Las izquierdas deben perder el miedo y forzar al capital a volver a tener miedo
Informacion adicional
Autor: Boaventura de Sousa Santos
Colección: Primeros Pasos
Formato:   11,5 x 17,5 cm
Precio:   $17.000
Bogotá -Mayo de 2017 – 128 páginas

Descripción:

Desde la derrota que se concretó con la caída del muro de Berlín en 1989, las izquierdas occidentales entraron en un profundo periodo de reflexión para intentar entender no sólo el porqué del fracaso del proyecto labrado desde mediados del siglo XIX sino también de qué manera se puede ofrecer una opción viable al cada vez más rampante –e injusto– capitalismo en su versión más refinada: el neoliberalismo.

Un mapa de pensadores críticos se ha ocupado del tema y por supuesto, existen múltiples hipótesis, intérpretes y periodizaciones de los acontecimientos. El historiador británico, Perry Anderson, por ejemplo, dice que la derrota comenzó a fraguarse con el fracaso de la revolución alemana de 1918-1923. Para otros, la derrota se inició en 1956, con el aplastamiento del levantamiento en Hungría; otros, apuntan a mayo del 68. Keuchyan, en Hemisferio izquierda, un mapa de los nuevos pensamientos críticos1, establece esa periodización entre la segunda mitad de los años setenta, con la crisis del petróleo, el triunfo Reagan-Thatcher, y el descenso de la onda de los “gloriosos treinta” –la bonanza del marxismo occidental de posguerra– hasta la caída del muro de Berlín.

Asimilar una derrota nunca es fácil. Se requiere de una porción, no pequeña, de autocrítica y objetividad. En ese sentido, los pensamientos críticos buscan «generar cuestionamientos, juicios y propuestas orientadas a la promoción de cambios y trasformaciones en beneficio de la humanidad» (2) con un común denominador en lo social. En este tipo de pensamiento se inscribe, entre muchos, el reconocido sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos que aboga, como sus colegas, por un mundo más justo, más equitativo que se oponga y supere las huellas y heridas dejadas por el neoliberalismo, en especial, en los más desprotegidos.

Las Trece cartas a las izquierdas, publicadas entre agosto del 2011 y agosto del 2015, las acaba de editar en un pequeño volumen Ediciones Desde Abajo (3) y constituyen un manual esencial de reflexión y análisis para aquel que esté dispuesto a repensar el aparato teórico y práctico de las izquierdas tradicionales con el fin de levantar la cabeza y convertir a estas en una opción viable al triunfalismo de la derecha y su modelo económico. Como se menciona en la presentación, titulada “Para repensar la democracia realmente existente” se trata de una «reflexión primordial en momentos en que la democracia […] está quebrada por diversidad de factores, entre ellos la concentración de la riqueza, el autoritarismo desplegado como arma fundamental de las potencias para conservar sus privilegios, la violación de los derechos civiles del conjunto social vía el espionaje abierto de las agencias de seguridad de diversidad de países; el emporio de la desinformación; la corrupción como proceder “legítimo” a la hora de administrar lo público por parte de políticos y gobernantes, etcétera» (4).

Las cartas son una hoja de ruta para todo aquel –llámese individuo o colectivo– que crea que existe un futuro para las izquierdas o como dice Žižek, que aún hay lugar para apostarle a la “defensa de las causas perdidas”. ¿Qué entendemos hoy por izquierda? “La izquierda es un conjunto de posiciones políticas que comparten el ideal de que los seres humanos tienen todos el mismo valor, y que son el valor más alto. Ese ideal es puesto en cuestión siempre que hay relaciones sociales de poder desigual, esto es, de dominación. En este caso, algunos individuos o grupos satisfacen algunas de sus necesidades transformando a otros individuos o grupos en medios para sus fines. El capitalismo no es la única fuente de dominación, pero es una fuente importante» (5). Por lo tanto, las cartas están dirigidas a los partidos y movimientos sociales que luchan contra el capitalismo, el racismo, el sexismo, y la homofobia, y a toda la ciudadanía que, sin estar organizada, comparte los objetivos y aspiraciones de quienes se organizan para luchar contra estos fenómenos (6).

