Escrito por Carlos Gutiérrez M.

El pasado mes de abril, justo un año y unos días después de la declaración oficial que cerraba el país por la llegada del covid-19, el Departamento Nacional de Estadística (Dane) informó que la crisis social potenciada por la pandemia aún vigente llevó a que solo el 70 por ciento de las familias cuente con las tres comidas diarias. Antes de la pandemia, el 90 por ciento de los hogares podía consumir desayuno, almuerzo y comida, así en muchos casos fueran precarios (1).

Adriana Gómez, En balde, de la serie “Porvenir que se queda” (Cortesía de la autora)

Según lo informado por el Dane, los hogares que accedían a tres comidas al día en 2020 eran 7,11 millones, mientras que en febrero de 2021 fueron solo 5,4 millones. Esto implica que 1,7 millones de familias no pudieron continuar con esa cantidad de raciones diarias, todo como resultado de la crisis económica ahondada por la pandemia.

El informe de la entidad precisa que el deterioro del 20 por ciento en el número de hogares que ahora no pueden paladear los tres ‘golpes’ cotidianos concuerda con los jefes de hogar que durante mucho tiempo reportaron que no tenían ingresos en medio de la pandemia. Esta es una fiel radiografía de la insuficiente e ineficaz política económica y social que el actual gobierno ha puesto en marcha bajo normas excepcionales.

Empobrecimiento

Es un fenómeno que engloba a la humanidad. Así se puede concluir del informe “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2021”, publicado el 12 de julio por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en el que se afirma que, a lo largo del pasado año de pandemia, el hambre se disparó en términos absolutos y proporcionales, superando el crecimiento de la población (2).

Subraya además este estudio que el 9,9 por ciento de todas las personas sufrió desnutrición el año pasado, frente al 8,4 por ciento en 2019. De este modo, en 2020 se incrementó en 161 millones la cifra de quienes sufrieron hambre respecto al año anterior. Mirando en el mismo espejo, en este reporte se indica que el 30 por ciento de la población mundial, aproximadamente 2.300 millones de humanos, no accedió a una alimentación adecuada durante 2020, lo que suma a esta realidad un crecimiento de casi 320 millones de personas en solo un año. La escasez se concentra en Asia, África y América Latina.

Simultáneamente con lo informado por el organismo de Naciones Unidas, el Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre (Oxfam), organización no gubernamental, entregó un reporte sobre la misma problemática. Bajo el título “El virus del hambre se multiplica” (3), confirma que, luego de un año y medio de pandemia, once personas mueren por minuto en todo el mundo por causa de hambre extrema, una cifra muy superior a las siete muertes que genera la pandemia en el mismo lapso. En su estudio, identifica tres factores que potenciaron esta multiplicación: las guerras, las crisis que azotan al mundo –entre ellas y con particular impacto la económica potenciada por la pandemia– y los problemas climáticos.

Por efecto de esta realidad, el empobrecimiento golpea a nuevos conglomerados sociales y la inseguridad alimentaria llega a nuevas zonas, además de sentirse con más contundencia en aquellas que ya la padecían. Es una realidad que mantendrá su constante, ya que, lo confirma la FAO, el precio de los alimentos continúa al alza a lo largo de 2021 (4).

En paralelo, un informe del World Food Programme, de las Naciones Unidas (WFP), afirmó que “desde el inicio de la pandemia, el número de personas que viven en condiciones cercanas a la hambruna se han multiplicado por seis” (5). La coincidencia de los reportes es esta: la crisis de salud en el nivel global, despuntada por el covid-19, se ha transformado rápidamente en un agudo problema de hambre, asociado al empobrecimiento extremo al cual serán arrojadas al finalizar el 2021 otros 100 millones de personas fruto de las políticas económicas en boga; es decir, al finalizar el actual calendario malvivirán en tal situación 745 millones de seres humanos.

