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La poesía ignorada y olvidada

 

Informacion adicional
Autor: Jorge Zalamea
Colección:  Internautas
Formato:   17 x 24 cm
Precio:   $40.000
Bogotá – Noviembre de 2011 – 335 páginas

Descripción:

 

Jorge Zalamea nació en Bogotá el 8 de marzo de 1905, apenas 19 años después de haberse instaurado en Colombia la Constitución de 1886, de modo que buena parte de su infancia y adolescencia las vivió bajo las condiciones de la llamada República conservadora hispano-católica, es decir, en la época cuando dicha hegemonía estableció que todo artista debería dedicarse a exaltar los valores de la herencia española, la moral católica y a conservar las tradiciones de raza, religión e idioma. Desde 1880 esta situación se impulsó en el proyecto político y cultural llamado La Regeneración, que llegó a conformar una jerarquía conservadora hasta 1930. Los intelectuales y hombres de letras pusieron su pluma al servicio de las luchas ideológicas y partidistas, fundamentalmente oficiales. Esto da una idea de la estrecha relación entre el poder y la escritura como búsqueda de prestigio social, de puestos en la escena pública y política del país.

 

Como consecuencia, la llamada Regeneración de finales del XIX se constituyó en un paradigma de conservación de los preceptos de la iglesia católica y de la educación conservadora, doctrinas e ideologías impuestas de forma totalitaria. Las instituciones asumían el orden y la defensa de la moral propuesta desde Roma por los papas Pío IX y León XIII. De tal modo que el dominio de la iglesia se registró en todos los campos de la cotidianidad, de la cultura y la política, manteniendo su poder en los estamentos gubernamentales y educativos. A la vez, se condenaba y expulsaba todo pensamiento de índole liberal y socialista, toda vanguardia estética que se hiciera presente en el país. Para ello, la Iglesia y el Estado conservador se propusieron controlar la edición de los textos escolares y filosóficos, la organización del pensum académico y la educación moralizante de los docentes.

 

La hegemonía conservadora institucionalizó también algunos mecanismos de control y vigilancia de las ideas de avanzada, como “la Ley de prensa que estableció la censura, la inspección eclesiástica de los periódicos liberales y el Index.” Así, la represión de las ideas foráneas por la Iglesia fue el diario vivir en los ámbitos de la cultura colombiana de finales del siglo XIX y principios del XX. Bajo estas condiciones va a nacer y crecer el poeta y escritor Jorge Zalamea.

 

Todo este programa estatal se oponía a las nuevas tendencias culturales y artísticas liberales y de vanguardia. De esta gama ideológica conservadora surgió un intelectual gramático católico, entre cuyos principales representantes se cuentan los ex presidentes Rafael Núñez, José Manuel Marroquín, Miguel Antonio Caro (quien participó, junto a Núñez, en la redacción de la Constitución de 1886), el gramático Rufino José Cuervo, intelectuales que instauraron la utopía de volver a Colombia una República Heleno-católica –ya propuesta años atrás por los poetas y políticos José Eusebio Caro y Sergio Arboleda–, cuyo centro intelectual fuera Bogotá, considerada la “Atenas suramericana”. Ansiosos por llevar a cabo su objetivo, se enfrentaron al discurso liberal radical, proceso que culminó en la guerra de los Mil Días (1999-1902), cuando los liberales se opusieron al férreo totalitarismo conservador del presidente Sanclemente y del vicepresidente Marroquín. Sin embargo, a pesar de la oposición, la anhelada “Arcadia” colombiana, heleno-católica, se fue imponiendo como modelo cultural, social y político. Con estas políticas estatales, Colombia se cerró a todo pensamiento foráneo innovador y se centró en un provincianismo radical que repercutió en la formación de sus intelectuales y de sus poetas.

 

La crítica literaria y estética de estos años era una crítica pastoril, tradicional y jerárquica que legitimaba a escritores oficialistas. Distanciarse de la iglesia, de la moral y del conservatismo significaba impulsar la crisis de la nación y del Estado y entrar a la caótica situación del libertino. Con estos argumentos se asumió que la libertad estética era pecado y el artista e intelectual vanguardista un culpable por ser corruptor de las costumbres y sensibilidades. La idea del artista bohemio, sensualista, libertario, socialista, de vanguardia, fue considerada causa de expulsión del país y de excomunión. La ideología de la república conservadora puso en la picota pública y en tela de juicio las obras de escritores contradictores como José María Vargas Vila, el “Indio” Uribe, Luis Carlos el Tuerto López y Tomás Carrasquilla, nada cercanos a las ideas de la Regeneración.

