Violencias, conflicto vasco y la escucha vulnerable como propuesta feminista
Andrea García-González
Coedición Katakrak y Acracia (Colombia) 2024, 188 páginas.
La publicación en Colombia de Calla y olvida. Violencias, conflicto vasco y la escucha vulnerable como propuesta feminista, es una oportunidad para conocer el largo conflicto armado en una esquina de Europa, con un cese definitivo del fuego (2011), con experiencias vividas por mujeres que hoy hacen procesos de reconciliación sin olvido.
El prólogo del libro nos sitúa en una Colombia que transita por una larga y sinuosa escalera para lograr silenciar las armas y construir un lugar amable que permita convivir en un Estado Social de Derecho como lo expresa la Constitución Política de 1991, un híbrido que abrió las puertas a nuevos derechos políticos, una carta magna producto de la propuesta de una organización guerrillera en los Acuerdos de 1984 y de una negociación entre varias organizaciones armadas de la insurgencia entre 1989 y 1990.
Para acercarnos al porqué de la creación de los diferentes grupos como respuesta a oligarquías, regímenes dictatoriales y a la intromisión en la soberanía por parte de los imperios, es preciso entender que después de la Segunda Guerra Mundial el enfrentamiento entre dos sistemas sumergió al mundo en la denominada Guerra Fría, una guerra ideológica, política, por territorios y por mercados, al control de dos potencias, mientras que en diferentes países se unen factores internacionales y nacionales que dan origen a guerrillas y grupos armados que se plantean una lucha por la independencia, otros por la liberación nacional y social, nos refiere el prólogo del libro.
En 1949 triunfa la revolución China, en 1959, la revolución cubana, en América Latina surge el movimiento guerrillero y en España aparece el grupo Euskadi Ta Askatasuna (ETA: País Vasco y Libertad) bajo la dictadura del general Francisco Franco.
Nos dice Andrea García González, autora de este libro, que “ETA nació en diciembre de 1958, en el contexto de la dictadura franquista, frente a la conculcación de derechos sociales, políticos y culturales del pueblo vasco”. Luego cita a la fallecida académica vasca Begoña Aretxaga, quien definía así el contexto franquista: “Nada estaba permitido: no había libertad de religión, ni libertad de expresión. Todos los partidos políticos, a excepción de los franquistas, eran prohibidos. Todo signo de identidad que no fuera español, prohibido, lo que incluía desde la lengua hasta la música. Pura represión. Te podían torturar y condenar a años de prisión sólo por repartir panfletos, fuera de la organización que fuera”.
El régimen dictatorial iniciado en 1939, muere con el dictador en 1975, no sin dejar la marca de la crueldad con su última decisión: el fusilamiento de tres militantes del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, Frap, y dos militantes de ETA. Un 24 de septiembre. Sí, de 1975
Pese a la muerte del “generalísimo”, los cuarenta años de su régimen dejaron su impronta en la sociedad y en la política; dejó miradas, concepciones y actuaciones que no cambiaron la actitud para enfrentar al grupo armado y sí dieron origen a un grupo paramilitar para combatir a ETA, denominado Grupos Antiterroristas de Liberación, GAL, compuestos por fuerzas de seguridad española y mercenarios, que no ahorraron en el ejercicio de la brutalidad para desaparecer al otro.
El ambiente político en el Estado español tuvo cambios con la denominada transición a la democracia y un regreso a la monarquía. El enfrentamiento entre ETA y Estado continuó hasta 2011, año en que ETA anuncia el cese al fuego definitivo de su actividad armada.
Es posible describir el horror de este conflicto armado: asesinatos, secuestros, torturas, bombas, terrorismo. No es fácil, pero menos lo es llegar a las profundidades del dolor, del sentimiento de las mujeres víctimas que cuanto desearon al experimentar el espanto del conflicto fue, en el peor de los casos, desear su propia muerte para que cesara esa agonía frente a una tortura, otra y otra a manos del “policía bueno” o del “policía malo”, las amenazas, los allanamientos, personas implicadas por el contrario en algo que no había hecho ni conocía.
Silencios, miedos, vacíos son emociones que encontramos a lo largo de este libro que de una forma cruda y con un estilo directo nos narra y analiza Andrea García a partir de su investigación para su tesis doctoral. Sentimos los gritos de las protagonistas, sus lejanías, rupturas, amenazas, muerte, muchas lágrimas y un profundo cansancio.