Es aquella una realidad a la cual también se llega como producto de que 2.700 millones de humanos no recibieron ayuda pública para enfrentar las consecuencias económicas derivadas del covid-19. Entre los grupos más directamente afectados se encuentran las mujeres, las poblaciones desplazadas y las personas que trabajan en el sector informal.

Como evidencia de la lucha de clases, connatural a la sociedad imperante, en medio del mar de pobreza y hambre descrito, la riqueza se concentra de manera tal que “[…] las diez personas más ricas del mundo (nueve de ellas hombres) incrementaron su riqueza en 413.000 millones de dólares el pasado año”, dice el informe de Oxfam, agregando que “esta cantidad bastaría para financiar hasta más de once veces la totalidad de las emergencias humanitarias de las Naciones Unidas para 2021”.

Por esto, enfatiza Oxfam en su documento, “a menos que los gobiernos actúen de forma urgente para abordar la inseguridad alimentaria y sus causas, lo peor está aún por llegar. Deben centrar sus recursos en financiar sus sistemas de protección social, así como programas que aborden las necesidades de las personas vulnerables y permitan salvar vidas de manera inmediata, en lugar de destinarlos a comprar armas, que perpetúan los conflictos y la violencia”. Agrega que, para poner fin a la crisis del hambre, los gobiernos “deben reconstruir la economía global de manera más justa y sostenible en el marco de la recuperación tras la pandemia”, así como “acabar con las desigualdades de fondo que amplían la brecha entre ricos y pobres”. Son palabras llenas de buena voluntad, pero el capitalismo no funciona así, como lo muestran sus siglos de existencia.

El citado documento concluye en la urgente necesidad, por parte de los gobiernos, de actuar inmediatamente para hacerle frente a la inseguridad alimentaria y sus causas, dado que la situación puede empeorar. Este es el estado de problemas en general en el mundo. Pero Colombia no queda aislada de este panorama sino todo lo contrario.

Parados sobre una mina

En verdad, acatar estas recomendaciones le permitiría a un país como Colombia reconocer el potencial que encierra su territorio, a partir de lo cual pudiera reordenar sus prioridades de todo orden, como dotarse de un proyecto de vida para los próximos cien años, que se podría denominar “Vida plena y democracia vital”, y que en primera instancia garantizaría la seguridad y la soberanía alimentaria para toda su población, a la par que permitiría avanzar hacia una cotidianidad menos azarosa para un gran segmento poblacional que hoy sobrevive al día. Igualmente, habría que pensar en un proyecto de salud preventiva, estimulado por una transformación cultural en hábitos y consumos, que redundaría en un bienestar generalizado.

Se trata de un potencial viraje esencial para construir un país para la totalidad de la población, pero con mirada de mundo, buscando en todo momento contribuir a una sociedad global sin padecimientos por hambre y temas asociados, así como para liderar proyectos de integración y cooperación regional y más allá, que rompan fronteras y barreras de diverso tipo, hoy interpuestas por burguesías que lo único que pretenden es proteger sus mercados naturales y sus ganancias.

Sería este un proceder con profundo sentido de humanidad, como especie que debe superar todo lo que la separa, por asuntos de credo, raza, economía y otros factores, para lo cual es fundamental contar con un referente de largo plazo, que para nuestro caso sería un proyecto sostenido en los cuatro elementos esenciales de la naturaleza: tierra, agua, fuego (energía) y aire, con los cuales precisamente está dotado a plenitud el país.

Como es reconocido universalmente, por estar situada en la franja ecuatorial, Colombia goza de sol durante los 365 días del año, lo que de por sí es ya una ventaja natural que le permitiría adelantar inmensos proyectos para producir energía lo más limpia posible, para surtir a su población en diversos planos, ventaja que la exime de tener que acometer con prioridad estratégica la producción de energía, por ejemplo, a partir de uranio y minerales similares.

