Mala conciencia

Philip Potdevin
Ediciones Desde Abajo, Colombia, diciembre de 2023, 144 páginas, Biblioteca Cesto de llamas


Efraín González, apodado el “siete colores”, fue “el terror de los liberales cachiporros, rojos, comunistas y ateos” (Mala conciencia, p. 140). En su breve trashumar –lo mataron a los 32 años de edad por orden del gobierno conservador de Guillermo León Valencia (1962-1966)–, dejó una estela de más de dos centenas de asesinatos en los departamentos del Valle, Quindío, Santander y Boyacá. Antes de ser asesinado por las balas oficiales, había confesado: “[…] Yo soy la mala conciencia del Partido Conservador. Yo les he servido a todos y todos me han traicionado. He cometido bellaquerías en su nombre, he contribuido a la causa del Partido Conservador, matando y corriendo liberales y gente de izquierda. Serví a los laureanistas, a los ospinistas, a todos los grupos en que se ha dividido el conservatismo”.

El siete colores, apodo con el que fue mitificado por el pueblo por su capacidad para mutar en animal o vegetal y así burlar los cercos y emboscadas de la Policía y el Ejército, fue el amigo y protegido de los esmeralderos, de los terratenientes, de los senadores ospinistas y anapistas, el bien amparado de la Iglesia, de los dominicos (orden religiosa de terrible recordación por haber estado a su cargo la barbarie de la “Inquisición”), de las monjitas de todos los conventos, iglesias y normales de señoritas de las provincias de Occidente y de Vélez (Mala Conciencia, p. 133).

Mala conciencia, la nueva novela de Philip Potdevin, integra la colección Cesto de llamas con la cual Ediciones Desde Abajo asume y debate  de manera indirecta el informe de la Comisión de la Verdad sobre el origen del conflicto armado en Colombia y su tesis de que el mismo tomó forma en 1958. Las novelas que integran la aludida colección indican que tal fenómeno arranca en los años 1940 con el genocidio padecido por el pueblo gaitanista.

La obra se fundamenta teóricamente en el libro pionero sobre los bandoleros colombianos cuyos autores son Gonzalo Sánchez y Donny Meertens (1983). A un nivel más general, sigue las propuestas teóricas de Eric Hobsbawm presentadas primero en Rebeldes primitivos –escrito a finales de 1950– y posteriormente en Bandidos (1969); también le sirve de referencia la novela Michael Kohlhaas (1808) del autor alemán Heinrich von Kleist, basada en una historia del siglo XVI del bandolero social Hans Kohlhase. Sánchez y Meertens, basándose en una investigación histórica detallada, contribuyeron con argumentos sugestivos a la comprensión de la ambivalencia del carácter político y social de los bandoleros colombianos de la Violencia. En la novela cuenta Efraín González: “Todo el dinero que pasaba por mis manos iba a dar a los campesinos, a los pobres, a las víctimas de los cachiporros. Me gané el cariño, el respeto y la protección de la gente. Por eso podía andar por toda parte, porque me cuidaban, me avisaban a tiempo cualquier iniciativa contra mí” (p. 117).

Esta obra es dedicada “A la memoria de Pedro Claver Téllez” (1941-2022), primo hermano de Efraín González (él era González Téllez) y su principal biógrafo. La guerra civil y el crónico conflicto armado han producido un cuerpo entero de ficción identificado como “La novela de la Violencia”. Potdevin, “un novelista con muchos intereses asociados con lo moderno y lo experimental o posmoderno”(1) enriquece esta tradición de la novela colombiana con Mala conciencia la cual se agrega a su anterior obra En esta borrasca formidable (2) en la cual devela “el autor intelectual del mayor magnicidio que se ha cometido desde la Independencia, el asesinato del general liberal Rafael Uribe Uribe quien en 1914 se perfila como la única esperanza para poner fin a la corroída hegemonía de la República Conservadora”. Allí escribe: “Ni los conservadores quieren perder el poder, que tan cuidadosamente han conservado desde 1885, y la Iglesia no quiere repetir la horrible noche de inicios de la segunda mitad del siglo XIX. Hay que detener a Uribe Uribe a como dé lugar. Y solo hay una forma” (p. 177). El también autor de la novela Y por dentro la caldera, se ha constituido en uno de los más importantes prosistas de la novela histórica social en Colombia.

