelta. Así lo testimonian su presencia en la política contemporánea actual, especialmente, en los progresismos, en los debates en la filosofía política e, incluso, en las tácticas de la neoderecha que parece haber entendido mejor a Gramsci que la misma izquierda, pues se ha tomado en serio el tema de la batalla cultural en los medios y los artefactos culturales, al igual que la conquista del sentido común de la gente. Pero, ¿a qué se debe este renacer de Gramsci? La respuesta es sencilla: a que su obra es una caja de herramientas que sirve para analizar la realidad política, pero no solo para analizarla, sino que ofrece horizontes teórico-prácticos para transformarla. Veamos algunos puntos clave que nos permiten sustentar lo dicho:

1. El ser humano hace la historia, puede cambiar la realidad en la que vive, tal como pensó Gramsci, quien sostuvo: “La historia como acaecimiento es pura actividad práctica”, es decir, la voluntad colectiva, común, produce transformaciones, no solo en el nivel económico, sino en el nivel cultural, intelectual y moral. Tener conciencia de la historia como creación típicamente humana es un punto de partida fundamental para evitar la indiferencia, la resignación, el conformismo y la claudicación ante el presente, pues el porvenir siempre es abierto. El materialismo histórico o, lo que es lo mismo, la filosofía de la praxis, concibe al humano como un protagonista de su propia historia. Es una filosofía o concepción elaborada del mundo que, por medio de la acción política, deviene historia viva. De esta manera se rechaza el optimismo neoliberal del fin de la historia que paraliza el pensamiento y la acción y que pretende inculcarnos la idea del fin del futuro.

2. El análisis debe partir de “lo que hay”, del mundo que se tiene, de la situación de la infraestructura con sus relaciones de producción, situación económica, grupos de interés, empresas, etcétera., sin caer en el determinismo económico, pues, en estricto sentido, la disputa por la economía ya es una disputa política. Gramsci decía: “Lo que determina la acción política no es la estructura económica, sino la interpretación que se dé de esta y de las llamadas leyes que rigen su desarrollo. Estas leyes no tienen nada de común con las leyes naturales”. El sujeto no está determinado por su posición de clase, no es ésta la que le otorga la autoconciencia, pues el sujeto político no se constituye como tal antes del conflicto político, sino justamente gracias a él. Igualmente, “lo que hay” requiere pensar en las fuerzas políticas, sus intereses, sus luchas, las tendencias hegemónicas, las ideologías; así como en la correlación de las fuerzas militares y la geopolítica.

3. La política consiste en una batalla intelectual, cultural y moral que disputa el sentido común (opiniones, creencias, supersticiones, prejuicios, valoraciones, certezas, en fin, la concepción del mundo de la gente) de la sociedad. El sentido común es generalmente conservador, contiene visiones retrógradas del mundo, es un abecedario mental con el que nos movemos en la realidad, con el que la interpretamos; el sentido común es misoneísta, pero puede contener un núcleo crítico, un buen sentido que se manifiesta en nuestras prácticas, muchas veces en contra del sentido común dominante. Ahora, la lucha cultural consiste en una guerra de posiciones donde se va avanzando en el terreno de la sociedad civil, conquistando lugares, derrumbando sus fortificaciones, conquistando porciones de sentido, tomando ideológicamente a la sociedad. Desde luego, como toda batalla, implica luchar contra la cultura del adversario. Y en esa tarea el análisis de sus discursos ideológicos, de su literatura, de su propaganda, de los contenidos de la radio, de la televisión, del cine, de su teatro y hasta de sus fiestas, es fundamental. Hoy, básicamente, la sociedad es un campo de batalla por la conquista de la atención y en la búsqueda del consentimiento de las grandes segmentos de la población. Y en esa tarea llegar a las grandes masas a través de los artefactos culturales es clave, es imperioso e implica un trabajo permanente. 

4. En la lucha por conquistar el sentido común se requiere partir de lo “que hay”, criticarlo, elaborarlo y “superarlo” en una visión nueva de sociedad (o nueva concepción del mundo) que se debe difundir y consolidar por medio de la propaganda, la discusión, la seducción, la persuasión, el trabajo cultural, las acciones de calle, y mucho más. Como ha dicho Boaventura de Sousa Santos: “esa lucha tiene lugar en la educación formal y en la promoción de la educación popular, en los medios de comunicación, en el apoyo a los medios alternativos, en la investigación científica, en la transformación curricular de las universidades, en las redes sociales, en la actividad cultural, en las organizaciones y movimientos sociales, en la opinión pública y en la opinión publicada. A través de ella se construyen nuevos sentidos y criterios de evaluación de vida social y de la acción política”. Entonces, se trata de vencer, superar el sentido común hegemónico, dominante, elevarlo al concepto, esclarecerlo, y construir una nueva filosofía democrática que, con la mediación de los intelectuales, pretenda convertirse en un nuevo sentido común que, a la vez, se convierta en “norma de vida”, que devenga acción práctica cotidiana.