Reconocido por su biodiversidad, el país también goza de variados pisos térmicos, siendo adicionalmente una potencia mundial en aguas dulces, gracias a los numerosos ríos, cuencas y páramos que recorren y vitalizan sus cordilleras y otras formaciones de su orografía. El país tiene una naturaleza diversa y un potencial hasta ahora despreciado por quienes han monopolizado para su beneficio el Estado y la administración de lo público. A lo largo de sus millones de hectáreas aptas para la agricultura, aquí se podría sembrar infinidad de especies vegetales: cereales, legumbres frutas, además de adecuar pastizales para la alimentación de todo tipo de animales de cría. Nuestra realidad hace que Colombia haga parte del grupo B-17: los 17 países megadiversos del mundo.

En el país, las siembras no dependen para su cosecha, como les ocurre a otros países, de temporadas o estaciones, de modo que siempre puede sembrar en sus variadas regiones geográficas, lo que constituye una ventaja sin par para garantizar el alimento de su población como también, de ser necesario, ofrecer y compartir con el mundo los frutos de nuestro paraíso, también posibles en forma de procesados, con valores agregados, lo que daría pie a una industria de mediano calado y en muchos planos. Como vemos, nuestra oferta interna es suficiente para que nadie padezca de hambre en su propio territorio y de grandes dimensiones en caso de demanda externa, lo que podría ampliarse a los llamados frutos exóticos para otras latitudes: todo un atractivo adicional.

Es esta orientación estratégica, potencial, un proyecto de país que podría acometer, en el campo de ciencia, agricultura, medicina e industria, la construcción de un gran proyecto en farmacia y salud a partir de la investigación de las bondades de infinidad de productos del campo, bien verduras, bien frutas, bien otras especies vegetales, como forma alternativa a la medicación química que hoy domina por doquier; un proyecto que traería bienestar al conjunto de la humanidad.

En este panorama están presentes algunos elementos como energía y tierra, ventajas reforzadas por su inmensa red fluvial, que permite la construcción de canales de riego donde sea necesario, permitiendo así que los sembrados no mueran por sequía ni por inundaciones, pero también facilitando el transporte de lo producido, así como garantizando la dotación de acueductos, uno de los esenciales servicios públicos para toda su población.

Esta es nuestra riqueza. Este es el oro, la plata, el níquel, el carbón o cualquier otro mineral que, con pretensiones de mercadeo, implique explotación y desajuste ambiental en gran escala. El factor fundamental por resolver y así hacerlo realidad es la tierra, el nudo gordiano que nadie ha podido desenredar a lo largo de la historia nacional y por el cual la violencia se hace omnipresente hasta hoy, como centro y sostén del poder económico y político en el país.

Deshacer este nudo demanda la implementación de la reforma agraria, redistribuyendo la tierra, algo que jamás se ha llevado a cabo en la historia nacional. Con la tierra en manos de cientos de miles de familias y no de unas pocas, estimulando su asociatividad, la cooperación y las redes solidarias, la potencialidad productiva del país crece por cientos, así como la diversidad de lo ofrecido y su cantidad. Todo sin necesidad de recurrir a monocultivos ni semillas transgénicas (y sí recuperando cientos de semillas nativas con las cuales constituir ‘bancos’ para protegerlas y multiplicarlas), concretando producción limpia, ajena a los agrotóxicos que han terminado por envenenar el territorio y agotarlo, y potenciando tantos padecimientos en quienes consumen los frutos brindados por las plantas sometidas a esas prácticas.

Una producción limpia debe estar relacionada con un proyecto cultural de gran calado, relacionado con la vida saludable y por cuya concreción se aporte a la reducción de muchas enfermedades asociadas a los químicos y hábitos alimentarios poco sanos. Son entonces la salud, la agricultura, los alimentos, la cultura, la memoria histórica, la economía, factores interrelacionados como un horizonte de equilibrio ambiental en el cual debe andar y estar atento cualquier conglomerado social.

Estamos ante un reto por concretar y para el cual hay que acudir a las mayorías, dejando a un lado las confrontaciones directas o indirectas entre segmentos de clase, para poder –desde una movilización de colores y acentos– hacer realidad que los medios de producción estén en manos de quienes los operan.