Las reflexiones y propuestas que traen estas cartas, tienen visión de presente y de fututo; son propositivas. Por ejemplo, avanzan, que para reconstruir las izquierdas hay que recomenzar por aceptar ciertas ideas: 1) Que el mundo se diversificó y la diversidad se instaló en el interior de cada país. La comprensión del mundo es mucho más amplia que la comprensión occidental del mundo; no hay internacionalismo sin interculturalismo. 2) Que el capitalismo concibe la democracia como un instrumento de acumulación; si es preciso la reduce a la irrelevancia y, si encuentra otro instrumento más eficiente, prescinde de ella. Debido a ello, la defensa de la democracia de alta intensidad debe ser la gran bandera de las izquierdas. 3) Que el capitalismo es amoral y no entiende el concepto de dignidad humana; defender esta dignidad es una lucha contar el capitalismo y nunca con el capitalismo. 4) Que la experiencia del mundo muestra que hay inmensas realidades no capitalistas, guiadas por la reciprocidad y el cooperativismo, a la espera de ser valoradas como el futuro dentro del presente. 5) Que el siglo pasado reveló que la relación de los humanos con la naturaleza es una relación de dominación contra la cual hay que luchar; el crecimiento económico no es infinito. 6) Que la propiedad privada solo es un bien social si es una entre varias formas de propiedad y si todas están protegidas; hay bienes comunes de la humanidad como son el agua, 7) Que el siglo corto de las izquierdas fue suficiente para crear un espíritu igualitario entre los seres humanos que sobresale en todas las encuestas; este es el patrimonio de las izquierdas que ellas han estado dilapidando.8) Que el capitalismo precisa de formas de dominación para florecer, del racismo al sexismo y la guerra, y todas deben ser combatidas. Y, 9) Que el Estado es un animal extraño, mitad ángel, mitad monstruo, pero sin él, muchos otros monstruos andarían sueltos, insaciables, a la caza de ángeles indefensos. Mejor Estado, siempre; menos Estado, nunca (7).

Es preciso entender que el neoliberalismo utiliza la desinformación como medio de manipulación social. En ese sentido inculca en la opinión pública la supuesta necesidad de ejecutar varias transiciones, que son nefastas desde todo punto de vista. Estas transiciones son: primero, que hay que trasladar la responsabilidad colectiva a la responsabilidad individual. La idea detrás de esto es que, según los neoliberales, los que tienen éxito es porque toman buenas decisiones o tienen suerte, y quienes fracasan es porque toman malas decisiones o tienen poca suerte; segundo, que la acción del Estado, basada en la tributación debe migrar a la acción del Estado basada en el crédito, esto es perverso pues garantiza la asfixia financiera del Estado; tercero, que hay que hacer tránsito de la idea de la existencia de bienes públicos –como la educación y la salud–, e intereses estratégicos –como el agua y las telecomunicaciones–, que deben ser cuidados por el Estado a la idea de que cada intervención del Estado es un área potencialmente rentable; y cuarto, que hay que pasar del principio de la primacía del Estado al principio de la primacía de la sociedad civil y del mercado. Bajo estos sofismas el neoliberalismo pretende legitimar un terreno para socavar los principios rectores de democracia, del Estado y de las responsabilidades de este frente al individuo (8).

De otra parte, mientras la derecha tiene toda una infraestructura para reflexionar y producir pensamiento por parte de intelectuales orgánicos de sus organismos multilaterales, los think tanks y las asociaciones empresariales, la izquierda está desprovista de instrumentos de reflexión abiertos a los no militantes. Esta indisponibilidad para la reflexión es un acto suicida, advierte Boaventura. Adicionalmente, las nuevas militancias y movilizaciones que en algún momento se realizaban desde adentro de las izquierdas, hoy día se despliegan sin ninguna referencia a estas y, en muchos casos, en oposición a ellas. Esto es digno de reflexión y debate. La pregunta a hacerse es ¿en qué momento las izquierdas dejaron de ser un vehículo para estas nuevas militancias y qué debe hacerse hacer para recuperar esa alineación? (9).

La izquierdas deben imaginarse, reinventarse, en la lucha contra el neocolonialismo, así como batallar contra la máquina trituradora del neoliberalismo que aniquila, incluso, a los “pequeños” capitalismos nacionales; de igual modo, la democracia liberal, representada por las izquierdas, debe luchar para sacudirse el peso agobiante de poderes facticos como la masonería, las mafias, el Opus Dei, las empresas transnacionales, el FMI y el Banco Mundial, contra la corrupción, el abuso de poder y el tráfico de influencias (10).

