COP16. Sobre biodiversidad y otros temas climáticos

E l periodo 2010-2020 fue establecido por Naciones Unidas como la década de la biodiversidad. Se acompañó por una serie de medidas adoptadas en el Plan Estratégico para la Diversidad Biológica (2011-2020) y las Metas de Aichi (1). Hacia finales de 2022, se adoptó el Marco Kumming-Montreal (2) –también conocido como el Plan de Biodiversidad–, donde se establecieron las medidas concretas para detener y revertir la pérdida de la naturaleza a nivel global.

El periodo de tiempo transcurrido entre la década de la biodiversidad y la adopción del Marco Kumming-Montreal podría parecer muy corto, pero para ese momento la realidad y las coordenadas del mundo que conocimos ya eran muy diferentes. La pandemia del Covid19 había disparado todas las alarmas y, de pronto, fue imposible continuar ignorando la crisis que vivimos a nivel planetario.

Un importante grupo de científicos liderados por Johan Rockström, del Centro de Resiliencia de Estocolmo, ya había publicado en 2009 un estudio sobre los límites claves para la estabilidad de la vida a nivel planetario. Incluía el cambio climático, así como la pérdida de biodiversidad y la extinción de especies como dos de los límites ultrapasados y en estado crítico. No es una información menor para una región como América Latina y el Caribe, donde según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) se encuentran cinco de los veinte países del mundo con mayor número de especies de fauna amenazadas y siete de los veinte con mayor número de especies de plantas amenazadas por los efectos del cambio climático (3).

Según las investigaciones más recientes del Centro de Resiliencia de Estocolmo hemos sobrepasado los límites de alto riesgo, lo que implica cambios irreversibles a nivel de todo el planeta. Como resultado del modelo actual de explotación y uso de suelos, bosques y recursos marinos, estamos colocando en riesgo los sumideros naturales de carbono. Nuestra dependencia de los combustibles fósiles y del extractivismo mineral nos conduce a una situación de pérdida de biodiversidad, aumento de la temperatura planetaria y violación sistemática de derechos humanos y de la naturaleza. Este es el camino seguro para una extinción masiva y brutal de la naturaleza y, por ende, de toda forma de vida sobre el planeta.

Con este panorama poco alentador llegamos a la décimo sexta Conferencia de Partes (COP) del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD) que se realizará este año en Cali, bajo el lema de Paz con la Naturaleza (4). La Conferencia busca repensar un modelo económico más allá de la extracción, sobreexplotación y contaminación de la naturaleza, según declara el propio gobierno anfitrión. El Marco Mundial Kumming-Montreal reconoce que es fundamental enfrentar la pérdida de biodiversidad, restaurar ecosistemas, proteger los derechos de pueblos indígenas y las comunidades locales, así como impulsar la participación de mujeres, jóvenes y personas con identidades de género diversas. Pero ¿será posible establecer la paz con la naturaleza sin considerar lo que efectivamente estamos haciendo y los impactos generados por quienes tienen mayores responsabilidades y no asumen lo que implica esta situación de emergencia climática?

Reflexionemos en al menos tres aspectos que resultan críticos para avanzar en ese camino.

Se trata de un asunto profundamente desigual. Hablamos de una asimetría entre las emisiones de gases y las consecuencias e impactos que sufren las poblaciones en condiciones de mayor vulnerabilidad; generada por las brechas de poder y riqueza entre países y entre élites al interior de estos. No es solamente un asunto que deba ser dirimido por una cierta incomodidad moral, es un asunto de responsabilidad que incluye las consecuencias de un ecocidio (5) en curso.

Las poblaciones empobrecidas son más vulnerables a los impactos del cambio climático, al mismo tiempo que emiten menos carbono que los grupos que tienen mayores ingresos. Si seguimos en esta dirección, en solo cuestión de años -hasta 2030-, el 10 por ciento más rico de la población mundial habrá utilizado todo el presupuesto de carbono restante para la humanidad (6) El pasado cinco de junio en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres lo retrató de forma clara: “No podemos aceptar un futuro donde los ricos estén protegidos en burbujas de aire acondicionado mientras el resto de la humanidad sea fustigada por condiciones meteorológicas letales en tierras inhabitables” (7)

Aunque pueda parecer una nueva temporada de Love, Death + Robots (8), no lo es. Es exactamente lo que está ocurriendo en muchas partes del planeta. El cambio climático y la pérdida de biodiversidad imprimen nuevas dinámicas a las brechas de desigualdad profundizadas a nivel global. No por menos, durante el último Foro Mundial de Davos, el “Informe sobre Riesgos Globales 2024”, destacó entre las principales amenazas para los próximos diez años: “eventos climáticos extremos, cambios críticos en los sistemas terrestres, pérdida de biodiversidad, colapso de ecosistemas y escasez de recursos naturales…”, (9). La COP16 se plantea en un momento crítico, donde se requieren decisiones y políticas audaces para enfrentar estas desigualdades, al mismo tiempo que se promueve una transición urgente que nos ayude a salir de la trampa de los combustibles fósiles y del modelo de explotación intensiva de la tierra, de los mares y los seres humanos.

