El imperativo de demoler la Resistencia
Fotografía: Proyecto Patrimonio

Hay quienes afirman que una de las principales causas para la caída del Imperio Romano no fue la decadencia gestada durante siglos por malos emperadores sino el abandono de su religión latina, aquella que adoraba en sus templos a Júpiter, Juno, Marte, Venus, Neptuno, Saturno y otros dioses, para adoptar, en su lugar, una religión foránea y monoteísta, el cristianismo. De esa manera, se dice, los dioses romanos voltearon la espalda a su pueblo que los había sustituido por el símbolo de una cruz, y la elevación a dios de un hombre que había sido ejecutado en una de las provincias lejanas de Oriente por orden de sus mismos coterráneos.

Esta teoría puede tener poco sustento a los ojos de los más avezados historiadores, pero no deja de ser tremendamente inquietante. ¿Qué sucede cuando un pueblo abandona sus símbolos patrios, aquellos que le dan cohesión, unidad e identidad? Al caer los referentes históricos que dan forma a una nación, ¿a dónde mirar para buscar el elemento que la mantiene agrupada en su memoria?

En ese sentido, no es insignificante lo sucedido en septiembre del año pasado cuando los habitantes de Bogotá se levantaron una mañana, estupefactos, para ver cómo el Monumento a Los Héroes –el símbolo patrio más importante del país, junto al Puente de Boyacá, denominado Altar de la Patria, y el Monumento a los Lanceros en el Pantano de Vargas–, estaba siendo demo- lido por orden de la Alcaldía Mayor de Bogotá. No solo se trataba de un fastuoso hito urbanístico que marcaba el inicio de la Autopista Norte, trazada desde los años cincuenta por el arquitecto y urbanista francés Le Corbusier, sino, de lejos, el monumento más importante de la ciudad. La torre rectangular enchapada en relucientes lajas amarillas, de una altura equivalente a seis pisos de altura, que rendía homenaje a los héroes de la independencia conseguida arduamente en las batallas de Carabobo, Junín, Ayacucho, Bomboná, Boyacá y Pantano de Vargas, así como en varias batallas navales, y a cada uno de los batallones comandados por el Libertador, la tumbaron en solo dos días. La estatua del Bolívar ecuestre, con su espada al frente en señal de carga y el grito de «¡guerra a muerte!», fue removida un par de días antes y trasladada a un lugar desconocido.

La razón aducida para un hecho tan devastador contra la memoria histórica del país, y de toda la región bolivariana, fue la de dar paso a una supuesta estación del metro que en ese momento acababa de ser adjudicada su construcción a una firma china. Lo más inaudito y significativo es que, frente a semejante afrenta, nadie se levantó a protestar por un evidente abuso de autoridad de la alcaldesa López. La demolición no fue socializada, ni consultada, ni comunicada debidamente con suficiente antelación. Todo se hizo casi de manera subrepticia. Pero ¿por qué tanta indiferencia de la ciudadanía? ¿Qué dice esto de una ciudad a la que le da lo mismo que su más importante monumento histórico esté o no esté donde hace sesenta años ha lucido? Un año y dos meses después del derribamiento existe un lote vacío encerrado por una malla verde. No hay el menor asomo de una excavación o del inicio de obra que apunte a la supuesta estación del metro. Entonces ¿por qué tanto afán de la Alcaldía para tumbar Los Héroes? La razón es doble: la primera, el Monumento a los Héroes, desde las protestas públicas del año 2000, se había convertido en uno de los puntos de encuentro más importantes para los miles de manifestantes de la ciudad, para las Primeras Líneas, para los jóvenes que querían hacerse sentir y oír. Muchas de las marchas salían o llegaban a Los Héroes. Las paredes del monumento fueron cubiertas de pintadas reivindicando las consignas de los jóvenes; banderas, pancartas, grafitis fueron la forma como la juventud se apropió del símbolo que representaba la libertad, la lucha contra la subyugación, la protesta contra el dominio. La demolición de Los Héroes es un intento clarísimo de arrasar cualquier espíritu de resistencia, de rebeldía, de protesta social, de movimiento popular y colectivo.

Otra evidente razón para tumbar el monumento es deslindar al país del movimiento integrador bolivariano que el presidente Chávez inició hace veinte años en Venezuela. La palabra “bolivariano” pasó a tener un mal sabor entre el establecimiento nacional. Hoy equivale, para esos estamentos de una sociedad ultraconservadora, la misma que hoy pone cada día palos en la rueda del gobierno actual, a revolución, a comunismo, a debacle. Una ironía, pues el sueño de Bolívar era uno de unidad, de hermandad, de mancomunar esfuerzos entre los países que el comandó en pro de libertad, con el propósito de crear una gran nación. Santander y muchos otros, en cada una de las regiones, enceguecidos por sus inmaduros sueños federalistas y sus ansias de poder particulares, echaron por la borda el sueño bolivariano. Bolívar, agonizante en San Pedro Alejandrino, no era más que una piltrafa del antes gran general culodehierro, que recorrió cientos de miles de kilómetros a caballo durante más de diez años alentado por una sola causa: la libertad absoluta del dominio ejercido por la corona española.

Lo cierto es que a la fecha la Alcaldía ha incumplido su promesa de trasladar o erigir el monumento en otro sitio. No se conoce dónde está la estatua de Bolívar Ecuestre. Por ahí se mostró una maqueta de un nuevo monumento que se ve ahogado, quizás en el mismo lugar, por la supuesta estación y otros edificios que le quitan toda vistosidad y monumentalidad al homenaje a quienes dieron sus vidas por la libertad de cinco países, que por la acción de otro imperio y los apetitos de poder de políticos mezquinos, hoy son seis. Si la estación no iba a ser construida de inmediato ¿por qué el afán de convertir el monumento en una pila de escombros? ¿Por qué tenía que ubicarse la estación del metro exactamente en ese sitio tan significativo de la ciudad? Si lo anterior era absolutamente necesario, hacer allí la estación, entonces ¿por qué no primer erigir o trasladar el monumento a otro lugar, igualmente amplio, vistoso, imponente y ahí sí entonces remover el viejo?

Todo lo anterior demuestra no solo una malísima gestión de la Alcaldía sino también el ánimo perverso de suprimir a la brava los empeños de resistencia y protesta colectiva que ya se sabe hasta dónde pueden tener alcance. Ilusos los que creen que, al tumbar Los Héroes, los héroes de nuestra época, los muchachos de las primeras líneas, también desaparecerán.

La memoria debe siempre estar presente, es parte fundamental del vivir humano, de su presente y de su futuro. Si un país abandona sus símbolos históricos, los remueve, los esconde o los sustituye se verá irremediablemente abocado a vivir al vaivén de los impulsos de los gobernantes de turno que carecen de toda vocación de lo grandioso y se quedan en el éxtasis de lo efímero, de lo pasajero. Bogotá se ha quedado sin sus Héroes y sin Libertador; pero no sin el derecho a la protesta.

Información adicional

Autor/a: Consejo de redacción
País: Colombia
Región: Sudamérica
Fuente: Le Monde Diplomatique, edición Colombia - diciembre 2022
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