Democracia que no has de ejercer, déjala ser

Democracia que no has de ejercer, déjala ser

Carlos Alberto Gutiérrez Márquez

Ediciones Desde Abajo

Bogotá, diciembre 2021, 161 páginas

En “Let it be”, The Beatles cantan el estribillo: “Y cuando la gente afligida/Que vive en el mundo esté de acuerdo/Habrá una respuesta, déjalo ser”. Medio siglo después, Carlos Gutiérrez, en el “posfacio a manera de prefacio” espiral análoga a la vida, entona junto a la voz de los ausentes y con la acción de quienes aún izan la bandera de la dignidad de la humanidad: “Democracia que no has de ejercer, déjala ser” (p. 13).

La democracia es un valor universal humano. Para Carlos Gutiérrez, el ejercicio de la democracia, al igual que la libertad, va ligado a la naturaleza universal de la especie (p. 68). La democracia y la libertad son valores en sí mismos. Estos hacen parte integral de la esencia, naturaleza o ser de la especie humana, en unión a la conciencia, la sociabilidad, el trabajo-praxis y el carácter genérico-universal que dan contenido a la “dignidad humana” y son fundamento jurídico, ético, político e histórico de los derechos humanos.

El bengalí, premio Nobel de economía 1998, Amartya Sen, escribe que el reconocimiento de la democracia como un sistema universalmente válido, que cuenta cada vez con una mayor aceptación en su carácter de valor universal, ha implicado una revolución en el mundo de las ideas y es una de las grandes contribuciones del siglo XX (“El valor de la democracia”, 2006, El viejo topo, España, p. 60). En efecto, la evolución del Estado contemporáneo, sobre todo después de la segunda guerra mundial, ha privilegiado al menos tres principios: i) principio de efectividad (el derecho no puede separarse del ejercicio del derecho, sobre todo en el caso de los derechos sociales, económicos y culturales: democracia social, sustancial); ii) principio de participación (la democracia tiene que concebirse como una realidad construida con la participación de todos los ciudadanos-trabajadores, participación popular en la vida de las instituciones); iii) principio partitocrático (partidos u organizaciones como mediadores de la participación popular en el poder y como demiurgo de la voluntad del pueblo).

El libro “Democracia que no has de ejercer, déjala ser” es una expresión de la propia vida del autor, de su pensamiento y cotidianidad: “la política es una realidad diferente de lo que aparenta: algo sencillo como la vida misma y tan limpio como seamos”. “Democracia viva”, la denomina el autor (p. 159). La democracia es inherente a la especie humana. El término democracia deriva de las palabras griegas “gente” (demos) y “autoridad” (kratia). Es necesario, según Carlos Gutiérrez, naturalizar la superestructura política, hacer de la política algo natural y cotidiano para las mayorías y no episódico, espectacular y de especialistas (p. 86). En consecuencia, la práctica de la democracia es más profunda y antigua que su creación por el pueblo griego, hace cerca de dos mil quinientos años: en todas las civilizaciones conocidas, en la cultura de todos los pueblos, en la herencia de toda sociedad, existe también una extensa comprensión, vivencia, defensa y cultivo de la tolerancia con los distintos puntos de vista y el pluralismo, así como del fomento de la participación, del debate público abierto e informado y la rendición de cuentas en defensa de la igualdad, la justicia, el autogobierno, la autogestión y las elecciones libres.

No obstante, los griegos aportaron el contenido, condujeron a la conciencia crítica y definieron la noción de democracia. Para Aristóteles (384 a. C., 322 a. C.) constitución y gobierno vienen a ser la misma cosa. Después de estudiar todas las constituciones existentes en su tiempo, concluye que las formas rectas de constitución son la monarquía, la aristocracia y la república que, respectivamente, consisten en el mando de uno solo, de pocos o de todos. Según el filósofo estagirita, las degeneraciones de las formas nombradas son la tiranía para la monarquía, la oligarquía para la aristocracia y la democracia para la república. La tiranía es una monarquía cifrada en la utilidad del monarca, la oligarquía se preocupa de la conveniencia de los ricos y la democracia de la de los pobres, pero ninguna de ellas atiende en general a la utilidad o bien público.

Carlos Gutiérrez desarrolla su reflexión a través de dos senderos paralelos: la historia de los pueblos y la reflexión académica. Esto es, la aplicación de la democracia en la vivencia real política y la revisión de los aspectos teóricos y sus fundamentos. En uno y otro, “la democracia es un campo de batalla en el que las conciencias anhelantes de una sociedad diferente deben izar la bandera de su defensa y su realización plena (política, económica, social, cultural, ambiental, financiera”. Los dos senderos están unidos por la urdimbre de pares de conceptos ligados en contradicción dialéctica: evolución/revolución, liberalismo/socialismo, élites/demos, antidemocracia/democracia, democracia formal/democracia plena, capitalismo/poscapitalismo, opresión/emancipación, democracia sustantiva/democracia procedimental, minorías/mayorías, público/privado.

Con el propósito de “saldar una deuda teórica y práctica” (p. 144), Carlos Gutiérrez privilegia “un precepto fundamental de la democracia: la igualdad, que hoy implica todo lo relativo a la justicia”. “Sin igualdad ante la vida diaria, no hay libertad plena”, sentencia el autor (p. 128). De este modo se explica que el autor le dedique los tres primeros capítulos del libro a analizar de manera crítica las condiciones de desigualdad y las iniquidades que caracterizan al sistema mundo capitalista. En el análisis de la teoría y los fundamentos de la democracia, el autor confronta tres vertientes: i) democracia procedimental, representativa electoral, indirecta, mínima (asociados con el capitalismo y liberalismo); ii) democracia sustantiva, substancial, social. Los fines del gobierno persiguen la justicia social, y en ella las libertades políticas son secundarias; iii) democracia radical, directa, participativa, fuerte. Soberanía popular participación directa (pp. 132-133). Como era de esperar, el autor se decanta por el tercer enfoque o posibilidad.

