Es hora de ser radicales

Vivimos tiempos de cambio, afincados en la tercera y la cuarta revoluciones industriales (1), que impactaron y siguen haciéndolo en el mundo conocido hasta finales de la última década del siglo XX. Son tiempos no solo de ello; también de crisis, potenciadas por los cambios que propiciaron las revoluciones industriales que dieron origen, desarrollaron o potenciaron la computación, los sistemas informáticos, la telefonía celular, la colonización del espacio, la nanotecnología, el surgimiento de cientos de nuevas ciencias, la robótica, la inteligencia artificial, y mucho más (2).

Son aquellas unas realidades que, junto con otro conjunto de acontecimientos, facilitaron o potenciaron la crisis que hoy sobrelleva el imperio estadounidense, y a la par el ascenso de su contrapeso más evidente, China, país que es un verdadero continente, con cultura y memoria imperiales de alcance milenario, así como el fortalecimiento de no menos de media docena de países potencia en sus respectivas regiones, con proyecciones de ocupar nuevos sitiales en la geopolítica global, en los tiempos que corren y en los que vendrán.

En medio de esa conmoción que mueve con energía desconocida las placas tectónicas que hasta ahora habían sostenido y asegurado el mundo surgido de la Segunda Guerra Mundial, y con él la estabilidad y el poder de un país-imperio, el más grande y militarmente fuerte hasta ahora conocido y sufrido por la humanidad (poder del cual se beneficiaron por décadas sus aliados occidentales), diversos países de Latinoamérica conocen momentos de una democracia más allá de la formal, liberal, con iniciales realizaciones económicas y sociales para beneficio de sectores siempre excluidos.

Como parte del asunto, países como Brasil, bajo el liderazgo de Luis Inácio Lula, Argentina con Néstor Kirchner, Bolivia con Evo Morales, Uruguay con José Mujica, Venezuela con Hugo Chávez, y otros tantos países y líderes locales, sectores sociales, en especial los organizados en movimientos de diverso propósito y cuño, vieron realizados y ganaron condiciones para avanzar en la parcial concreción de los objetivos por los cuales y durante años se habían movilizado y luchado. Es, sin duda, un logro especial pero que también trajo consecuencias negativas, entre ellas la pérdida o debilitamiento de su autonomía y el desdibujamiento de su decisión de luchar por una nueva sociedad.

Se podría decir que fue, y continúa siendo, un triunfo pírrico, como otros tantos que recrea la historia de la humanidad, en especial en el campo militar. Son logros arropados bajo el nombre de un nuevo paradigma político: el progresismo, que reivindica un régimen político posneoliberal, a pesar de no tomar las medidas indispensables para superarlo, como sucede en Colombia con el gobierno que encabeza Gustavo Petro. Los progresistas, en general, son regímenes políticos que no dejan a un lado las medias tintas, por lo que reivindican democracia plena, pero sin gobernar obedeciendo a las mayorías ni disminuyendo el poder del Estado, ni del poder ejecutivo; justicia social, pero sin el necesario incremento de las tasas impositivas para los más ricos. ni apropiación por los comunes de todo aquello que representa renglones estratégicos para garantizar vida digna para todos, con satisfacción real y no solo enunciativa de sus derechos fundamentales. Asimismo, soberanía plena, pero sin tomar la indispensable distancia de la potencia del Norte, no solo retórica. Igualmente, protagonismo social, pero sin estimular la autonomía y el liderazgo de los movimientos sociales, y más, sin propiciar que formas no estatales de organización social, en todos los campos, tomen cuerpo, se desarrollen y consoliden, como vía para superar el neoliberalismo y, por su conducto, el capitalismo, su progenitor.

En estas circunstancias de ambivalencia, estamos ante la cruda realidad de la desvalorización del sentido histórico de los movimientos sociales, en tanto, imbuidos del más crudo pragmatismo, dejaron de luchar por el cambio de sistema social, para limitarse a defender, sin crítica ni debate abierto ante el conjunto social, al gobierno amigo (3). Tales movimientos, tras representar un legado histórico, y abanderar cambios económicos, sociales, políticos y culturales de gran trascendencia, arriaron estas banderas tras el silencio guardado en sus diferencias con los gobiernos de turno, para “no hacerle el juego al enemigo”. A la vez, de manera contradictoria, estamos ante el fortalecimiento del Estado, entre otras cosas, con políticas asistencialistas que someten y facilitan el control de amplios sectores sociales, prolongando su dependencia de dádivas económicas que no quiebran el empobrecimiento ni atacan realmente la matriz económica del modelo neoliberal, y, como parte de este, ampliando y afincando más individualismo y más consumismo.

