Descripción:
Edición Le Monde diplomatique, edición Colombia Nº108, febrero 2012
El estudio del pensamiento implica reconocer una relación intrínseca que se da entre las ideas y el sustrato de tiempo y lugar donde estos se desenvuelven. El nudo gordiano que resulta de esas interrelaciones, donde confluyen lo corpóreo y lo inmaterial, lo físico y lo espiritual, no puede ser desatado con la impaciencia de la espada del guerrero. Se requiere, contrario sensu, el estudio equilibrado de autores, épocas y circunstancias. Es necesaria la lectura detenida de muchos autores, no con el interés de mostrar una sapiencia, muchas veces obsoleta, sino de entretejer esas obras con la historia de las particularidades y de la generalidad en un espacio determinado. Es el caso del libro que presenta el filósofo Damián Pachón Soto, donde se parte de una concreción, Colombia, y de un construir permanente de nuestro pensamiento, no como un index de obras o como una recopilación de datos; se hace una verdadera revisión crítica de la forma como se forja ese pensamiento, así como de sus impulsores, sus seguidores y, por qué no, también del modo cómo ha sido invisibilizado ese pensamiento.
Para abordar tan complejo tema, es decir, un estudio acerca de la filosofía colombiana, el autor parte de la Colonia y pasa por la República, hasta llegar a realizar un balance sobre la filosofía en Colombia. En esta parte, el interés es mostrar los desfases y los aciertos que se dan frente a la realidad de esta nación en relación con la forma en que ha sido pensada, encontrando una ilación, difícil de separar, entre pensamiento y política, entendida esta última como ejercicio de poder por parte de las élites. De ahí la direccionalidad de una educación que va de la mano con la formación y el desarrollo del pensamiento colombiano, en maridaje con el catolicismo, con el liberalismo o con el conservatismo, y todas las formas y fracciones que de ello se pueden desprender. La falta de independencia de la formación de ese pensamiento es quizás el factor que explica por qué no existe realmente una filosofía colombiana como tal. La ausencia de lo que el autor llama falta de tradición filosófica, en la medida en que se pasa de una moda intelectual a otra, sin que se relacione el autor impuesto, tanto con un pensamiento que se ha intentado construir como con la pertinencia de ese pensamiento en el país, es otra de las limitantes expuestas. Creemos, sin embargo, que hay también un vacío al desconocer las cosmogonías que forjaron nuestros antepasados indígenas, hoy por hoy se está despertando un interés por relacionar también el pensamiento colombiano con el desarrollo del pensamiento indígena que ha existido siempre, pero que, sin duda alguna, ha sido el más invisibilizado de todos, en correspondencia con la permanencia de un sentimiento de dominio y de un desarrollismo que implica no abordar los temas de la tradición desde una lengua y una posición diferentes de la occidental.
Para sopesar la crítica de Pachón Soto, dedica la segunda parte del libro al estudio de algunos forjadores del pensamiento colombiano, desde aquellos que hicieron de la filosofía su forma de vida en las elucubraciones abstractas, hasta aquellos que se sirvieron de ella para buscar dirimir la problemática real y concreta de Colombia. En esta segunda parte del libro se les pone nombre propio a quienes, particularmente en los siglos XX y XXI, han buscado crear una tradición filosófica. Es un intento por poner sobre el panorama de la filosofía en Colombia los nombres de aquellos que se atrevieron a seguir el vuelo de la Lechuza de Minerva, no observando la lejanía de ese vuelo sino describiendo también el camino que implica seguir ese recorrido; es el hombre, concreto y real, afanado por darles respuesta a las preguntas que se hace el mundo, reconociendo que lo más importante no es quizá la respuesta sino la pregunta misma, ya que en ella está contenida parte de la respuesta.
Nieto Arteta y sus estudios serios sobre socialismo y marxismo, Rafael Carrillo y el intento por crear una utopía desde la filosofía del Derecho con la unión de lo axiológico con lo ontológico, Cruz Vélez y su intento por normalizar la filosofía en Colombia, Gutiérrez Girardot y su critica a la filosofía colombiana, el vitalismo de Darío Botero Uribe, la propuesta humanista-social de Umaña Luna, entre otros, son muestra de ese piélago de autores que en una u otra forma han creado, bien que mal, un pensamiento colombiano.
Pensar significa sopesar; es poner sobre la balanza las opciones y ver lo que más conviene. Damián Pachón Soto nos muestra el intento que se ha hecho en Colombia por sopesar nuestro propio pensamiento. El autor pasa de ser contenido a ser continente, ya que su libro pasa la mera expectativa de ser un estudio para ahondar también en una filosofía propia, la de la vida, y que se muestra claramente en sus otras obras pero que aquí asoman por entre las líneas de la rigurosidad que exige la filosofía como tal, pero también por entre la necesidad de mostrar la relación que debe existir entre el pensamiento y la realidad, entre la filosofía y la vida. Esa es la pertinencia y el aporte que se debe buscar para este país.
J. Mauricio Chaves-Bustos