Morir es un país que amabas

Poesía y memoria por nuestros líderes y lideresas sociales

Edición y curaduría: Stephany Rojas Wagner/Eduardo Bechara Navratilova Abisinia. Editorial Escarabajo 2024.

Walter Benjamin inmortalizó el cuadro dibujado por Paul Klee nominándolo Ángel de la historia. Ese Ángel tiene la cabeza vuelta hacia atrás, sus alas están desplegadas, la mirada parece desorbitada al contemplar toda una acumulación de catástrofes amontonadas en el tiempo. El Ángel quisiera arrojarse al pasado y reconstituir aquello que fue destruido. Algo de esa tarea redentora tiene la poesía que como el ángel aporta con sus palabras indignadas ante la crueldad, así como lo enuncia Eduardo Bechara Navratilova en el texto introductorio al libro Morir en un país que amabas, cuando intuye que ante los márgenes de esta laceración anida la esperanza en la alegría, la ironía o la creatividad de los poetas.

Un libro como este resulta una empresa titánica al convocar a tantos poetas ubicados en distintos lugares de Colombia y del mundo, los más y los menos famosos; aquellos que se encuentran en lo más alto de la creación literaria, otros que llevan tiempo buscando ser reconocidos, muchos que empiezan, los mayores y los jóvenes, ellas y ellos, blancos y negros, defendiendo la inclusión de voces en la vida creativa. “Morir es un país que amabas…” pretende abarcar el mapa de un territorio que no solamente es la capital y sus principales ciudades, sino un enjambre de lugares necesitados de comunicarse por medio de la poesía.

Este volumen parece una antología de poetas colombianos, solo que la diferencia con trabajos similares en los que se reúnen cientos de poetas, es que para este caso son autores vivos, del presente inmediato, quienes tienen la misión de evocar a cientos de existencias que fueron eliminadas. Encontré el título del libro recién al llegar a la Filbo del 2024. Tres años antes había sido invitado a participar en la convocatoria que se realizó a múltiples poetas colombianos. La edición destaca por su tamaño, portada, impresión; atributos estos que se suman al objetivo principal de la obra consistente en que las y los poetas convocados hagan un reconocimiento a esas vidas segadas por la necropolítica. Se trata de un libro grueso y macizo, como puede ser la historia violenta de este país, homenaje a seres humanos asesinados y cuyos nombres son recuperados en la escritura de un poeta. Inicia con Oswaldo de Jesús Navarro, asesinado el 26 de diciembre de 2021 en Bolívar, y llega hasta el homenaje a Vicente Borrego eliminado el 1 de diciembre de 2016 en Riohacha, Guajira.

Se trata de recordar a 413 líderes sociales, hombres y mujeres, gran parte campesinos que habitaron y fueron asesinados en pueblos y veredas cuyos nombres de tan poéticos pasan a formar parte de la imaginación, como pueden ser Montecristo, La Cruz en Yolombo, El Cóndor de Ataco. Vidas que fueron importantes para familias y comunidades, autoridades indígenas, dirigentes de la acción comunal, médicos tradicionales. Fueron 413 vidas que portaron apellidos como Conchuve, Manugama, Chima, Quinayas, Tapi. Algunas de estas muertes las ejecutaron en horas de la noche, cuando más difícil era identificar a los responsables pertenecientes a organizaciones criminales de nombres sonoros y atemorizantes como Clan del Golfo, Disidencias, Los Caparros. La tarea de rememorar estas vidas destruidas le fue encomendada a 413 poetas, que habitan en diversos territorios del país, algunos exiliados, otros buscadores de utopías en otras latitudes, cada uno con la disposición de escribir motivados por una víctima, buscando en la lírica alguna manera de contribuir con la preservación de la memoria.

El volumen cuenta con una intencionalidad ambiciosa y omniabarcante como suele presentar la misma vida, lo cual implica testimoniar de manera poética contra la violencia y la muerte: otro cae/apenas si llega luz/ al pozo en que vivimos/cae otro/ y ya nadie pregunta/ por el olor a muerto. Otro poema, en esa voracidad de lo tanático, dibujo el cuerpo de quien le fue arrancada la vida: La muerte a veces parece una respuesta fácil,/ una palabra que cae desprevenida/ entre la trocha y el barranco./Nadie verá de nuevo tu rostro.

Se trata de un libro que puede ser también etnografía poética, al referirse al evento donde “conoces la hoja de coca, has aprendido sus poderíos y embrujos, tus hermanos indígenas te hablan de la memoria y la palabra”. En este documento poético se muestra una geografía política localizada, de lugares abiertos como fosas para arrojar cuerpos, donde la tierra parezca un jardín desollado, últimos rincones del mundo, allí los victimarios asestan su golpe definitivo en medio de la selva tupida, del desierto incierto.

A manera de consideración última, este libro puede ser abordado como una memoria poética que acoge nombres de quienes luchan en medio de momentos de visibles fracturas y roturas. Un libro que acudiendo a la poesía convoca una vivencia particular y única como es la creación, una memoria que aspira a alcanzar y llegar a muchos. En este aspecto la figura del líder social se convierte en el punto de encuentro sobre el cual convergen cada una de las piezas poéticas que vinculan el líder asesinado a un poema y un poeta, buscando así la correspondencia.

Por lo anterior nuestra invitación a la lectura del presente libro donde se juntan gran parte de los poetas colombianos activos. Una convergencia originada en el conocimiento y la proximidad que del asunto tienen los editores Rojas Wagner y Bechara Navratilova acerca del universo lírico colombiano, ese país poético donde “Homero no es el mismo Homero del Imperio Bizantino…/ que escribía epopeya…/ sino el “Homero Ortega quien cayó en los brazos de la ira,/ en las manos de la furia,/en el triste pecho de un país sin gloria”.

Finalmente, es posible que este libro ilustre el paso de una poética de carácter contemplativo, a otra poética que intenta congraciar la estética con el mensaje, el grito, la desolación.

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Información adicional

Autor/a: Alberto Antonio Berón
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Fuente: Le Monde diplomatique, edición 246 agosto 2024
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