Descripción:
Como se verá a lo largo de este libro, los autores hacen una crítica al marcado carácter asistencial de la política social contemporánea. El asistencialismo –comentan– genera dependencia, el beneficio social se recibe como un favor (no como un derecho) lo que produce fidelidad política clientelista. Sin embargo ello no quiere decir que la asistencia pública deba ser erradicada del planeta. Lo que se debe discutir es el absolutismo de los programas asistenciales como una vía para negar los programas universales, y para negar los derechos sociales calificándolos como privilegios.
En la lectura fluida que permite este libro, se sustenta que nadie reivindica el asistencialismo, pero cuando se hace la defensa de los programas focalizados, y se señala que la política social se debe dirigir hacia los más pobres y vulnerables, apelando a un discurso de equidad, es claro que se están promoviendo políticas asistenciales. La implicación de este enfoque es que quien no sea pobre o vulnerable, es decir el ciudadano común y corriente, debe ir al mercado a comprar los bienes sociales. La gratuidad de los bienes sociales se origina en el fracaso social, lo que genera una ciudadanía asistida o invertida. Y preguntan sus autores, ¿Es posible construir el contrato social sobre la base de los fracasados sociales, es decir, los pobres? Y para responder el interrogante aclaran: el contrato social liberal parte del principio que todos son iguales frente a la ley. Y en este caso no se trata de iguales.
La política social tiene como eje la lucha contra la pobreza. Ese énfasis se ha adoptado desde la crisis de la deuda externa Latinoamericana a comienzos de la década del ochenta del siglo pasado, hasta nuestros días con las metas del milenio. ¿Pero son realmente los pobres quienes lideran dichas políticas? Si lo fueran –queda claro en estas páginas– las propuestas serían mucho más radicales que la simple atención de las necesidades básicas, política que se reduce a la ampliación en la cobertura de los servicios sociales. Si la política social dependiera realmente de los pobres pedirían la repartición total de las riquezas, la eliminación de los grupos económicos, el destierro del capital especulativo, la reforma radical de las instituciones de Bretton Woods, un nuevo orden económico y político internacional.
Pero, por desfortuna, los pobres no pueden tomarse el poder porque dejarían de ser pobres. El poder se lo pueden tomar los trabajadores, o los ciudadanos, o el pueblo, porque no perderían su condición social. Las políticas de lucha contra la pobreza no las hacen los pobres, las hacen los ricos. Estos, a propósito, producen abundantes estudios sobre la pobreza (pero el problema central es la concentración de la riqueza) mientras que sobre ellos lo que abundan son telenovelas, las cuales se reproducen de forma continua en los hogares de los pobres: “Los ricos también lloran”.