En ese trascender, trasparentando las limitantes de regímenes políticos que no confrontan ni pretenden superar el capitalismo, gobiernos progresistas como los conocidos en Argentina, a pesar de los años en la dirección de la sociedad, ven cómo sus medidas reformistas demuestran su debilidad y su funcionalidad para el sistema que supuestamente pretenden superar, al toparse con un fenómeno como el covid-19, que retrae al empobrecimiento de amplios segmentos que supuestamente habían dejado atrás esa condición social. Una realidad similar, por las políticas económicas y sociales en boga, en el caso de Brasil, demuestra que idénticas medidas económicas y de política social pueden ser tomadas por un gobierno de signo opuesto, como el de Bolsonaro, trasluciendo con ello la realidad de políticas funcionales al capitalismo y sus formas de reproducción social.

En ese mismo sendero, Bolivia –experiencia progresista prolongada, sin perder el control del gobierno desde el 2006, que por lo persistente de este control ya tendría que contar con la aplicación de medidas poscapitalistas de variado orden, en especial en los relacionamientos sociales, procurando que cada día sean más autogestionarios y colectivos, hoy proyecta ante los ojos de la comunidad internacional la película más cursi de protagonismo individual, instrumentalización de los movimientos sociales, incapacidad de recambio en los liderazgos políticos y agotamiento de una oferta de cambio paralizada a la hora de dar el paso adelante que la historia le demanda.

La realidad de Venezuela, el primero de los progresismos conocidos en la región, con arranque en 1998, la regresión, en vez del avance, en los planos político, económico y social, es trágica. A la fecha, por ejemplo, según denuncian sus organizaciones sindicales, llevan dos años sin reajuste salarial: “La canasta alimentaria, en octubre, estaba en 530 dólares; la básica, que abarca más allá de alimentos, llega a 1.200 dólares, con un salario en Venezuela de menos de tres dólares” (4). Pero no solo esto, según igual testimonio, “un gobierno que se denomina obrero ha pulverizado […] prestaciones sociales y cajas de ahorro, no discute convenciones colectivas, les niega a los trabajadores la posibilidad de exigir sus derechos, porque hay una criminalización contra el liderazgo sindical que viola la libertad sindical”.

Sometida a una conspiración desestabilizadora, auspiciada por el imperio vecino, con impacto no desdeñable en todo su cuerpo social, lo cierto es que esas maniobras fueron favorecidas por una desafortunada conducción económica del país que devino en una colosal inflación. La fuga de su país de millones de jóvenes es un precio aún por pagar en los años que vienen, en los cuales se verá a plenitud el costo de la emigración para una sociedad que pretenda construir un fuerte modelo económico pospetrolero –si es que en algún momento así se definiera.

La reducción de los espacios autónomos para la acción política, como lo demuestra la persecución de diversas organizaciones de izquierda que defienden un cambio estructural, real y no solo aparente, el ahondamiento de mecanismos e instrumentos de control social y vigilancia de la inconformidad social, deniegan todo aquello soñado como revolución popular, para quedar reducida a una mediocre pintura de la aurora ofrecida.

Más al norte, en México, hoy por hoy el más celebrado de los progresismos vigentes en la región, por sus logros parciales en diversas materias, presenciamos cómo un gobierno de alta aceptación social no aprovecha su mandato para citar a diálogo nacional al EZLN, uno de los movimientos sociales de mayor prestigio en el mundo, y así dar cuenta de compromisos contraídos por anteriores gobiernos en varias materias, facilitando por esa vía el debate sobre la vigencia o no del Estado, así como la posibilidad y vías para avanzar hacia el deseado poscapitalismo, dos de los postulados de los “hijos de Zapata”.

En otros países, como Nicaragua, todo es peor, y lo que realza es puro y desnudo autoritarismo, con fuerza bruta que apagó las protestas y los deseos de cambio de un amplio segmento social, abatiendo más de 300 jóvenes en 2018, apresando a otros muchos y obligando al exilio a centenares, entre quienes hay icónicos liderazgos del alzamiento armado que en los años finales de la década de los 70 dio cuenta del dictador Anastasio Somoza. Con la fuerza bruta, hoy se sostiene y prolonga su ‘legitimidad’ un régimen que se dice revolucionario y socialista, que ni remedo de lo uno ni de lo otro es, y que el pasado 22 de noviembre llegó al extremo –por trámite legislativo– de instaurar la dinastía Ortega-Murillo, reforma constitucional por refrendar el próximo 10 de enero, cuando se inicie la nueva legislatura (5).

En este marco de revolución sin revolución, y sí con descrédito del profundo significado de esta honrosa y potente expresión, los gobiernos progresistas no se atreven a liderar la necesaria ruptura con el capitalismo, ahondándolo, y los que se autodenominan revolucionarios llevan al extremo el capitalismo, no solo por el modelo económico en boga sino, y sobre todo, por la concentración de poder en manos del Ejecutivo, el fortalecimiento del aparataje estatal, y en ello el brazo militar, así como de los mecanismos y órganos de control social, a la par de la minimización que logran de los movimientos sociales, el miedo impuesto como signo de la vida cotidiana, entablando así una profunda distancia entre los de arriba y los de abajo.