Dado que el neoliberalismo es una cultura del miedo, del sufrimiento y de la muerte para las grandes mayorías, no es posible combatirlo con eficacia si no se le opone una cultura de la esperanza, la felicidad y la vida. Las izquierdas no pueden repetir el error de reducir la realidad a lo que existe, por más injusto o cruel que sea, sino que es preciso partir de la idea de que la realidad es la suma de lo que existe y de todo lo que en ella emerge como posibilidad y como lucha por concretarse. Si las izquierdas no se percatan de esto, afirma Boaventura, “se sumergirán o irán a parar a los museos” (11).

Uno de los más grandes desafíos históricos de las izquierdas es la unidad. Hoy día, como nunca antes, estas se encuentran divididas y atomizadas en decenas y hasta cientos de vertientes. No hay conexión entre las izquierdas europeas y las latinoamericanas, y entre estas últimas tampoco hay consenso ni unidad frente a temas tan críticos como el extractivismo o las formas de crecimiento económico, y persiste el debate entre el corto y el largo plazo. Una vez más, el llamado a la unidad es quizá el imperativo más agudo que tienen las izquierdas si quieren oponerse de manera sólida contra el neoliberalismo (12).

Para que las izquierdas tengan futuro, específicamente en Latinoamérica, deben asumir la bandera de los programas de sostenibilidad y convertirlos en políticas públicas. Por decir algunos: asuntos como la defensa de los espacios públicos en las ciudades con prioridad a lo peatonal, la convivencia social, la vida asociativa, con gestión democrática y participación popular, los transportes colectivos, los huertos comunitarios y las plazas sensoriales (para personas con necesidades visuales especiales); la economía cooperativa y solidaria; la soberanía alimentaria, la agricultura familiar y educación para la alimentación sin el uso de agrotóxicos; el nuevo paradigma de producción-consumo que fortalezca las economías locales articuladas translocalmente; la sustitución del PIB por indicadores que incluyan la economía del cuidado, la salud objetiva, la sociedad decente y la prosperidad no asentada en el consumo compulsivo; el cambio de la matriz energética en energías renovables descentralizadas ; la sustitución del concepto de capital natural por la naturaleza como sujeto de derecho; la defensa de los bienes comunes, como el agua y la biodiversidad, que solo permite el uso de derechos de uso temporal; la garantía del derecho a la tierra y el territorio de las poblaciones campesinas e indígenas; la democratización de los medios de comunicación; la tributación que penalice las actividades extractivas a las industrias contaminantes; el derecho a la salud sexual y reproductiva de las mujeres; la reforma democrática del Estado que elimine la pandemia de la corrupción e impida la trasformación en curso del Estado protector en Estado depredador, y la transferencia de tecnologías que atenúen la deuda ecológica (13).

De manera paradójica, sorprendente, muchos de los gobiernos de izquierda que han tenido su cuarto de hora en los últimos diez, quince años, se han convertido en los principales violadores de los principios de este pensamiento. La persecución a los huelguistas, la atracción de la inversión extranjera para que se sacie del extractivismo, la concesión de tierras a empresas nacionales o transnacionales, la imposición a comunidades indígenas de gravámenes y servidumbres en favor de las transnacionales, la no garantía de los derechos de pueblos indígenas contra los abusos de la petroleras, son apenas algunos ejemplos que trae Boaventura, con nombre propio, sucedidos en la historia reciente de gobiernos de izquierda; gobiernos y gobernantes que han terminado por violentar a los ciudadanos y principios que los llevaron al poder. Cabe a los militantes de derechos humanos y a los ciudadanos preocupados por el futuro de las democracias en el continente latinoamericano detener este proceso de manera inmediata (14).

Y más. Las izquierdas deben luchar por convertirse en una alternativa de poder y no simplemente en alternancia de poder. Para ello, deben transformarse y unirse; ninguna de las dos cosas es fácil en el corto plazo. Las izquierdas deben centrarse en el bienestar de la ciudadanía y no en las posibles reacciones de acreedores como el FMI, el Banco Mundial. Además, las izquierdas deben fortalecerse en torno a lo que históricamente las une: la defensa de un Estado social fuerte, con educación pública, obligatoria y gratuita; con servicio de salud universal y tendencialmente gratuito, con seguridad social sostenible, con sistemas de pensiones basados en el principio de repartición y no en el de capitalización, en bienes estratégicos o monopólicos naturales, como por ejemplo, el agua, nacionalizados, y con una lucha aguerrida para lograr la renegociación de las deudas públicas (15).