 

Es en los años veinte cuando se inicia un proceso con tímidos rasgos de ruptura con las concepciones hispano-católicas conservadores de la Regeneración gracias al proceso de modernización del país, a la urbanización e industrialización, al surgimiento de movimientos obreros socialistas y comunistas de vanguardia, donde Intelectuales, políticos y poetas como Jorge Eliécer Gaitán, Luis Tejada, José Mar, León de Greiff, Luis Vidales y, por supuesto. Jorge Zalamea, ventilarán la atmósfera de museo fundando el Grupo Los Nuevos.

 

Entre junio y septiembre de 1925 se publica en Bogotá, cada quince días, la revista denominada Los Nuevos, de la cual sólo saldrán al público cinco números. Fue una revista con intenciones de introducir en Colombia ciertos aires de renovación modernizante. Críticos de la generación anterior –la del Centenario–, Los Nuevos se aproximaron a una actitud reformista del ambiente político partidista, de la cultura y la poesía tradicionales vigentes en el país. La demanda reformista agrupó distintas corrientes ideológicas, estéticas y políticas. Al grupo se unieron conservadores críticos de la Regeneración hispano-católica como Augusto Ramírez Moreno, Silvio Villegas, Eliseo Arango; liberales como Alberto Lleras Camargo, Germán Arciniegas, Ricardo Rendón, José Umaña Bernal, Darío Echandía, Jorge Eliécer Gaitán; socialistas y marxistas contestatarios como Luis Tejada, José Mar, Luis Vidales; poetas críticos, libertarios, iconoclastas como León de Greiff; poetas de corte clásico como Rafael Maya; poetas de un formalismo lírico como Alberto Ángel Montoya, Germán Pardo García; todos jóvenes entre los 19 años (Alberto Lleras Camargo) y los treinta (León de Greiff), que comenzaban a experimentar el crecimiento de las ciudades, el surgimiento de la economía fabril, de los primeros sindicatos, la creación del Partido socialista en Colombia hacia 1919, de la naciente burguesía industrial y la penetración norteamericana. En medio de toda esta gama de intelectuales encontramos la figura crítica y lúcida de Jorge Zalamea.

 

Testigo directo del ascenso del fascismo y del nazismo en Europa, de la guerra civil española y de la dictadura de Francisco Franco; de los movimientos obreros socialistas y comunistas mundiales y nacionales, de los primeros brotes de una violencia bipartidista liberal y conservadora en el siglo XX, de la Revolución en Marcha del presidente Alfonso López Pumarejo, que vinculó a su proyecto progresista liberal algunos de los intelectuales más lúcidos del país y en la cual Zalamea fue Ministro encargado de Educación en 1936 y Secretario General de la Presidencia de la República en 1937, y, sobre todo, testigo del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 y de La Violencia partidista, Jorge Zalamea, frente a esas fogatas históricas, asumió una postura escritural e intelectual contundente y cuestionadora, donde la poesía y la escritura se constituyeron para él en un acto de reflexión, pues fue capaz de unir a un “Yo que piensa” con un “yo que crea”, considerando al poeta como crítico y al crítico como un poeta. Este fue quizás su mayor compromiso intelectual y creativo, y una de sus más grandes enseñanzas.

 

Zalamea, con esta actitud riesgosa y libertaria, se apropiaba así de la concepción del escritor moderno, analista de su tradición, de su pasado y presente, autónomo y con pulsión lúcida y reflexiva. Desde esta apertura, la poesía para él era un medio de reflexión que unía teoría y práctica artística, reflexión e imaginación, sociología y creación, política y filosofía, edificando una metapoiesis sobre la actividad del artista. En su inmensa obra, tanto poética, ensayística, dramatúrgica, periodística, investigativa y de traductor, fusiona la teoría literaria y sociológica con poesía e imaginación, convirtiéndose en un permanente vigía por su trabajo desde y sobre el lenguaje, desde y sobre la realidad histórica. No otra cosa encontramos en sus ensayos La vida maravillosa de los libros, de 1941; en los escritos sobre arte que tituló Nueve artistas colombianos e Introducción al arte antiguo, publicados ambos también en el 41; en sus libros de poemas El gran Burundú Burandá ha muerto, escrito en 1952 estando exiliado en Buenos Aires, en su poema El Sueño de las escalinatas y en múltiples artículos y columnas de opinión. Pero sobre todo en estos cuatro ejemplares de Poesía Ignorada y olvidada que hoy presentamos, reeditados por Ediciones desde Abajo, libro que en 1965 fuera galardonado con el premio de ensayo Casa de las Américas, en Cuba.