La historia no nos ha legado hasta el presente ninguna experiencia lograda de democracia. La democracia perfecta es utópica. El proceso dialéctico real implica una combinación de democracia formal y sustancial. En el antagonismo y contradicción tanto histórica como teórica que persisten en el campo de batalla de la democracia, la vida muestra su naturaleza dialéctica. Sin embargo, el autor de “Democracia que no has de ejercer, déjala ser” se compromete con el ideal de la democracia directa. El libro es expresión de la necesaria lucha contra la democracia formal y su ideología. Carlos Gutiérrez hace suyo el combate del cambio social promovido por la nueva democracia que hunde sus raíces en el pensamiento crítico: “el ser humano vive estas conjunciones entre la vida pública y la vida privada como un sujeto activo y no como un objeto pasivo” (Lukács, testamento político). Es un hecho que el capitalismo y la democracia formalista privatizan y cosifican al ser humano. No obstante, el peligro de absolutizar uno de los términos de la contradicción dialéctica: democracia procedimental, representativa, electoral/democracia radical, directa, participativa, no es tan sencillo de pasar por alto.

En la historia del pensamiento y práctica del movimiento popular existen dos tradiciones: la estatista y jacobina (republicanos defensores de la soberanía popular y, a la vez, de un Estado fuerte y centralizado), de una parte, y la autogestionaria y de democracia directa de base, de otra. El sociólogo político marxista greco-francés Nicos Poulantzas (1936-1979) advertía, por allá en la década de 1970, que es un error de fondo creer que basta con situarse en la corriente autogestionaria o de democracia directa de base para evitar, de esta forma, el estatismo. La teórica marxista polaca Rosa Luxemburgo (1871-1919) lo demuestra en el texto “La Revolución rusa” que “Al negar a los cuerpos representativos surgidos de las elecciones populares generales, Lenin y Trotski han instalado los soviets como única representación autentica de las masas trabajadoras. Pero con la represión de la vida política en todo el país, la vida de los propios soviets no podrá escapar a una parálisis extendida. Sin elecciones generales, libertad de prensa y de reunión ilimitada, libre confrontación de las diversas opiniones, la vida se apaga en toda institución política y sólo triunfa la burocracia”. La construcción de “otra democracia y de otra sociedad necesaria y posible” (p. 97) que reemplace “el derruido campo capitalista” (p. 138) es una larga marcha en que el “demos” debe luchar para conquistar el poder y transformar los aparatos del Estado y el modo de producción hegemónico. “El sendero es sinuoso” cantan los Beatles; “el camino es culebrero” dice el vallenato. Sin quitar importancia al libro reseñado, es evidente que falta aquí la visión táctica y estratégica de un complejo proceso de transición a la sociedad “poscapitalista”, un reto que está por dilucidarse teóricamente y sobre el cual ya circulan algunas pistas por el mundo, tanto escritas como prácticas, las unas de las manos de teóricos y las otras del pulso de los movimientos sociales.

Llenar este vacío implica encarar otro tándem de nociones dialécticas: evolución/revolución. En el último capítulo “Una sociedad, global, en transformación. La democracia que vendrá”, Carlos Gutiérrez anuncia que “Estamos en el final de un inmenso ciclo de la humanidad, civilizatorio para algunos, y el surgimiento de otro” (p. 137). Advierte, eso sí, que “un tiempo dual vivimos hoy en el nivel global. Por una parte, parece que todo está perdido (p. 135); por otra parte, desde hace décadas la humanidad se inserta en una profunda transformación, producto de la que varios soportes del imperante sistema económico, político, social y militar se resquebrajan o deshacen” (p. 136). La esperanza del autor está cimentada en las “revoluciones industriales” o tecnológicas y del intelecto colectivo (técnicamente se refiere a la evolución acumulativa y disruptiva del desarrollo de las fuerzas productivas” que al entrar en contradicción con las “relaciones sociales de producción y propiedad” generan un convulsivo período de cambios y transformaciones: “Es un cambio impulsado por profundas transformaciones tras el despliegue y sus efectos de la Revolución Industrial, la cuarta, que sacude a la humanidad, y la tercera, la científica, que desde hace años hace sentir sus connotaciones” (p. 136).

En paralelo, la concepción de la política como esfera privilegiada de la interacción intersubjetiva consensual y de la lucha de clases ocupa un lugar privilegiado en el texto, en toda su complejidad dinámica, contradictoria y abierta. Carlos Gutiérrez enarbola las consignas de la resistencia, la rebeldía y la revolución: “hay que asumir como un solo cuerpo lo que es de todos, del conjunto de la humanidad y para el bien de la misma, hay que izar banderas por doquier en pro de democracia directa, participativa, radical, plebiscitaria e igualitaria (p. 83). Recordemos que el pensamiento crítico coloca en primera línea el carácter inseparable del materialismo histórico y de la dialéctica, por la que la “causalidad rígida” debe ser reemplazada por la interacción recíproca; este es un sano protocolo al estudiar la relación entre la base y la superestructura en ámbitos tan fundamentales para la dignidad humana como es la democracia radical.

Libardo Sarmiento Anzola

Adquiera el libro en el siguiente enlace:

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=294&search=democracia

Información adicional

Autor/a:
País:
Región:
Fuente:
El Diplo We would like to show you notifications for the latest news and updates.
Dismiss
Allow Notifications