Si bien la democracia perdió la batalla, podrá evitar perder la guerra si las mayorías superan el miedo, rebelándose dentro y fuera de las instituciones, forzando al capital a volver a tener miedo, como sucedió hace sesenta años, afirma Boaventura. Hay que impulsar la democracia revolucionara o la revolución democrática –en esto no hay que perderse en nomenclaturas– pero debe ser necesariamente una democracia posliberal, que no puede perder sus atributos para acomodarse a las exigencias del capitalismo. Al contrario, debe basarse en que la profundización de la democracia solo es posible a costa del capitalismo; y en caso de conflicto entre capitalismo y democracia, debe prevalecer la democracia real (16).

Frente al tema ecológico, las izquierdas deben desarrollar una conciencia y una acción ecológica robusta y anticapitalista para poder frenar con éxito la vorágine del capitalismo extractivista. Hay que desarrollar un “ecologismo de los pobres” basado en una economía política no dominada por el fetichismo del crecimiento infinito y del consumismo individualista, sino en las ideas de reciprocidad, solidaridad, y complementariedad (17).

En la penúltima de las cartas, su autor afirma que las izquierdas, si bien no tienen una gran tradición de pactos, y pareciera que las divergencias internas fueran parte de su código genético, hay indicios de pactos entre algunas izquierdas. Lo sucedido en países como Grecia y Portugal es notable. Dado que el neoliberalismo es una inmensa máquina de producción de expectativas negativas para que las clases populares no sepan las verdaderas razones de su sufrimiento, y se conformen con lo poco que aún tienen y están paralizadas por el miedo a perderlo, las izquierdas deben transformar ese miedo en esperanza. En la medida que los pactos entre las izquierdas comiencen a rendir frutos, se atenuará el miedo y se devolverá la esperanza a las clases populares, al mostrar, mediante una gestión inteligente, que el derecho a tener derechos es una conquista civilizatoria irreversible (18).

Y, por último, Boaventura apela al salto adelante y mira nuestra época desde un tiempo remoto futuro; y en retrospectiva, reafirma el poder de la esperanza, que se logra al reaprender a “realimentarnos de la hierba dañina que el presente intenta erradicar, recurriendo a los más potentes y destructivos herbicidas mentales: la utopía”. Para ello hay que comenzar por unas izquierdas que se rebelen contra ellas mismas antes de querer transformar la realidad. Su ceguera no puede continuar para seguir dividiéndose. Siempre será posible curar las heridas de la carne y el espíritu (19). Transformar la derrota en victoria y al mismo tiempo reinventarse para alcanzar ese sueño irrenunciable de todas las izquierdas, aquel anhelo en la que todas coinciden.

1. Keucheyan, Razmig, Hemisferio izquierda, un mapa de los nuevos pensamientos críticos, Siglo XXI, Madrid, 2013.

2. Saladino García, Alberto, citado por Abdiel Rodríguez Reyes en: Pensamiento crítico, rescatado de www.alainet.org.

3. De Sousa Santos, Boaventura, Trece cartas a las izquierdas, Ediciones desde Abajo, Bogotá, 2017.

4. Ibíd., pp. 7-8

5. Ibíd., p. 25.

6. Ibíd., p. 61

7. Ibíd., pp. 27-29.

8. Ibíd., pp. 32-34

9. Ibíd., pp. 37-38

10. Ibíd., pp. 44-46

11. Ibíd., pp 50-51

12. Ibíd., pp. 54-57

13. Ibíd., pp. 63-64

14. Ibíd., pp. 65-67

15. Ibíd., pp. 75-77.

16. Ibíd., p. 90

17. Ibíd., p. 98.

18.  Ibíd., p. 103

19. Ibíd., p. 124

Información adicional

Autor/a:
País:
Región:
Fuente:
El Diplo We would like to show you notifications for the latest news and updates.
Dismiss
Allow Notifications