 

Las concepciones éticas y estéticas de Zalamea cuestionaban al poeta “puro”, independiente de la política y de los problemas de su tiempo. Para él, el diálogo entre lo local y lo universal, como proyecto literario, era necesario para sacar del provincianismo cultural a estos países latinoamericanos; diálogo que ayudaba a generar un modelo de escritor polémico, riguroso, disciplinado y, ante todo, creador de un lenguaje distinto y renovador del existente. Un creador que, con el ejemplo de su heterodoxia, de su pluralismo ideológico y su irreverencia permanente, desajustara las verdades supuestamente inamovibles, y pusiera en crisis los fundamentos del lenguaje y de las instituciones productoras de verdades autoritarias. Tal fue su postura frente a los problemas de su tiempo.

 

Con esta apuesta teórica e imaginativa editó, unos meses después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el quincenario Crítica, de gran trascendencia para la memoria y las letras nacionales por su labor de denuncia, y se unió también a varios poetas colombianos que pusieron las “palabras en situación” humana, histórica, reflexiva y propositiva, como lo fue el Grupo Mito, en especial con su creador, el poeta Jorge Gaitán Durán.

 

De allí que le interesara actualizar y modernizar la poesía nacional a través de nuevas lecturas de poetas como Rainer María Rilke, Paul Valéry, Albert Camus, Faulkner, Eliot y, sobre todo, de Saint John Perse, poeta que tradujo de forma magistral, haciéndolo conocer en toda Hispanoamérica y que encontramos en el cuarto tomo de la hermosa edición que hoy presentamos.

 

En la introducción de este hermoso y fascinante libro Poesía Ignorada y olvidada nos dice Zalamea: “Después de un número de años ya difícilmente confesable de lecturas, estudios, cotejos, traducciones y viajes por los cinco continentes he llegado a la conclusión consoladora de que en poesía no existen pueblos subdesarrollados”. Y esa es la intención que contiene todo este libro: probar que la poesía es tan fundamental, necesaria, elevada y digna para todos los pueblos de la tierra, y que su pulsión y creación se encuentra en todas las sensibilidades e imaginarios humanos. De allí que inicie, en una exploración sin precedentes en América Latina, –y me atrevería a decir en el mundo– un camino de descubrimiento y reivindicación esencial de la poesía de los pueblos ancestrales, primigenios y originarios, creadores de una poesía que se trasmuta en magia, rito, mito, ceremonia, profecía, en mística, canto, amor, elementos primordiales donde lo maravilloso, la imaginación, el sueño y la belleza se vuelven posibles y centrales en la vida del ser humano.

 

El lector encontrará en estos libros hermosamente ilustrados por Laura Gómez, un estudio riguroso y serio de la poesía de los pueblos asiáticos, esquimales, mesopotámicos, del antiguo Egipto, de los quechuas, incas, polinesios, mayas, Mesoamericanos, aztecas, tibetanos, Náhual, del Congo africano, pigmeos, centroeuropeos, norteamericanos, junto a la danza de ese canto amoroso por excelencia que es El Cantar de los cantares, o la poesía mística de Fray Luis de León y San Juan de la cruz y, por último, un largo y contenido elogio a uno de sus maestros en poesía como lo fue Saint-John Perse. Todos estos elementos terrestres y poéticos son un banquete y una fiesta total con la poesía y la palabra.

 

Celebremos entonces la poesía y el canto a que nos invita Jorge Zalamea; bebamos de las fuentes primigenias de la poesía y de sus más altos ritos en estos textos, hoy reeditados por Ediciones Desde Abajo, para fortuna de la cultura y de la literatura colombiana.

 

Carlos Fajardo Fajardo

 

 

 

 

 

Bogotá, noviembre de 2011

335 páginas

 

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