No era fútbol, era fraude. Auge y caída de los zares del fútbol

 

Fernando Araújo Vélez
Editorial Planeta. 276 páginas.

 

Fue el fútbol el que corrompió a Bedoya, y no Bedoya al fútbol.
Fernando Araújo Vélez

 

Del patriotismo queda la versión pop –decía Carlos Monsiváis, casi siempre vinculada con el espectáculo y el deporte. Ahora se pintan caras con los colores de la bandera nacional en las fechas de la Fifa, no en las de las fiestas patrias. El fútbol –y ya es un lugar común decirlo– moviliza a una mayor cantidad de personas que los asuntos públicos. Y en medio de ese tinglado mediático algunos periodistas se han tomado la molestia de ir a contrapelo, de denunciar los turbios negocios que crecen a la sombra del deporte más popular en occidente. Fernando Araújo Vélez es uno de ellos: su más reciente libro No era futbol, era fraude es un completo memorial de agravios, una crónica detallada sobre las movidas de las eminencias grises de la Fifa y sus secuaces a nivel mundial. Al terminar la lectura del volumen una pregunta brilla en la mente del lector: ¿Cómo permitimos los ciudadanos que hasta el deporte se convirtiera en un engranaje más de la aplanadora del neoliberalismo?

Usted señala que al balompié mundial de hoy lo acompañan dos cosas: el patrioterismo y la mafia. ¿Qué tanto condicionan estas dos realidades al deporte más popular del mundo? ¿Es hoy el fútbol solo una máquina de distracción y de producir dinero?

El patrioterismo y las mafias han marcado al fútbol desde hace muchos años, pues los altos poderes y los poderosos comprendieron desde 1930, o antes, que el fútbol movía multitudes. El triunfo y la derrota se convirtieron en sus triunfos o sus derrotas, y avalaban sus gobiernos, o sus empresas, y por supuesto, la bandera. Por eso amenazaron, sobornaron y corrompieron el juego, comprando todo lo que tenían que comprar, para que el público, nosotros, los tontos, no nos percatáramos de ese fútbol que había detrás del fútbol. Todo surge, pienso, de nosotros los hinchas, que absorbimos un montón de mentiras como si fueran verdad, y fuimos los cómplices perfectos de esa máquina de distracción y de dinero, que también es una máquina de muerte.

Usted hace un recuento de la carrera pública de Luis Bedoya, el anterior presidente de la Federación Colombiana de Fútbol. En líneas generales, ¿qué tan pulcros u oscuros han sido los manejos dados a los asuntos de la selección nacional? ¿Con la detención de Bedoya se acabó la corrupción en esas altas esferas?

Es imposible separar las cosas del todo. El fútbol colombiano, a nivel selección, está salpicado y tiene que estarlo, del resto. Son las mismas costumbres, los mismos procedimientos, y algunos de los mismos protagonistas. Yo jamás he visto que la Federación de Fútbol rinda cuentas claras sobre sus gastos, inversiones e ingresos. Es más, sobre nada. Se maneja privadamente porque es una entidad privada que se apropió del nombre de un país, Colombia, de la bandera y demás, que mueve miles de millones de pesos. Es una marca, como dijo Luis Bedoya un año atrás. La corrupción no puede terminar porque una persona caiga detenida. Fue el fútbol el que corrompió a Bedoya, y no Bedoya al fútbol.

Pareciera que el fútbol es un rey Midas de la muerte y la corrupción: en él han estado involucrados los narcos, los bandidos de todas las pelambres. ¿Qué papel han jugado los medios de comunicación en ese tinglado? ¿Qué tan responsables son los periodistas en todo esto?

La responsabilidad de los medios ha sido inmensa, por acción o por omisión. Muchos se han dejado tentar por los favores del fútbol, en todo sentido, y han difundido ideas dañinas, como la de que el fútbol es la patria, y la de que sólo sirve ganar. Convencidos, o pagados, han exacerbado y siguen exacerbando los ánimos del público, que ha terminado por creer lo que dicen. Yo pienso que una de las jugadas más acertadas de los dueños del mundo y del país, fue adquirir los medios. A través de ellos han difundido su sistema de vida y sus verdades. El fútbol ha jugado un papel esencial ahí. Históricamente, lo han utilizado para promover sus ideas, y para ocultar sus oscuras maniobras. Nos han llevado a estados demenciales por una victoria, con decenas de muertos, y a odios casi infinitos.

En el capítulo titulado Fifa Gate usted hace una genealogía de la corrupción en la Fifa. Menciona a Havelange, a Blatter, a Leoz, entre otros. ¿Cuándo el órgano rector de un deporte se convirtió en mafia? ¿Qué tan cómplices son los aficionados en esta situación?

En realidad, la Fifa comenzó a ser mafia económica en los 70, cuando las multinacionales de la ropa deportiva y otras empresas comprendieron el multimillonario negocio que podía haber allí. Los empresarios de esas firmas se aliaron con los dirigentes, y viceversa, para sacar provecho económico y acceder al gran poder, comprando políticos, periodistas, y por supuesto, sedes de las copas del mundo y resultados. Ya antes habían manipulado el fútbol, pero sin la visión eminentemente económica que empezó a darse en los 70.

Por su parte, los aficionados tienen una gran responsabilidad en el estado de las cosas, fundamentalmente por no ser conscientes de ese submundo. Son los aficionados los que sostienen este circo. Sin ellos, nada sería posible. Por lo tanto, son ellos los que podrían retirarse de los estadios y apagar los televisores si comprendieran que son unos simples títeres, y si fueran capaces de rebelarse.
Usted tiene una visión muy distinta a la común de la época de Eldorado del fútbol colombiano. ¿Qué pasó en esa época? ¿Cómo llegaron estrellas de la talla de Pedernera y Di Stefano a jugar en un país hasta entonces poco futbolero?

Para comenzar, el fútbol profesional en Colombia se inició para tratar de apagar el incendio, las muertes y el caos que produjo el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Esa fue nuestra primera gran dosis de pan y circo. Un año más tarde, efectivamente, empezaron a llegar al país los jugadores más importantes de Suramérica, en especial, de Argentina. Llegaron por debajo de la mesa, de contrabando, pues en Colombia no les pagaron a sus clubes el derecho de sus transferencias, pues Di Stefano, Pedernera y demás estaban en huelga en su país, para que mejoraran sus condiciones laborales. Llegaron cual mercenarios, a cobrar cifras inmensas, que les podían pagar, precisamente porque se habían saltado el valor de sus transferencias. O sea, de la trampa y por la trampa nació el fútbol colombiano, de la trampa y por la trampa se dio ese fenómeno de Eldorado, que visto desde lo futbolístico también fue nefasto, pues jugaban todos los extranjeros, y si acaso, un colombiano.

La liga de fútbol local también tiene un largo expediente de asuntos oscuros. Parece ser que poco ha cambiado desde las denuncias del asesinado ministro Lara Bonilla hasta el día de hoy.

Más allá de reseñar cada escándalo, diría que tenemos los récords más sombríos del fútbol mundial. En ningún otro país han asesinado un árbitro de primera división, como ocurrió acá con Álvaro Ortega. En ningún otro país han asesinado un futbolista titular de selección nacional, y menos, por un autogol, como pasó con Andrés Escobar. ¿Las soluciones? Primero, comprender. Segundo, romper. Finalmente, volver a empezar. Y para ello se requiere de todos: Dirigentes, periodistas, futbolistas, preparadores e hinchas.

 

 

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