“La educación formal esta exhausta./ La larga noche moral de Colombia debe terminar./ La educación, señores, es un arma cargada de futuro./ La educación está hecha para que el ser humano se encuentre y logre ser libre./ La mirada es el umbral de la pedagogía. Un buen maestro, una buena maestra, no son al fin de cuentas nada distinto de unos buenos observadores”.
Estos son apenas algunos de los fulgores que es posible encontrar en un librito verde, tan sencillo como profundo, que editó el Gimnasio Moderno en marzo de 2012. Se trata de un conjunto luminoso de ensayos de Juan Carlos Bayona, un poeta que ha consagrado su fértil parábola vital al arte de la educación. La educación que nos eleva, la que nos permite caminar la vida acompañados de lo mejor que nos habita, la que nos siembra alas en lugar de pezuñas y de garras. La que es más oreja que lengua.
En un escenario distrital y nacional, en el que el clamor por variar el estéril peso instruccional y los absurdos imperantes en el escenario educativo ha emergido con fuerza incontenible, las palabras claras del Maestro Bayona constituyen un aporte formidable en la tarea de esclarecer rumbos y no extraviarnos en la marejada de opiniones que mantienen intactos los mecanismos que aturden los espíritus y en la miasma de soterrados intereses camuflados en voces estridentes o atuendos de experticia.
Bastaría considerar el estado de degradación moral que ha postrado a un pueblo sufrido y laborioso, para reflexionar sobre las luces insertas en la obra de Juan Carlos Bayona en torno a la genuina educación y su significado decisivo en las formas de recuperar el ejercicio de la libertad y el pensamiento que nos permite vivir una vida buena, en los planos de lo singular y lo colectivo.
Pero la obra va mucho más allá. Hay un rumbo cierto en un tiempo de confusión e incertidumbres. Hay una conciencia clara y serena sobre los pasos imprescindibles para sanar tantos y tan terribles estragos en el ámbito sagrado en el que las vidas se espigan o se apagan. Habita una voz firme y cálida que no se doblega frente a los titanes nefastos que pretenden conducirnos a la salida del laberinto, acrecentando las penumbras que nos condujeron a los callejones sin salida; indicadores de éxito que esconden las apetencias de los devotos de Hércules y de Mammon. Tecnologías educativas en las que se agazapan vendedores que jamás vivenciaron lo que en nuestra América esclarecieron para siempre La Luz y Caballero, Martí y Zuleta: educar es amar. Palabras altisonantes de rectores sin más titulo para regir que la obsecuencia con los caciques de las formaciones partidarias.
En 1998, García Márquez expresó su decisión de “camellar por el imperio de la educación y la paz” y aportar la brasa de su genio creador a la tarea de “revolucionar los procesos pedagógicos”. Ese anuncio constituyó en sí mismo un rumbo que, de haber sido escuchado, nos hubiera ahorrado tres lustros de masacres, de indecible horror, y la pérdida de tiempo y recursos preciosos en la sagrada tarea de parir seres para recrear las infinitas formas del amor, y no entes para vivir desgraciadamente y sembrar el miedo y el espanto en las pupilas de sus congéneres.
Los escritos de Juan Carlos Bayona, elaborados con la sabiduría del corazón, contienen las claves para recuperar el horizonte de cordura y consagrar las energías colectivas a la tarea largo tiempo postergada. Una tarea que no debiera ser sacrificada una vez más en los altares de los egos y sus prosaicas ambiciones, en la maraña de astucias que reducen la responsabilidad de educar a aprovechar el “cuarto de hora”.
Héctor Arenas
Bogotá, noviembre de 2011
335 páginas