Nuestro autor, al igual que Cristina Rojas con su concienzudo trabajo sobre identidad y violencia en el siglo XIX, muestra que la tradición de violencia que hay en Colombia acompaña a la nación desde su génesis, se convierte en una suerte de mecanismo de selección natural; los miles que mueren cada año son, dentro de este marco, los menos favorecidos, los excluidos, los pobres, los rebeldes, los insubordinados, los críticos (3).

Pero Philip va más allá de los novelistas “de la violencia” que se quedan a mitad de camino de la denuncia y el develamiento de la verdad, por cobardía y para no incomodar al “establecimiento”: su tesis consiste en argumentar como desde la invasión europea y a lo largo de la colonia y la República, los grupos dominantes, la oligarquía lumpen, corrupta y asesina, incorporaron la violencia como la esencia y núcleo para ejercer y reproducir el poder político, económico, social, cultural y ambiental en Colombia; la estrategia de “combinar todas las formas de lucha” proviene de la oligarquía como forma de mantener la tradición, la estructura estamental (organizada en grupos cerrados –estamentos–, social y legalmente diferenciados por una misma función, su ideología y sus intereses de clase). El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) lo sintetizó en su obra Vigilar y Castigar (1975): “la criminalidad se convierte en uno de los engranajes del poder”. El también filósofo francés Henri Lefebvre (1901-1991) se pregunta en su obra La violencia y el fin de la historia (1973): ¿Cómo datar mejor, periodizar y clasificar los hechos históricos, los acontecimientos y los actos como no sea partiendo de la guerra y la paz?

Con agudeza, el psicólogo social Edgar Barrero descubre que “Desde hace mucho tiempo, nuestras élites políticas han querido naturalizar en la subjetividad del colombiano una trilogía del horror que se manifiesta en por lo menos tres grandes dimensiones de la condición humana: i) Una estética de lo atroz que siente gusto y placer con la muerte y/o desaparición física o simbólica de la otredad; ii) Una ética de la barbarie que justifica moralmente la negación del conflicto armado y su consecuente crisis humanitaria e institucional, con lo cual se niega a las víctimas su condición histórica de sujetos de derechos; y iii) El cinismo y la impunidad como valores al instalar en la memoria social un sofisticado mecanismo de ocultamiento sistemático de la verdad” (4).

En la novela histórica social Mala conciencia, quien también ha escrito ensayos políticos como Manifiesto neonarquista. La utopía impostergable, asume el rol de confidente de Efraín González: “Con seguridad algún día contará mi historia, la verdadera, por eso le he soltado esta andanada de recuerdos, para que no vaya a tergiversar nada. Y como veo que pone cuidado y escucha con respeto, pues le sigo contando” (p. 102). “Solo quiero que sepa quién soy, de dónde vengo y por qué me volví quien soy” (p. 128). Así, por ejemplo, le relata a su escucha: “en cada una de mis armas enredé en el cañón un escapulario bendecido por los dominicos. Cada disparo que salía de allí, por tanto, estaba envuelto en olor a santidad” (p.111).

La novedad en la narrativa de Potdevin sobre “el siete colores” es la utilización de la técnica de “el monólogo interior” en la que Efraín González se expresa sin que tenga que intervenir la figura del narrador; es decir, el autor relata en primera persona los pensamientos del personaje, permitiendo al lector acceder a ellos en el momento en el que se producen. El monólogo interior nace a finales del siglo XIX como técnica narrativa a la que un autor recurre para acercar al lector a la mente del personaje. En consecuencia, Philip Potdevin realiza un trabajo de introspección o inspección interna en la mente, creencias y emociones del bandolero social. La introspección se refiere al conocimiento que el sujeto puede adquirir de sus propios estados mentales, o sea, designa la situación, para un sujeto dado, de observarse y analizarse a sí mismo, interpretando y caracterizando sus propios procesos cognitivos, sentimentales y emotivos.