Este libro nos entrega un contexto que explica las razones para el surgimiento del grupo terrorista, la zozobra que creó y, la respuesta desmedida del Estado con su violación a los derechos humanos en su carrera por el aniquilamiento.
Estas páginas ponen frente a nuestros ojos la cotidianidad de varias mujeres en un país marcado por el terror y el miedo, dio voz a personas que vivieron años y años sumidas en la angustia y que otras, otros, no les dieron importancia. Dio voz a las sin voz y dio relevancia a hechos y momentos que sólo están en quien ha vivido la violencia en su propio cuerpo; mujeres atravesadas por la pérdida de la dignidad en uno de esos episodios que las marcó para siempre y, que en el amor de una madre (que sabe que no es así) pide a su hija para protegerla: calla y olvida.
Fue una larga etapa para callar, mas no para olvidar. Las entrevistas nos acercan a una realidad, nos entregan relatos de una historia reciente, entrevistas que entran a engrosar la memoria histórica, no de un país, no de una región, no de un Estado, ni un continente, sino la memoria de una ignominia que no debió pasar, que no debe vivir la humanidad donde quiera que se encuentre.
La polarización en grados cada vez más extremos de horror impidió durante décadas una negociación que pusiese fin a la violencia armada, una violencia que traspasó el sentir, la cotidianidad, el relacionamiento entre vecinos o compañeros de colegio, amigos o amigas de toda la vida; violencia que llevó inmersa la violencia de género, la violencia contra las mujeres. Violencia que no termina.
La comprensión de lo ocurrido, la superación del miedo, hablar de lo callado, el reconocimiento del otro, la incredulidad y la desnudez al sentir que “nos quedamos sin nada, nos habían quitado todo”, será un largo proceso.
Es contundente la afirmación de Andrea García sobre este “[…] nos habían quitado todo”: “No es un episodio de tortura o de cárcel. “Personalmente”, es el que considera el suceso más violento. “Personalmente”, parece alejar tal experiencia de la narrativa colectiva. No se cuenta desde un escenario, ni desde una mesa de conferencias, ni siquiera en una de las reuniones de familiares de personas presas en las que Luisa participa. Violencia difusa. Violencia que ataca la intimidad, que deja la vulnerabilidad desprotegida. Incredulidad. Ausencia de control de un cotidiano que la violencia permea. Violencias que les suceden a ellas. No es lo que les sucedió a sus maridos, o a sus hermanos. Personalmente”.
La autora de “Calla y olvida. Violencias, conflicto vasco y la escucha vulnerable como propuesta feminista”, además del contexto en España, los relatos, testimonios y el análisis, presenta un quehacer desde un pensamiento crítico sobre el concepto empatía, “concepto sobreutilizado y que tiende a reproducir jerarquía de poder y bloquear un análisis complejo sobre las dinámicas de la violencia y sus causas”.
La propuesta de una escucha vulnerable deja la responsabilidad de sumergirse en el todo, alejarse de hechos y situaciones aisladas para asumir una conexión con el propio cuerpo, entre cuerpos, abrirse a la amplitud de los múltiples factores externos y subjetivos que afectan a las personas entrevistadas y que también implican al entrevistador.
Andrea García González deja sobre la mesa “la escucha vulnerable como una propuesta política: política entendida como un movimiento –un hacer que viene de sentirse removida y querer remover, zarandear, transformar. La escucha vulnerable también como propuesta analítica porque invita a ampliar el foco en la exploración de los espacios de transformación social, a incorporar en la mirada sobre prácticas transformadoras emociones no exentas de contradicciones como son el placer y el disfrute, y destaca la importancia de poner en el centro la vulnerabilidad. Entiendo la vulnerabilidad como condición elemental de nuestras relaciones. Una vulnerabilidad que no es la antítesis de fortaleza ni sinónimo de debilidad, sino que precisamente su reconocimiento es un gesto de valentía que nos da fuerza para actuar. La vulnerabilidad implica la exposición a las otras, la apertura a afectar y ser afectada y, por tanto, incluye la susceptibilidad al daño a la vez que el gozo y el cuidado”.
Y finalmente, para acercarse a una experiencia que le da un profundo valor a la vida, para adentrarse en cada párrafo, en cada página de este libro, es necesario entender con el corazón la sinrazón y abrir una puerta con “una escucha vulnerable”.