Además, es una cuestión de Derechos ya que muchas de las iniciativas que amenazan la biodiversidad y la vida de las comunidades son impulsadas por actores poderosos a nivel político y económico, en entornos de graves violaciones a los derechos de los pueblos indígenas, afrodescendientes y comunidades campesinas, pero también de la naturaleza (10). La región de América Latina destaca como la más peligrosa para los y las defensoras de la tierra y de la naturaleza. Esta situación afecta de manera particular a las mujeres defensoras, quienes enfrentan agresiones diferenciadas, muchas veces orientadas a minar su liderazgo y el ejercicio de sus derechos.

Si bien, se ha avanzado en el establecimiento de un Plan de Acción sobre Defensoras y Defensores de Derechos Humanos en el marco del Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina (Acuerdo de Escazú) (11), todavía existe un largo camino para su ratificación e implementación efectiva en los países.

La COP16 puede ser un momento clave para avanzar en la implementación de estos instrumentos, al mismo tiempo que se amplían los compromisos con la incorporación de los Derechos de la Naturaleza y una idea de justicia multiespecie. (12).

Ni todo lo que brilla es oro ni todas “las soluciones” están en el camino correcto. Debemos colocar a las comunidades y poblaciones más afectadas en el centro de la acción climática. Si el desafío es la protección de la biodiversidad, las soluciones no pueden distanciarse de las personas y de la naturaleza. Sobre todo, porque sabemos que existe un intenso apetito por mercantilizarla. Se habla de mercado de bonos de carbono, servicios ecosistémicos, soluciones basadas en la naturaleza. La llamada economía verde (13) ha acaparado las iniciativas de transición por parte de gobiernos, empresas privadas y fondos climáticos, sin embargo, hasta ahora se ha mostrado incapaz de incorporar los aportes de una economía del cuidado y del conocimiento de las comunidades indígenas y afrodescendientes más allá de una visión puramente instrumental y comercial.

Una clave que deberíamos introducir permanentemente en el análisis es que todas aquellas prácticas que no enfrentan y buscan cambiar las relaciones de poder y de explotación, no llegaran a la raíz de los desafíos de la crisis climática. Rápidamente estas “soluciones” demuestran su intención de generar nuevos negocios para dinamizar el crecimiento económico y con ello, impulsar nuevas formas de explotación y acaparamiento de recursos y riquezas.

La COP16 es una oportunidad para develar estos mecanismos de falsas soluciones y avanzar en la reconexión de las formas de vida a través de una verdadera ética del cuidado. Necesitamos un acuerdo político que enfrente las profundas asimetrías generadas por las actuales dinámicas de poder y desigualdad a nivel global, que al mismo tiempo sea capaz de devolvernos la esperanza en otro mundo posible…en el único planeta que habitamos.

1. Metas de Aichi para la Diversidad Biológica (cbd.int)

2. Home, Convention on Biological Diversity (cbd.int)

3. Véase Bárcena/Samaniego/Peres/Alatorre. La emergencia del cambio climático en América Latina y el Caribe. ¿Seguimos esperando la catástrofe o pasamos a la acción? CEPAL/EuroClima+. 2020 Pg. 96

4. Véase COP16, Colombia es sede oficial del evento de biodiversidad (cop16colombia.com)

5. Véase Stop Ecocidio Internacional (stopecocide.earth)

6. La crisis climática, una crisis nada igualitaria, Oxfam International

7. Secretário-Geral da ONU alerta sobre ‘inferno climático’ depois que planeta experimenta uma série de temperaturas recordes – People’s World (adital.org.br)

8. Referencia a la serie de ficción distópica de Netflix.

9. Arteaga, Roberto. “Los Riesgos Globales del Mundo” Revista Forbes México Enero-Febrero 2024, pp. 10-11

10. Véase el interesante trabajo del proyecto sobre Derechos de la Naturaleza: Home – Moth – More Than Human Life (mothrights.org)

11. Estados Partes del Acuerdo de Escazú aprobaron Plan de Acción sobre defensoras y defensores de los derechos humanos en asuntos ambientales, CEPAL

12. Ver la justicia climática a través de una lente multiespecie, OpenGlobalRights

13. Véase el abordaje crítico de este punto en Brand/ Wissen. Modo de Vida Imperial. 2022

* Coordinador Regional de Justicia Climática de Oxfam en América Latina y El Caribe. Colaborador de Le Monde diplomatique, edición Colombia.

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Información adicional

Autor/a: Carlos G. Aguilar*
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 248 octubre 2024
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