El diálogo del protagonista está nutrido de regionalismos, modismos y jerga del mundo delincuencial. Hay una clara tendencia en la producción literaria a relacionar lenguaje y violencia. Un elemento recurrente en las novelas sobre la violencia, urbana o rural, es el uso de idiolectos (variedad de un idioma que no alcanza la categoría social de lengua) nacidos de los grupos que desarrollan sus actividades en los márgenes de la ley, bandoleros, paramilitares, guerrilleros, narcos, delincuencia organizada, mafias, etc.; una manera de hablar que incluye palabras y expresiones nuevas. Las palabras utilizadas en estos idiolectos están relacionados con la violencia, la impunidad, la ausencia de normas, el desprecio por la vida, la necrofilia, el sexo; en general, indican agresividad y machismo. Es cosa del pasado la Colombia que se enorgullecía de detentar el castellano y la lengua más pura. A pesar que estos idiolectos comienzan como una simple variedad lingüística, en Colombia se han convertido en un dialecto sincrético de amplia usanza diaria, cotidiana y aceptación por todos los grupos y clases sociales, sin importar género, edad, región, profesión o actividad. Es una marca del alma y la conciencia nacional (5).

Efraín González se transformó en mito nacional. Se llama mito a un relato de algo fabuloso. Cuando el mito es tomado alegóricamente, se convierte en un relato que tiene dos aspectos, ambos igualmente necesarios: lo ficticio y lo real. Mala conciencia constituye una novela histórica social sobre un mito nacional. El miércoles 9 de junio de 1965, mientras se encontraba acorralado en una casa del barrio San José, en el sur de Bogotá, Efraín González lanzó una frase temeraria que es la mejor descripción de su carácter: “De acá me sacarán pero muerto, partida de hijueputas. Conmigo la pelea es peleando”. Así respondió el llamado a rendirse que le habían hecho con un megáfono desde afuera, donde lo esperaban unos 1200 efectivos de la Policía y el Ejército: “González, ríndase”. El combate es transmitido por varios medios de comunicación nacionales. Miles de ciudadanos llegan al lugar a dar apoyo al “siete colores” e insultar a las fuerzas represivas del Estado. “Oigo el rugido de la gente que se ha agolpado a ver el espectáculo, me han escuchado y sé que están conmigo. Me vitorean. Gritan: ¡Viva Efraín González! […], pero sus gritos se ahogan en el estruendo cerrado de los cañones” (p. 137). Tras el desenlace de la batalla, los militares pusieron un cartel tan ridículo que se convirtió en la victoria póstuma del fallecido: “Aquí peleó durante cuatro horas un cobarde criminal contra 1.200 valerosos soldados de la patria”.

Al final de nada sirvió el doble pacto que mantenía González con el bien (la reina y patrona de la República de Colombia: la Virgen de Chiquinquirá) y con el mal (Satanás, el ángel caído que encabezó una rebelión contra Dios). “Hasta acá, a Yopal, me trajeron en un avión del Ejército para disque darme sepultura bien lejos de donde siempre había actuado, lejos de la gente que siempre me ayudó, me defendió. En este momento hay manifestaciones y rogativas por mi alma. En todas las iglesias de las provincias de Vélez y de Occidente las campanas están al vuelo, las banderas a media asta, las mujeres de luto, los niños lloran, las monjas rezan, los dominicos se lamentan. En cada iglesia, en cada capilla, en la basílica mayor y en las basílicas menores, se dice misa por Efraín González, el terror de los liberales cachiporros, rojos, comunistas y ateos. Se oyen gritos de «viva» por mi nombre, muchos quieren vengar mi muerte” (p. 140).