Un actuar así no puede estar alejado del proceso de estudio, investigación, asesoría y acompañamiento al trabajo de la tierra, sino ligado al conocimiento profundo de la naturaleza y sus ciclos en todos los niveles, en relación con la energía, el agua, el aire. Para ello es la indispensable la fundación de centros de conocimiento agrícola, así como de instituciones técnicas y universitarias con sede principal en cada una de nuestras regiones geográficas.

Un conocimiento profundo de la naturaleza como el que planteamos habría de llevar al país a un liderazgo global en la lucha contra el cambio climático, toda vez que cada uno de estos proyectos debe estar centrado y guiado por una ética de la vida, en profundo contacto con la naturaleza como parte del todo y no como objeto de la especie humana. Un proceder en el cual el país debe entrar, bajo el principio de una constante reforestación con especies nativas en todas sius regiones, buscando recuperar todo aquello que el desafuero del capital destruyó, como los bosques secos, por ejemplo, a la par de limpiar y minimizar al máximo posible la contaminación del aire, la tierra y de las fuentes de agua.

Así, deberán tomar vida unas instituciones (o reorientar algunas de las ya existentes) que cuenten con capacidad de investigar, producir y formar, por ejemplo, en la Amazonia y la región del Pacífico, con prioridad en farmacia. En la otra punta del país, La Guajira, con prioridad sobre energía solar y eólica; en el Cauca, concentrada en el agua y todas las especies que viven directamente en ella y de ella, y en la región andina, concentrada en todo lo que corresponda con la tierra como medio e insumo de trabajo y producción de diverso tipo.

Será la que prevemos una labor múltiple y capaz de vincular miles de científicos, con vocación no solo de explorar, conocer, interpretar, procesar, sino también de compartir cátedra, pero de la cual no podrán estar excluidos ni en segundo plano miles de personas no formadas en centros universitarios pero sí empoderadas en un acervo histórico que les permite saber y comprender los ciclos de la naturaleza e interpretar sus secretos. Son aquellos ciudadanos y ciudadanas que son reconocidos en sus comunidades y más allá como sabedores/as, médicos/as, curanderos/as, componedores/as, consejeros/as, rezanderos/as, ‘magos/as’, ‘sabios/as’…, allí incluidos indígenas, afrodescendientes aún arraigados en la tierra y campesinos de variada procedencia regional.

La pandemia ha producido inmenso dolor en amplios segmentos sociales, así como afectado la economía en todos los planos; pero también ha abierto grandes enseñanzas y retos, planteando un gran interrogante sobre el sistema social y productivo que la ha propiciado, fruto de su voraz modelo productivo, ajeno a la naturaleza. Esto indica que estamos también en tiempo de reorientación de prioridades, formas de producir, mercadear y consumir, tiempo de reencuentro con lo mejor de cada sociedad y cada territorio, tiempo de aprendizaje. Actuemos consecuentemente con ello.

1. https://www.elnuevosiglo.com.co/articulos/04-27-2021-solo-el-70-de-los-hogares-puede-acceder-las-tres-comidas-diarias-0
2. https://www.ifad.org/es/web/knowledge/-/the-state-of-food-security-and-nutrition-in-the-world-2021
3. https://www.oxfam.org/es/informes/el-virus-del-hambre-se-multiplica-los-conflictos-la-covid-19-y-el-cambio-climatico-agravan
4. El precio de los alimentos registró en mayo la mayor subida de la última década, según la FAO. De acuerdo con el índice de precios de materias primas para agricultura que elabora mensualmente la entidad, el salto con respecto al mismo mes del año anterior fue del 39,7%, el mayor aumento interanual en más de diez años. Ese es el resultado de doce meses consecutivos de alza en el índice promedio, que en este mes de mayo tuvo, además, el mayor encarecimiento mensual de todo el período de diez años: 4,8% con respecto al mes de abril. “Alimento en el mundo: 40% más caros en un año”, www.pagina12.com.ar.
5. https://es.wfp.org/

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