Los aires por llegar

No todo está perdido. La tercera y la cuarta revoluciones industriales en curso han propiciado todo esto y mucho más. El mundo está “patas arriba”, y la política, como el sentido de la revolución, no ha quedado ajena a todo lo que está en crisis. realidad negativa pero que carga en su seno la oportunidad y la necesidad de situar de manera adecuada al mundo. Es un esfuerzo en el cual los de abajo tienen el reto, titánico, de dar la batalla cultural, para de su mano repotenciar fuerzas en pos de un liderazgo global que reconstruya esperanzas en la lucha por vida digna, de lo cual haría parte la apropiación, por parte de la humanidad, de los grandes conglomerados que se han apropiado de los mayores y más emblemáticos avances en ciencia y tecnología, producidos por las revoluciones ya citadas (6). De igual modo, es imprescindible darle cuerpo a una democracia no solo representativa sino además participativa, directa, radical y plebiscitaria, por medio de la cual se abran caminos inéditos para oxigenar la desgastada tríada que soporta la democracia liberal, descentralizando poderes y creando condiciones para que la economía deje de ser soporte para especulación y acumulación de grandes capitales en pocas manos, ganando cada vez más la sencillez de la realidad  y del rostro humanos. Este avance, a la vez, está asociado a declarar bienes comunes todos aquellos recursos naturales, fundamentales para la existencia humana, como agua y energía, así como garantizar el cubrimiento de otras necesidades humanas que no pueden estar a la orden del mercado, como salud, educación, vivienda, transporte.

Lo expuesto es un acometer del cambio aquí y ahora, sin necesidad de esperar una revolución como las hasta ahora conocidas y fruto del “asalto a la Bastilla”, que cruzan por la vivencia directa y cotidiana del cuerpo social de su organización solidaria en cooperativas, mutuales y otras formas de compartir común, por medio de las cuales la reunión y la suma de los esfuerzos colectivos hacen innecesaria la existencia de especialistas sin cuyo concurso hoy nada es posible, soporte de un Estado cada vez más poderoso, rentista y enajenador de la existencia humana.

Se trata, en fin, de un hacer entre todas las manos y las mentes, con responsabilidad y lucha por la vida, al centro del cual queda afrontar con toda responsabilidad el cambio climático en curso, y con ello el desmonte del modelo de transporte en coches y aviones, individualista y consumidor de altas cantidades de petróleo, obligándonos como especie a replantearnos realidades como producción, consumo, transformación de desechos, dimensión de los centros poblados, ritmo de la vida cotidiana, entre otras muchas realidades por repensar y reconstruir.

Se trata, desde luego, de retos que no son simples utopías sino de quehaceres totalmente factibles de encarar, asumir, proyectar y concretar, ayudados para el caso por todo aquello que hoy están posibilitando las revoluciones industriales de mayor impacto conocidas hasta ahora por la humanidad; retos en los cuales el progresismo puede aportar para su concreción, siempre y cuando se mire al espejo y se reconozca en sus limitantes, errores y posibilidades.

Es tiempo de ser radicales, la única manera de ser consecuentes con el sueño de la revolución, hoy necesaria para salvar a la especie humana de su anunciada extinción, y con ella la de miles de otras especies y formas de vida hasta ahora conocidas.

1. Maldonado, Carlos Eduardo, Sociedad de la información, políticas de información y resistencias. Complejidad, Internet, la red Echelon, la ciencia de la información, ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2019, pp. 14-18.

2. Giraldo Gallo, Jairo, Nano…¿qué? nano-(r)evolución, Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2018.

3. Moncayo, Héctor León, “Los estragos del realismo político”, periódico desdeabajo, edición 319, noviembre 20-diciembre 20 de 2024, p. 6

4. Davies, Vanessa, “Más de 950 días sin aumento salarial y contratos colectivos vencidos: Así están los derechos laborales en Venezuela”, Contrapunto, 19/11/2024, https://www.desdeabajo.info/otras-noticias/item/mas-de-950-dias-sin-aumento-salarial-y-contratos-colectivos-vencidos-asi-estan-los-derechos-laborales-en-venezuela.html

5. “La Asamblea Nacional de Nicaragua, controlada por el Frente Sandinista, aprobó ayer en lo general la reforma parcial de la Constitución nicaragüense, que abre la puerta para la subordinación de todos los poderes del Estado a la Presidencia, en manos de Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, y en sus puntos establece la creación de una “copresidencia” conjunta entre ambos líderes. […] la reforma amplía el mandato presidencial de cinco a seis años […]. El texto también concede un poder total al Ejecutivo, al establecer que la figura de “copresidente” coordinará “a los órganos legislativo, judicial, electoral, de control y fiscalización, regionales y municipales”, a los que antes la Constitución reconocía como independientes o autónomos”. Ver “Nicaragua: todo el poder”, La Jornada, 23/11/24, https://www.jornada.com.mx/noticia/2024/11/23/mundo/nicaragua-todo-el-poder-5441

6. Gutiérrez, Carlos, Democracia que no has de ejercer déjala ser, Bogotá, 2022.

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Información adicional

Autor/a: Carlos Gutiérrez Márquez
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 250 diciembre 2024
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