En el mundo civilizado desapareció, a comienzos del siglo XIX, el gran espectáculo de la pena física, la tortura pública, el espectáculo del acorralamiento y asesinato de un perseguido por las fuerzas de represión del Estado; se disimula el cuerpo supliciado; se excluye del castigo el aparato teatral del sufrimiento y la pena de muerte. Se entra en la era de la sobriedad punitiva (6). En Colombia se mantiene aún la morbosidad pública y la publicidad de los medios de comunicación ante la cacería de los enemigos del  poder, todo lo relacionado con el ajusticiamiento y el asesinato de los proscritos. La proscripción es una identificación pública y oficial de personas u organizaciones catalogadas como enemigo público, enemigo del pueblo o enemigo del Estado. Al igual que sucedió con el bandido social Efraín González, más recientemente otro “Robín Hood” criollo, el asesinato del narcotraficante Pablo Escobar se convirtió en un espectáculo público y cobertura nacional de la radio y la televisión cuando fue localizado en el Barrio Los Olivos en Medellín y fue rodeado por unidades del Bloque de Búsqueda, luego muerto a balazos, el jueves 2 de diciembre de 1993.

Efraín González fue detectado, cercado y asesinado por salir de sus zonas seguras y trasladarse a Bogotá en procura de sacar de la cárcel a su amante. “Me vine para Bogotá porque necesitaba, a como diera lugar, sacar a Cleo del Buen Pastor antes de que acabaran con ella. Sabían que yo vendría por ella. La usaron como señuelo” (p. 131). Como Pablo Escobar, en tiempos más recientes, destaca en los bandoleros sociales la fidelidad con la esposa, mujer y familia en general. La fuerza de la tradición, la religión y las creencias.

Al igual que el mito de Pablo Escobar, la vida de Efraín González como bandolero social ha suministrado bastante material para escribir novelas y realizar guiones para películas. Aunque nunca se filmaron (por veto y censura oficial), Jairo Aníbal Niño, fue el ganador del Premio al Mejor Guion Nacional en 1980; el segundo fue de Dunav Kuzmanich, un cineasta argentino, quien ya había producido una película sobre la Violencia, titulada “Sietecolores” y ganadora del mismo galardón en 1981. También es famoso un corrido (7) al mejor estilo musical mexicano: “El corrido de Efraín González”, interpretado por Los Rangers del Norte (8), y que hace parte de “los corridos prohibidos”.

La nueva novela de Philip Potdevin nos recuerda que el mito de Efraín González hace parte del santoral y la cultura colombiana. Nos muestra, además, que en este país violento, incierto, cruel y pletórico de odios y venganzas, “la pelea es peleando”, siempre ha sido, es y será así. El siete colores no es más que otro hijo natural de la sociedad colombiana.

1. Williams, R.L. y Medreno J.M. (2018). 90 años de la novela moderna en Colombia (1927-2027). De Fuenmayor a Potdevin. Ediciones desde abajo, Colombia, pp. 220-221.

2. Potdevin, Philip. (2014). En esta borrasca formidable. Ediciones desde abajo, Colombia.

3. Fernández L’Hoeste Héctor. (2005). “De la Tautología darwinista y otros ensayos de Vallejo”; en: Fernando Vallejo, condición y figura. Taller El ángel editor; Medellín, p. 161.

4. Barrero, Edgar. (2011). Estética de lo atroz. Ediciones Catedra Libre, Bogotá D.C., p. 37.

5. Jácome Liévano, Margarita. (2005). “Lenguaje e impunidad en la virgen de los sicarios”; en: Fernando Vallejo, condición y figura. Taller El ángel editor; Medellín, pp. 136-137.

6. Foucault, Michel. (1976). Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores, México, pp. 21-22.

7. El corrido es una narrativa popular concebida para ser cantada, recitada o bailada.

8. https://www.youtube.com/watch?v=2rWLtlkH-Vk

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Información adicional

Autor/a: Libardo Sarmiento Anzola
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico Le Monde diplomatique, edición Colombia, Nº 240, febrero 2024
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