Por ello, hay que dialogar con la cultura popular, extraer de ella sus puntos críticos, emancipadores, positivos, que contribuyan a la pelea por la conquista de la hegemonía. Pero debe tenerse en cuenta que destruir el sentido común de la clase dirigente, oligárquica, señorial, aristocrática, corrupta, y cambiarlo por una concepción del mundo que defienda lo común (tierra, agua, aire, conocimiento, intereses colectivos) toma tiempo, y requiere trabajo con las “gentes sencillas”. Se trata de un humanismo plebeyo como dice Luciana Cadahia. Para lograrlo, es necesario el trabajo social, la militancia, la educación popular, el trabajo en cultura política, pues las ideas progresistas, novedosas, etcétera, no ganan la aprobación de la gente de un momento a otro.

5. Sustituir una vieja concepción del mundo, por ejemplo, la neoliberal, basada en el darwinismo social, el exitismo, el egoísmo, la competencia, la destrucción de la naturaleza, la mecanización de los procesos vitales en la sociedad del frenesí, y mucho más, requiere deconstruirla y sustituirla por un nuevo sentido común, que, por ejemplo, esté afincado y constituido por otros valores y prácticas. Se trata de una rebelión de los instintos vitales contra la tanatopolítica que devasta y arruina nuestro mundo. En esas luchas se puede recoger y aprender de la tradición, recoger los sedimentos revolucionarios y los restos de libertad y dignidad aún no realizados en la historia de las luchas emancipatorias, como pensaron algunos miembros de la Escuela de Frankfurt y en nuestro medio colombiano Orlando Fals Borda.

6. Lo anterior exige la política. El fin de esta es crear una nueva hegemonía, materializarla, mantenerla y reproducirla. Solo así se crea una nueva sociedad. La política es el arte de seducir y convencer, para que los nuevos intereses de un grupo o partido se impongan en la mayoría de la sociedad y reciban su respaldo, dejando de ser propósito de un colectivo y deviniendo para serlo de las mayorías. En eso consiste que una determinada idea, visión del mundo o programa político se torne hegemónico. La hegemonía es el paso de lo particular y de los intereses económicos-corporativos a una universalidad que recoge esos intereses y los identifica con los de toda la sociedad, de tal manera que la mayoría los asuma como propios. Por eso, no hay hegemonía sin universalización de posturas emancipatorias. Ahora, la contienda por el poder y por ganar la dirección de la sociedad se da no solo a nivel de la sociedad política (parlamentos, sistema electoral, poder ejecutivo) sino especial y principalmente en el campo de la sociedad civil, es decir, en las organizaciones políticas, sindicales, educativas, grupos ambientales, movimientos pro Lgbti, grupos religiosos, movimientos culturales e intelectuales, organizaciones u ONG´s en defensa de los derechos humanos. La sociedad civil es, entonces, el campo de batalla ideológica por la obtención del consentimiento y el consenso.

7. En la lucha antagónica por la hegemonía es fundamental el papel de los intelectuales, de los estratos más conscientes, en pleno contacto con la sociedad. Es así como se puede elaborar, en la retroalimentación con los sectores subalternos, una visión más coherente y sistemática de la realidad. Por eso, los intelectuales son fundamentales en la construcción de la ideología, entendida no como falsa conciencia, sino como un conjunto o sistema de ideas que encarnan una visión específica de sociedad. Esas ideologías tienen poder de identificación y de movilización de afectos en pro de la construcción de una nueva concepción del mundo. Aquí, la ideología es el cemento o pegante que cohesiona a los grupos que representan las alternativas políticas. Sin ideología no hay, entonces, hegemonía.  Y esta hegemonía presupone la ideología, implica la creación de “un bloque social” no solo como sujeto político, sino como una unidad intelectual y moral donde teoría y práctica han convergido, donde se da esa unidad. Eso ocurre cuando la gente encarna una concepción del mundo, la vive y la materializa en sus prácticas cotidianas. 

8. La construcción de hegemonías es una tarea permanente, pues esta nunca es absoluta, ni totalizante, de tal manera que no clausura lo social, ni totaliza la realidad; mucho menos elimina una de las características fundamentales de las sociedades actuales: el conflicto y el antagonismo. Aquí no hay paraísos, ni fin de la historia, solo un devenir conflictivo de lo social. El objetivo es construir un nuevo orden donde haya un nuevo bloque dirigente, producto de una voluntad colectiva nacional-popular que es, a la vez, una unidad intelectual y moral como nueva forma de vida.

9. El pensamiento de Gramsci no es un dogma, ni un catálogo de conceptos o recetas para el cambio social. No. Es una caja de herramientas útiles donde es lo real-concreto y su análisis el que enriquece la teoría y, ésta, a su vez, permite ampliar la comprensión de la realidad favoreciendo la praxis colectiva. Importante es resaltar el gran papel que Gramsci le da a lo político sobre lo económico, su antideterminismo y anti-economicismo, su crítica de la toma del poder, la reciprocidad dialéctica entre estructura y superestructura, la relevancia de la cultura y el trabajo cultural, el papel dado a la lucha, el conflicto y el antagonismo social, la importancia de articular una visión de mundo con un nuevo lenguaje político que conquiste a las grandes mayorías para así construir otro mundo posible. Es por estas razones que Gramsci está de vuelta.

* Filósofo colombiano.

Profesor Titular Universidad Industrial de Santander. 

Para adquirir el libro:

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=384

Suscríbase

Información adicional

Autor/a: Damián Pachón Soto*
País: Colombia
Región:
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 250 diciembre 2024
El Diplo We would like to show you notifications for the latest news and updates.
Dismiss
Allow Notifications